Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
La culpa
2013-09-27 | 21:43:12
Un bochornoso incidente hubo de sufrir don Sinople Gules en su reciente visita a Cuitlatzintli. Ahí se encuentra la exhacienda de los ancestros de su esposa, doña Panoplia de Altopedo, ilustre familia de noble y antiguo abolengo que hizo su fortuna con el comercio del tequesquite y la venta de chichicuilotitos vivos.
Sucedió que don Sinople salió a pasear por el parque del pueblo. No tomó en cuenta que tal es el sitio donde se juntan los bellacos del lugar, ociosos léperos sin oficio ni beneficio que se ocupan sólo en urdir maldades y desgarrar honras ajenas.
Pasó frente a ellos don Sinople. Vestía traje blanco de franela inglesa, calzaba botines de charol con guardapiés, lucía cuello de pajarita, se cubría con un finísimo panamá, y llevaba en la mano derecha su bastón de junco y en la izquierda sus guantes de cabritilla.
Al verlo, así ataviado, un individuo que estaba en el corro de los majaderos profirió un obsceno ruido a modo de trompetilla o pedorreta que hizo soltar el trapo de la risa a sus infames contlapaches. Quien tal hizo era un vulgar sujeto conocido con el mal nombre de El Charifas, famoso por sus truhanerías y maldades.
Enrojeció don Sinople, hasta la raíz de los cabellos, por esa sonorosa ofensa, y más por las risotadas de los pícaros. Volvió sobre sus pasos y se encaró al Charifas. ¿A mí esa burla, señor mío?” –le preguntó tratando de contener la cólera.
“Voy, voy” –le contestó, cínico, el tunante. “A ningún lado irá usted, bribón tunante –le respondió el ofendido caballero-, sin darme cumplida satisfacción por su profazo”. Y así diciendo le cruzó el rostro con uno de sus guantes, tras de lo cual le hizo entrega de su tarjeta de presentación.
“Designe usted padrinos –le indicó-, a fin de que acuerden con los míos los términos del duelo. Como yo soy el ofendido escojo la pistola, a 10 pasos, acortando tres en cada disparo fallido.
El lance se regirá por las prescripciones del Código Nacional del Duelo, obra del Coronel de Caballería don Antonio Tovar, editado el año de 1891 en la Imprenta de Ireneo Paz, callejón de Santa Clara número 6. Lo espero antes del amanecer en el panteón. Ahí será el campo del honor”. Eso dijo don Sinople, y luego se alejó con dignidad.
El Charifas se quedó como quien ve visiones. “¿Qué trae este loco?” –preguntó, estupefacto, a sus amigos. “Te está retando a duelo –le explicó uno-. Tendrás que ir mañana y agarrarte con él a balazos hasta que alguno de los dos caiga. Y de seguro serás tú, pues nada sabes de duelos ni pistolas”. “¡Uta! –se consternó El Charifas-.
Y precisamente mañana, que mi compadre Nabor mata cochino y se va a poner buena la cosa. En fin, mañana será otro día”. Brilló al siguiente el primer rayo del Sol. En el cementerio estaban ya don Sinople y sus padrinos, acompañados por un médico y un juez de campo. Vestían todos de riguroso frac, con sombrero de copa y guantes blancos.
Sendas pistolas estaban dispuestas ya sobre una mesa, lo mismo que los instrumentos quirúrgicos, vendas y medicinas que traía el galeno para atender a quien resultara herido. En eso llegó un sujeto en una bicicleta. Venía silbando despreocupadamente; traía playera de rayas, pantalón roto y gorra desteñida.
Preguntó: “¿Quién es Sinople Gules?”. “Don Sinople Gules, si me hace usted favor” –respondió con ofendida dignidad el aludido remarcando la palabra “don”. Manifestó entonces el otro: “Soy el Chirolas, y vengo de parte del Charifas. Le manda decir que se da por muerto, y que su última voluntad es que vaya usté a tiznar a su madre”.
Había una muchacha muy fea a quien todos apodaban “La culpa”, porque nadie se la quería echar. Aún no se acaban de remediar los efectos inmediatos de las inundaciones cuando ya los políticos empiezan a echarse la culpa unos a otros por las muertes y daños que causó el desastre.
Imposible es pedirles que se dejen de dimes y diretes: en estos casos se necesita siempre el consabido chivo expiatorio, víctima propiciatoria para lavar las culpas que a todos corresponden por igual.
El chivo expiatorio, pues, también se da por muerto, y, en relación con los que no hicieron, lo que debían hacer para proteger a la población, expresa su última voluntad, muy parecida a la que manifestó el Charifas... FIN.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018