Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Cornudo, apaleado y contento
2013-08-23 | 22:50:11
Terminada la cacería de la zorra, lord Feebledick volvió a su casa. ¿Qué vio al entrar en la recámara? Me da pena decirlo: vio a su mujer, lady Loosebloomers, en apretado consorcio de carnalidad con Wellh Ung, el toroso guardabosques encargado de la cría de los faisanes.
A mayor abundamiento –aggravation, se dice en lengua inglesa- oyó lo que su esposa le decía al mocetón: “¡Eres un tigre! ¡Un toro! ¡Un león!”. También escuchó las expresiones con que el gañán se dirigía a la señora: “¡Gacela mía! ¡Pichoncito! ¡Corza!”.
Preguntó lord Feebledick, ceñudo y enojado: “¿A qué ese zoológico?”. Con otra pregunta respondió lady Loosebloomers: “¿Cómo te fue en la cacería?”. “No muy bien –contestó lord Feebledick, mortificado-. El zorro pasó a mi lado y escapó”.
“Perdone la curiosidad, milord –intervino en ese punto el guardabosque-. ¿Cómo supo su señoría que el animal era zorro, y no zorra?”. Explicó él: “Porque clarito oí que dijo: ‘Ahora sí, creo que ya me la…’”. Al oír tal expresión lady Loosebloomers se ruborizó y le pidió a su esposo: “Te ruego que no uses en mi presencia palabras propias de jayanes. Adulterio sí; vulgaridades no”…
Cuántas veces, en efecto, cuidamos más de las formas que del fondo. En una deliciosa obrita de teatro llamada “Cornudo, apaleado y contento”, el autor, Alejandro Casona, pone a la joven y linda esposa del rico y añoso comerciante en trance de serle infiel a su marido con un mancebo guapo y lacertoso.
Antes de entrar en la cama con él la muchacha se dispone a apagar la vela que daba luz a la habitación. Le pregunta el galán: “¿Por qué la apagas?”. Responde la muchacha: “El pudor, querido. El pudor”.
En el caso de las reformas emprendidas por el presidente Peña Nieto los legisladores están atendiendo más a cuestiones de partido que a la materia sobre la cual deben legislar. Aquí es necesario hacer a un lado pugnas partidistas o asuntos de mera coyuntura y ver lo que conviene a la nación.
Urge ya poner a México en el camino de la modernidad; sacarlo del atraso en que se encuentra, por cuya causa millones de mexicanos viven en la pobreza, y aun en la miseria, y darle al país un impulso de renovación que le permita aprovechar cabalmente su riqueza humana y material. Gastar el tiempo en politiquerías equivale a hacer daño a la nación…
Con lo anteriormente dicho he cumplido mi deber de orientar a la República. Puedo entonces, sin ningún remordimiento o inquietud, volver a caminar por la florida senda del humor...
Rosilita estaba hablando por teléfono con una compañerita de la escuela. Su mamá oyó que le decía “güey”. Cuando acabó de hablar la amonestó: “Hijita: esa palabra que usaste es muy fea. Te daré 10 pesos si me prometes que no la volverás a decir”. La niña prometió, y la señora le dio la moneda.
Poco después la mamá vio que Rosilita estaba platicando con Pepito en el jardín. A su regreso le preguntó de que habían hablado. Respondió Rosilita: “Le conté a Pepito lo de la palabra fea que dije, y que me diste 10 pesos para que no volviera a usarla. Él me enseñó otra que vale por lo menos 100”...
El doctor Ken Hosanna tenía llena la antesala de su consultorio, pero, como de costumbre, iba despacio en la atención de los pacientes. Un señor que estaba ahí desde hacía un par de horas se desesperó por fin y dijo: “Creo que mejor regresaré a mi casa a morirme de muerte natural”…
Florilí, joven mujer sin mucha ciencia de la vida, accedió a entregarle a Libidiano Pitonier, galán concupiscente, la integérrima gala de su virginidad. Cuando ella le dio el sí el labioso seductor le dijo: “Eres a todo dar”. Se cumplió en el lecho el erótico trance de fornicación, y al terminarlo le dijo Libidiano a la muchacha: “Eres a todo dar”.
Pasaron unos meses, y Florilí le anunció a su amador: “Estoy embarazada”. Guardó silencio el aprovechado sujeto; nada dijo. Prosiguió entre sollozos Florilí: “Como sé que no te casarás conmigo voy a alejarme de tu vida para siempre. Nada te pido y nada te pediré. Voy a perderme en el olvido. Jamás me volverás a ver”. Le contestó el bellaco: “¡Te digo! ¡Eres a todo dar!”.
Bien dice don Abundio, el pícaro señor del rancho: “Hacen falta varias tablas para hacer una cuna, pero solo un palito para llenarla”. (No le entendí)…
FIN.

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