Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Mucho y nada que decir
2013-09-15 | 11:06:18
Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, invitó a la linda y avispada Rosibel a dar un paseo en su automóvil. Le preguntó ella: “¿Funciona bien el claxon de tu coche?”. “Sí –respondió, desconcertado, el salaz cortejador-. ¿Por qué?”. Respondió con una sonrisa la muchacha: “Porque eso es lo único que podrás tocar esta noche”...
Ovonio Grandbolier, sujeto poltrón, harón, tumbón, mogollón y remolón -en una palabra güevón, si me es permitido ese expresivo vulgarismo-, no juntaba en toda su vida un turno de 8 horas de trabajo. Cierto día llegó a su casa y le dijo a su señora: “Fui al circo, vieja, y vi en el trapecio a una mujer que sostiene a su marido con los dientes’’. “¡Bah! -se burló ella-. ¡Yo te sostengo a ti con otra cosa, y ni presumo!’’...
La esposa de don Languidio le dijo a su marido: “Necesito otra plancha’’. Preguntó él: “¿Qué le pasa a la que tienes?’’. Respondió con tono agrio la señora: “Le pasa lo mismo que a ti: tarda en calentarse, se le acaba el calor muy pronto, y ya no tiene resistencia’’...
Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad pero de mala educación, comentó que había visto en la tele una película viejita bastante buena, pero de nombre muy feo. “¿Qué película es ésa?’’ -le preguntaron. Respondió ella: “Se llama ‘La cacota que éste dejaba’’’.
Dice una de las señoras presentes: “Ya sé a qué película te refieres. Pero se llama `Krakatoa, al este de Java’’’. (Yo recuerdo haber visto ese film. Es de 1969, si la memoria no me falla, y en ella aparecen Maximilian Schell, Rossano Brazzi y Sal Mineo, entre otros. Lo que aprendí demasiado tarde, al igual que los productores de la película, es que Krakatoa no está al este de Java, sino al oeste)…
Astatrasio Garrajarra llegó a su casa en altas horas de la madrugada y en competente estado de ebriedad. Su esposa se negó a abrirle la puerta. Dormiría con el perro, le dijo hecha una furia, en castigo a sus excesos y desmanes.
”¡Déjame entrar, viejita, por favor!’’ -gritó suplicante Garrajarra-. ¡Afuera es noche y llueve tanto!”. “¡Lárgate, borracho! -le gritó con destemplada voz su consorte, furibunda-. ¡Vete de aquí, beodo, briago, dipsómano, azumbrado, temulento, ebrio, chispo, alcoholizado, pellejo, mamado, borrachín! ¡Vete!’’.
“Abre la puerta por favor, mi cielo -insistió el tartajoso catavinos-. Te traigo una sorpresa’’. “¿Qué sorpresa es ésa?’’ -preguntó curiosa la mujer al tiempo que se asomaba por la cerradura para tratar de ver. Anunció alegremente Garrajarra: “¡Me saqué en una rifa una estufa y un trinchador!’’.
La esposa abrió la puerta, salió y le preguntó a Astatrasio: “¿Dónde están esos muebles? No los veo’’. Contestó el borracho al tiempo que le entregaba una corcholata de refresco: “Con esta ficha los puedo reclamar. Mira, aquí lo dice: ‘Estufa y trinchador’’’. “¡Qué estufa y trinchador ni qué tus narices! -se enfureció la mujer-. ¡Aquí dice: ‘Estudia y triunfarás’!’’...
Doña Gorgolota, mujer mal encarada y de carácter agrio, llegó a su casa y encontró a su esposo tomando una ducha con la joven y guapa criadita Mary Thorn. “¡Ah, infames! -prorrumpió la mujer en paroxismo de rugiente cólera-. ¡Libidinosos abarraganados, procaces libertinos, torpes amancebados sin pudor!’’. “Ay, Gorgolota -se quejó el infiel marido con tono lamentoso-.
Nosotros tratando de ahorrar agua y tú regañándonos’’...
Llegó a la granja una vendedora de cosméticos y le preguntó al niño de la casa por su hermana. “Búsquela en el granero -le aconsejó el chiquillo-. De seguro está ahí follando con el peón’’. “¡Santo Cielo! -se escandalizó la visitante-. ¿Por qué dices tal cosa?’’. Explicó el muchachillo: “A mi hermana le gustan solamente dos cosas en el mundo, y la tele está apagada’’...
Hefestino, hombre de edad madura, casó con Susiflor, doncella núbil. Antes de empezar la noche de bodas el flamante novio le hizo a su mujercita una súbita revelación. “Mi vida -le dijo-, quiero que sepas que perdí un pie en un accidente. Uso una prótesis. Nunca te lo dije, no sé por qué. Perdóname’’.
Ella se echó a llorar muy afligida, no tanto por haberse enterado de aquella circunstancia cuanto por el sentimiento de saber que él se la había ocultado. Pidió a Hefestino que la dejara sola unos momentos y llamó por teléfono a su madre. “¡Mami! -le dijo atribulada y congojosa-. ¡Hefestino no tiene un pie!’’. “Vamos, vamos –trató de consolarla la señora-. El tamaño no importa, hija mía. Si él te quiere, confórmate tú con lo que tenga’’...
(No le entendí)...
FIN.

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