Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
2013-03-12 | 21:46:38
“Mami: ¿puedo usar brassiére?”. “No”. “Pero, mami, ya tengo 14 años”. “No importa. No puedes usar brassiére”. “Mami, todas las niñas de mi edad ya usan brassiére”. “Posiblemente, pero entiéndelo de una vez por todas: tú no puedes usar brassiére, Juanito”… Dos hombres se encontraron en una convención. Uno calzaba sandalias y se cubría con una sábana a la manera de Mahatma Gandhi; el otro vestía atuendo de piel roja, con penacho y todo, al estilo Sitting Bull. Los dos hablaron al mismo tiempo: “Qué raro. Me dijeron que eres indio, pero no lo pareces”… Aquel señor proveniente de un país arábigo narró en su español dificultoso: “Por la mañana yo subirme a mi terraza. Después, por la tarde, subirme a mi terraza otra vez. Y por la noche subirme nuevamente a mi terraza”. En eso llegó una mujer guapa y frondosa. Dice el hombre: “Les presento a Terraza”. (Nota: quizá la dama se llamaba Teresa, pero eso es solo una especulación. Lo que sí puedo decir es que seguro aquel señor bebía las miríficas aguas de Saltillo, pues era capaz de consumar la hazaña de subirse tres veces diarias a su terraza. Conocí a otro añoso caballero –tenía 90 años- que cotidianamente bebía un centilitro de esas aguas taumaturgas. Y contaba: “Todos los días, excepto los jueves, tengo sexo con una chica de 20 años”. Alguien le preguntó: “¿Por qué los jueves no?”. Respondió el provecto galán: “Es que ese día descansa mi mayordomo”. Inquirió el otro: “¿Y qué tiene que ver con esto tu mayordomo?”. Explicó el veterano señor: “Es el que me ayuda a subir sobre la chica, y luego me baja”… He aquí una frase hecha: “En medio de general beneplácito”. Las frases hechas tienen la ventaja de que ya están hechas, igual que la ropa a la medida, y no tiene uno que esforzarse en inventarlas. A mí me gustaría mucho ver esa frase en una lápida mortuoria: “En medio de general beneplácito yace aquí Fulano de Tal”. Pero creo que jamás veré tal expresión en una tumba. Después de muertos todos somos buenos. El caso es que en medio de general beneplácito Enrique Peña Nieto presentó su iniciativa de reforma en el campo de las telecomunicaciones. La propuesta fue recibida aterciopeladamente; los poderosos poderes fácticos, que son bastante fácticos –quiero decir pragmáticos-, no solo se allanaron al proyecto, sino además lo aplaudieron. Es improbable que el Congreso haga cambios mayores al documento recibido. El Presidente, entonces, sigue anotando goles, y sin causar sobresaltos logra en distintos ámbitos lo que muchos pensaban no se podría conseguir. Esta iniciativa, se ha dicho, es un avance en la lucha contra los monopolios. Otros quedan, públicos y privados, a los que convendría igualmente poner mano. Mientras tanto en ese terreno, el de las comunicaciones, Peña Nieto propicia una mayor competencia, y eso es bueno. Al respecto se me ocurrió una frase: “La consecuencia de la falta de competencia es la incompetencia”. Ignoro si esa frase ya esté hecha. Tampoco sé si merece ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero. Espero, sin embargo, que también sea recibida en medio de general beneplácito… Libidiano Pitonier, hombre dado a la salacidad, a la lubricidad, a la sensualidad y a la voluptuosidad, aunque quizá no necesariamente en ese orden, recibió un mensaje: “Sé que usted y mi esposa Mesalina tienen encuentros clandestinos en el Motel K-Magua. Si no suspende esa inmoral acción deberá atenerse a las consecuencias”. Respondió Libidiano: “Estimado señor: Recibí su atenta circular…”… Himenia Camafría y Solicia Sinpitier, maduras señoritas solteras, asistieron a una fiesta. Ahí conocieron a un hombre de aspecto interesante. Le dice Himenia: “Se ve usted muy pálido, señor”. Contesta él: “Es que pasé 10 años sin recibir la luz del Sol”. “¿Cómo es eso?” –preguntó, sorprendida, la señorita Sinpitier. El individuo, apenado, respondió: “Estuve en la cárcel”. “¿Por qué?” –se inquietó Solicia. Contestó el hombre bajando la vista: “Asesiné a mi esposa”. Al oír eso la señorita Himenia le da al tipo una amistosa palmadita en el hombro y le dice con sonrisa picaresca: “Ah, conque solterito ¿eh?”… En una cantina de barriada de la Ciudad de México decía un individuo: “Suspiro por París. Allá yo era ‘Francois, le Champion de la Sensualité’. Acá soy Pancho el Puñal”… (¡Cuidado, Pancho! ¡Mira bien el uso que haces de esa última palabra! ¡Aplican restricciones!)… FIN.

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