Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
2013-03-05 | 21:42:03
            La guapa esposa dueña de prominentes bubis le dijo a su marido en el avión: “No te preocupes por la aduana, viejo. En el momento en que nos vayan a revisar las maletas haré que se me salga una”… La bondadosa dama llamó a la puerta de Avaricio Cenaoscuras, el hombre más cicatero del condado. Le dijo: “Estoy haciendo una colecta para la alberca de los boy scouts”. Para sorpresa de la señora el agarrado respondió: “Gustosamente contribuiré. Permítame un momento”. Fue y regresó con una cubeta de agua… En el curso de un viaje don Algón llegó al aeropuerto de la ciudad donde estudiaba su hijo. El vuelo de conexión saldría 5 horas después, de modo que decidió hacerle una visita, aunque eran ya las 2 de la mañana. Tomó un taxi y se dirigió a la casa donde vivía el muchacho. Llamó a la puerta; se encendió una luz en el segundo piso y un estudiante se asomó a la ventana. Le preguntó don Algón: “¿Aquí vive Golfalino Huévez?”. “Sí -respondió el que se había asomado-. Déjelo en el jardín; mañana lo recogeremos”… En estos días me pregunto cuál es hoy por hoy la posición de la oposición. La veo desmorecida y desmedrada, aunque más justo sería decir esta última palabra cambiando por una letra a la e segunda. El PAN no se repone aún de su debacle, y rumia ahora sus remordimientos, o se expone al ludibrio general con manifestaciones tales como la del señor Cordero, quien dijo que en su tiempo no vio nada, no oyó nada, nada supo y se enteró de nada. El PRD, por su parte, tiene perdido el rumbo. Vacila entre los pragmatismos impuestos por la nueva situación y la necesidad de volver a ser lo que antes fue, y se enfrenta a la posibilidad de ver sus filas amenguadas cuando llegue oficialmente la Morena de López Obrador. Ante el fortalecimiento desmedido del PRI, convertido ahora en institución presidencial, es muy necesaria una oposición firme que contraste las acciones de un partido que es a la vez gobierno y de un gobierno que es a la vez partido. El único que está planteando tal oposición es López Obrador. Deberá hacer un esfuerzo para que sus posturas oposicionistas sean razonadas y razonables, de modo que hallen eco entre la población, y no fincarlas en eslóganes que por repetidos hasta la saciedad carecen de eficacia ya. Por eso me pregunto cuál es ahora la posición de la oposición. Y otra pregunta me hago: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... Don Astasio llegó a su hogar después de cumplir su trabajo de tenedor de libros. Colgó en el perchero su saco, su sombrero, su bufanda y la gruesa hungarina que ese día había vestido, pues llovía copiosamente. (¿Cómo es posible, digo, que llueva en la ciudad y no llueva en el Potrero de Ábrego? La riqueza del cielo, igual que la de la tierra, está mal distribuida). Fue don Astasio a la recámara a buscar su bata de casa, y lo que halló fue a su mujer refocilándose cumplidamente con el toroso joven repartidor de pizzas. Lo primero que se le vino a la cabeza al consternado esposo fue esto: “¡No puede ser! ¡Pizza otra vez para la cena!”. (Extraña es, en efecto, la naturaleza humana: el rey Lear, en trance de llorar la muerte de su amada hija, repara en que se le ha caído un botón). Fue don Astasio al chifonier donde guardaba una libreta con dicterios para afrentar a su mujer en tales ocasiones; regresó y le dijo con acento severísimo: “¡Venéfica!”. Esa palabra significa bruja. No interrumpió por eso doña Facilisa –así se llama la señora- lo que estaba haciendo. Hay personas que se distraen muy fácilmente; ella, en cambio, se concentraba en su labor. “La pizza –le dijo a su marido- está en la mesa de la cocina. Es de salami”. “¿Y este joven? –preguntó don Astasio. “Es el repartidor” –contestó doña Facilisa. “No lo seré por mucho tiempo –aclaró el muchacho-. Estoy ya en el tercer bimestre de mi carrera. En junio me graduaré de agrimensor”. “No me interesa su vida privada, joven” –acotó el esposo. Doña Facilisa lo amonestó, solemne: “Eso es lo que te pierde, Astasio: tu egoísmo. No te interesas nunca en los demás. Deberías leer el libro del señor Dale Carnegie intitulado ‘Cómo ganar amigos e influir sobre la gente’. Yo lo leí, y mírame aquí, con mi amigo”. No dijo más el lacerado esposo. Salió muy digno de la habitación, y aunque seguía lloviendo a cántaros –así se dice- fue a la tienda de la esquina y se compró un sándwich para la cena. Castigaría a su mujer y al mozalbete negándose a comer la pizza… FIN.

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