Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Termina con la lucha de clases
2013-09-26 | 08:42:39
Un tipo y su amigo hacían recuerdos de los pasados tiempos. Preguntó aquel: “¿Te agarraste a moquetes cuando eras joven?”. “Sí -respondió el otro-. Muchas veces”. “Bueno –le informa el primero-. Moquetes regresó al pueblo, y te anda buscando”.
He aquí un lindo cuento surrealista. Un chofer conducía su pesado camión de carga por la carretera. Cada kilómetro se detenía, bajaba del camión y golpeaba por todas partes la lona que cubría su vehículo. Vio eso un oficial de tránsito y le preguntó: “¿Por qué hace eso?”. Respondió el camionero: “Llevo 8 toneladas de mariposas, y mi camión solo puede cargar 6 toneladas”.
La reforma fiscal hizo un milagro que nadie jamás había conseguido: terminó con la lucha de clases. En efecto, la burguesía, la clase media y el proletariado se han unido para oponerse a los gravámenes que esa onerosa carga les impone.
Hasta donde recuerdo jamás la Secretaría de Hacienda ha sido objeto de críticas tan duras como las motivadas por esa propuesta de reforma, la cual traerá más daños que beneficios, según opinión de los expertos.
Yo no me ocupo en orientar a los secretarios de Estado. La modesta labor que a mí mismo me he impuesto en forma totalmente desinteresada es orientar a la República. Sugiero, sin embargo, que se revise a fondo esa reforma.
Se bien que un nuevo impuesto a nadie hace reír, pero también se –por poner solo un ejemplo- que gravar el pago de las colegiaturas en las instituciones de educación privada es motivo más que suficiente para que los padres de familia protesten con razón.
He aquí que cada alumno de un plantel particular deja libre un sitio en una escuela pública. En vez de corresponder a eso haciendo deducible el pago de las colegiaturas, el gobierno castiga ahora a los padres imponiéndoles una carga fiscal adicional.
Lo mismo sucede en relación con los refrescos, la construcción de viviendas populares, la zona fronteriza, las maquiladoras y otros tributos que en vez de promover la economía estorbarán su desarrollo.
Recaudar el dinero es cosa fácil; lo difícil es manejar el fisco en tal manera que favorezca la inversión, la creación de empleos, la productividad; en suma, el progreso del país y el bien de sus habitantes. No necesitamos cobradores: necesitamos impulsores de la economía. Y nadie voltee a verme a mí: yo no sirvo ni para una cosa ni para la otra.
“Solo que la mar se seque / no me bañaré en sus olas. / Solo que el taco se enchueque / no te haré tres carambolas”. Don Poseidón, labriego acomodado, le recitó esa cuarteta petulante a la Margaritona, joven mujer de enhiesto busto, grupa poderosa y recios muslos capaces de hacer pedazos un coco de palmera con un solo apretón.
Una real hembra era la tal Margaritona. Aceptó el desafío de don Poseidón, y le dio cita en su casa a horas de la noche, cuando el pueblo durmiera ya y no hubiera testigos de aquel encuentro erótico.
Pero ¡ah, sino fatal! Cuando se vio ante esa formidable varonesa, que se le presentó con mucha naturalidad al natural, el carcamal se puso tan nervioso que no acertó a izar la grímpola de su masculinidad.
“¿Qué le pasa, don Poseidón?” –le preguntó Margaritona, entre burlesca y retadora, al ver aquel incumplimiento de promesa. “Quién sabe –respondió él, aturrullado-. Jamás me había sucedido esto”.
“No se afane –lo tranquilizó la mujerona-. Lo mismo les sucedió conmigo al alcalde, al boticario, al médico, al notario, al ingeniero de minas, al actuario, al pastor protestante, al veterinario, al maestro, al operario, al señor cura y a todo el vecindario.
Eso que a usted le sucedió les pasa alguna vez, tarde o temprano, a todos los hombres, y no ha de ser motivo ni de vergüenza ni de preocupación; nada que una mujer comprensiva y cariñosa no pueda remediar.
Además la imaginación ayuda, y lo que no se hace de un modo se puede hacer de otro. Estoy segura de que la próxima vez se pondrá usted a la altura de las circunstancias”.
Don Poseidón le dio las gracias a la Margaritona por su apoyo moral, y algo mohíno regresó a su casa y se acostó a dormir. A eso de las 5 de la mañana se despertó con ganas de desahogar una necesidad menor.
Cuando lo hacía le dijo con rencoroso acento a la alusiva parte: “¡Desgraciada! Siempre que tú lo necesitas yo me levanto. ¿Por qué tú no te levantaste ahora que te necesitaba yo?”… FIN.

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