Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2013-08-27 | 08:34:28
Esta joyería se llama “La Perla”. Es la más elegante en la ciudad. Su dueño es un señor muy fino, de apellido inglés. Viste siempre de negro, y negra también es siempre su corbata. Usa reloj de bolsillo, que lleva en la bolsa superior del saco, atado por una cadena de oro, al ojal de la solapa.
El joyero es asistido en la atención a la clientela por un silencioso dependiente –el señor no gusta de la conversación en horas de trabajo-, y en la parte de atrás, puerta de por medio, está un cubículo donde trabaja el viejo empleado que se encarga de grabar los anillos y reparar los relojes. También hay un vigilante de uniforme.
Ahora está viendo hacia la calle, pues no hay nadie en la tienda. En eso entra alguien. Es un hombre joven; seguramente no llega a los 30 años. No es cliente de la casa, desde luego. No podría serlo: viste con modestia; sus zapatos se ven algo gastados, y el traje que lleva, color azul marino, está un poco brilloso por el uso.
El joyero se inquieta con la llegada de ese cliente. Disimuladamente le dirige una mirada al guardia como para indicarle que se ponga alerta. Y es que hace tiempo sucedió que un individuo de aspecto similar al del recién llegado, le pidió ver el reloj que estaba en la vitrina, y cuando lo tuvo en sus manos salió corriendo, subió a la motocicleta en que lo esperaba un cómplice y escapó. Eso no se debía repetir.
Sin expresión en el rostro el dueño de la tienda le pregunta al joven: “¿En qué puedo servirle?”. “Busco un anillo de compromiso” –responde él. “Permítame mostrarle algunos” –dice el de la tienda. Del cajón donde tiene los anillos saca tres, de los baratos.
Lo ve el muchacho y pregunta: “¿No tiene otros con la piedra más grande? Quiero algo mejor”. Aunque no lo da a ver el joyero se sorprende, y aumenta su inquietud. ¿No irá a ser eso un asalto? Ciertamente el que llegó no tiene traza de poder pagar un anillo caro.
Observa, sin embargo, que el guardia se ha colocado discretamente obstruyendo la puerta de salida. Así, ya más tranquilo, saca la pequeña bandeja forrada en terciopelo negro donde, guardaba los mejores anillos de compromiso. Los observa el muchacho y escoge uno.
“¿Cuánto cuesta?”. El joyero le informa el precio. “Me lo llevo –dice con acento firme el joven-. Por favor póngalo en su estuche y envuélvamelo para regalo”. El propietario llama a su dependiente y le da las instrucciones del caso.
Todavía sin hacer a un lado su recelo, decide hacerle conversación al cliente mientras el empleado envuelve el anillo. “Tiene usted muy buen gusto, caballero –le dice- Seguramente el anillo le gustará mucho a su novia”.
“No es para mi novia” –sonríe el joven. “¿Ah no? –vacila el propietario-. Entonces ¿para quién es?”. “Es para mi madre –responde el muchacho. Se asombra el dueño de la tienda: “¿Por qué le regala usted a su mamá un anillo de compromiso?”.
“Mire, señor –respondió él-. Yo no tuve padre. El que lo fue era novio de mi mamá, y la dejó cuando supo que iba a nacer yo. Bien pudo ella expulsarme de su seno. Otras chicas que se veían en la misma situación hacían eso. Pero no lo hizo. A pesar de su familia, de los vecinos, de sus amigas, a pesar de todos y de todo me dio a luz, y fue madre y padre para mí.
Trabajó como esclava para criarme, y luego para darme educación. Yo, que veía su esfuerzo, me esforcé también. Sacaba siempre las mejores notas en la escuela. Gracias a eso obtuve una beca e hice una carrera. Me recibí, y por mis calificaciones pude conseguir un buen trabajo.
Guardé el sueldo de los primeros meses. Con ese dinero he venido a comprarle a mi mamá un anillo de compromiso. Mi compromiso es corresponder a sus sacrificios, y ver por ella siempre, como ella vio por mí”.
En eso el silencioso dependiente se acerca y le entrega al joyero el anillo, envuelto ya para regalo. Le ordena el dueño: “Cóbrele al joven el precio del anillo. Y hágale el descuento especial, ése que solo hacemos a los clientes importantes”…
Los anillos de compromiso, lo sé bien, son símbolo de amor entre un hombre y una mujer que se aman. Me pregunto, sin embargo, si habrá un amor más grande que el que inspiró la compra del anillo cuya historia narré hoy. Y perdonen mis cuatro lectores que este día me haya apartado de mi usual modo de escribir. Mañana volveré a mi estilo acostumbrado… FIN.


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