Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Los puntos mexicanos
2013-09-03 | 21:16:11
El náufrago llevaba ya dos años en una isla desierta con su esposa, señora de mucho peso y poca gracia. Dormía la mujer en la orilla de la playa cuando un barco llegó a rescatarlos.
Le dice en voz baja el hombre al jefe de los marineros: “Vayámonos sin hacer ruido, capitán. Gordoloba se pone de pésimo humor cuando alguien la despierta”...
La curvilínea rubia le dijo al ginecólogo: “Doctor, cada vez que estornudo siento ganas de hacer el amor. ¿Qué puede darme?”. Sugiere el facultativo, esperanzado: “¿Pimienta?”...
Preguntar en alta voz cuando se está de visita en casa ajena: “¿Dónde está el baño?” es muestra inequívoca de seguridad en sí mismo y de autoestima. Esa pregunta hizo don Sinople en la mansión de la señora Du Bettina, dama de la alta sociedad. Ella le informó: “Al fondo a la derecha”. Fue allá don Sinople, y pagó un censo líquido a la naturaleza. En tan copiosa forma lo hizo que el ruido de la chorra -así se decía antes- llegó hasta la sala donde los invitados se encontraban. “¡Qué pena!” -exclamó muy mortificada doña Panoplia, la esposa del meón. “No pase usted cuidado -la tranquilizó la anfitriona-. De todas las señoras que estamos aquí usted es la única que en este momento sabe qué es lo que su marido trae entre manos”...
Los mexicanos conocemos el punto, el punto y seguido y el punto y aparte. Conocemos también el punto y coma, los puntos suspensivos y el punto final. Conocemos los puntos de las encuestas, de la Bolsa y de las elecciones. Conocemos el punto de ebullición y el de congelación, lo mismo que el punto de caramelo, de merengue y de espejo. Conocemos el punto de cruz, el punto de reunión, el punto crítico, el punto muerto, el punto de partida, el punto fijo, el punto de vista, el punto de apoyo que demandaba Arquímedes, el punto débil (en eso yo soy dueño de toda la puntuación), el punto en boca, el medio punto del arco, el punto en que está una mujer que está en su punto, el punto menos que, el hasta cierto punto, los puntos sobre las íes, los puntos buenos y los malos, y el punto que se le pide a Fulanita cuando se le trata el punto. Todos los puntos conocemos los mexicanos, menos el punto medio. Nos es ajena por completo la aurea mediocritas propuesta por Horacio, que en modo alguno significa dorada mediocridad, sino dorado punto medio entre dos extremos igualmente perniciosos. Pongamos como ejemplo el caso de los informes presidenciales. Del extremo del servilismo y la adulación al Presidente pasamos sin transición al del desprecio a las solemnidades constitucionales y el menoscabo de las instituciones.
Yo viví aquellos malos tiempos del presidencialismo a ultranza. ¿Me creerán mis cuatro lectores lo que en seguida voy a relatar? Asistí en mi calidad de reportero novel al solemnísimo acto en el Palacio de Gobierno de Saltillo, en el cual todas las fuerzas vivas de la ciudad (las muertas ya pa’ qué) acudieron a escuchar en un radio de bulbos, puesto sobre una mesa al frente de la sala, la lectura por el Señor Presidente de su Informe. Cada vez que se oían los aplausos en la Cámara los presentes se levantaban también, con respetuoso entusiasmo, a aplaudirle al radio. Pasó el tiempo. Ahora el Presidente envía su Informe con un propio, y el documento se recibe como si fuera un sobre que entrega un mensajero en la oficialía de partes de cualquier oficina burocrática. Ni tanto que queme al santo, digo yo, ni tan poco que no lo alumbre. En Estados Unidos, por ejemplo, el Presidente es acogido con muestras de consideración y aplausos en la Cámara de Representantes, sea demócrata o republicano, y los miembros de ambos partidos escuchan su mensaje en forma respetuosa, independientemente de las pugnas políticas que los dividen. Eso se llama civilidad, democracia. Aquí el Presidente no puede acercarse ya a la Cámara, y se ve constreñido a leer su mensaje en Los Pinos, que es como si lo leyera en su casa, ante un público si no cautivado sí cautivo. Yo no soy muy amante de las formas -excepción hecha de las femeninas-, pero creo en la dignidad de la República y en la necesidad de sostener sus instituciones, con todos los defectos que tengan, pues tal es el único modo de perfeccionarlas. Me duele por eso la anarquía a que hemos llegado. Y si no me creen oigan esto: ¡Aaaaay!... FIN.

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