Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Católicos y protestantes
2013-09-04 | 22:07:22
Dulcilí, muchacha linda, cándida doncella, le preguntó en la alberca a su instructor de natación: “¿De veras si me quita usted la mano de ahí donde me la tiene puesta me llenaré de agua y me hundiré?”… Pepito le dijo en la mesa a su mamá: “Guerra en Siria. Hambre en África. Desempleo en Europa. Crisis financiera en Estados Unidos. En nuestro país la economía parada; la Ciudad de México sitiada por la CNTE; violencia e inseguridad en todas partes; pobreza en la mitad de la población… ¿Y a ti te preocupa que yo no me coma el brócoli?”…
Libidiano Pitonier, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le dijo a la curvilínea enfermera: “Me gustaría sufrir un accidente, para que me atendiera usted”. Le respondió ella: “Tendría que ser un accidente muy especial. Soy partera”…
En esta columna han aparecido cuentos de tan subido color que harían ruborizar a un diputado. Doña Tebaida Tridua, celadora de las buenas costumbres (¡cómo me gustaría ser celador de las malas!), declaró en cierta ocasión a la prensa que dichos cuentos “constituyen la mayor aportación a la decadencia de la moral desde la invención del traje de baño de dos piezas”.
No dejo de reconocer que en ocasiones mis relatos se pasan un tantico de la raya, pero son en verdad inanes historietas rosa si se les compara con lo que actualmente se ve y oye en la televisión. El chiste que estoy preparando para su publicación, sin embargo, excede todos los límites de la moralidad.
El Aretino y Rabelais se avergonzarían de él, lo mismo que Sir Richard Burton –el de Isabel, no el de Elizabeth-, Nicolas Venette, William Manchester y otros celebrados coleccionistas de narraciones sicalípticas. ¿Cuál es el nombre del cuento que me propongo dar a la luz pública? Tiene un extraño título inquietante: se llama “Blaser R8”. Diré mañana por qué se llama así…
Si el buen Dios hubiera sabido que en su nombre los humanos se perseguirían y matarían los unos a los otros, seguramente habría decidido no darse a conocer a ellos, y permanecer en un discreto anonimato. La semana pasada viajé a Chiapas. Estado muy rico es ése; estado muy pobre es ése. Su naturaleza es feraz; incontables son sus bellezas y atractivos, y aun así muchos de los habitantes de ese paraíso viven en el atraso y la pobreza, atados a formas de vida ancestrales que pueden ser muy bellas y valiosas, pero que impiden que esos mexicanos disfruten de los beneficios del mundo actual y de la vida de hoy.
Un edén deja de serlo si no se puede salir de él. Con tristeza me enteré en el curso de ese viaje de que muchas comunidades indígenas de Chiapas siguen permanentemente divididas por pugnas religiosas en que católicos y protestantes se acosan y hostilizan mutuamente.
No puedo creer que en nuestro tiempo sigan existiendo esos conflictos. Los sacerdotes católicos y los ministros o pastores evangélicos deberían reunirse y sostener un diálogo que los conduzca a poner fin a esos enfrentamientos, llamando a la paz a sus respectivas comunidades y estableciendo en ellas la concordia y la buena voluntad que derivan de la doctrina que Cristo predicó.
Si unos y otros, católicos y protestantes, se llaman cristianos, no es posible explicar, y menos aún admitir, esas persecuciones y violencias por motivos religiosos. La responsabilidad de tales antagonismos no radica en los habitantes de esos pueblos, víctimas de la falta de bienes sociales importantes, como la educación, que entre sus frutos cuenta la tolerancia y el respeto a las creencias de los demás.
Los responsables son quienes guían a esa gente, sean curas católicos o ministros protestantes. Si no trabajan juntos para instaurar la paz están cayendo en culpa grave de omisión. Si atizan los conflictos, o los toleran, faltan gravemente a la doctrina que predican. Y no se los diré dos veces: Qui habet aures audiendi, audiat. El que tenga oídos para oír, oiga…
Capronio le dijo a su suegra: “Me encanta mirarla por el extremo opuesto del telescopio, suegrita. ¡Se ve usted tan lejos!”…
“Serás el rey –le comentó la novia del soberano en la noche de sus bodas- pero tu tamaño de ninguna manera se puede llamar regio”…
En el sillón de la sala Susiflor y su novio estaban entregados al eterno rito del amor. Uso esa frase para no decir que estaban follando como locos. Desde lo alto de la escalera que llevaba al segundo piso los veían los papás de la muchacha. La madre se enjuga una lágrima con su pañuelo de batista y le dice emocionada a su marido: “¡Y pensar que apenas ayer le estaban saliendo los dientecitos!”…
FIN.

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