Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
2013-02-28 | 21:13:16
En el Potrero de Ábrego se cuentan todavía historias semejantes a los “enxiemplos” medievales, piadosos relatos de edificación. Oí hace tiempo uno acerca de cierto humilde monje que trabajaba en su convento cosiendo y remendando la ropa de los frailes y de la gente pobre. Le llegó el día de la muerte. En su lecho de agonía pidió que le llevaran la llave del Cielo. Sus hermanos, desconcertados por la extraña petición, le presentaron un crucifijo. Él, con la cabeza, dijo que eso no era lo que quería. En seguida le acercaron un rosario; tampoco lo admitió. El padre portero tuvo una inspiración: fue al rincón donde el agonizante había trabajado, buscó su aguja y se la llevó. La tomó él, amoroso, entre los dedos y le dijo: “¿No es cierto, hermanita, que juntos trabajamos tú y yo toda la vida, y juntos hicimos el bien a nuestro prójimo? Ahora, por la misericordia del Señor, tú me abrirás la puerta del paraíso”. Y así diciendo salió de la vida con una sonrisa de serenidad. El mensaje del cuento es muy sencillo: el Cielo –vale decir la salvación, la justificación de una existencia- se puede ganar hasta con una aguja. Ahora pongo aquí unas palabras, y suplico a mis cuatro lectores que las lean: “He caminado leguas y leguas, todas las leguas que Dios ha querido, y me siento cansado y un poco triste. Me detengo a reposar un momento mi fatiga, y vuelvo la vista hacia atrás. El camino recorrido es largo; se pierde en una lejanía indefinible. Pasé por lugares apacibles, de sosiego deleitoso, con verdes lontananzas que le pusieron inefable paz a mi espíritu, y atravesé por otras áridas tierras, grises, polvorosas, llenas de agrios peñascales y cardos punzadores que me acometían para desgarrar mis carnes. Veo hacia adelante, y el sendero se dobla en un recodo obscuro metido entre negros y grandes peñascales informes. ¿Está cerca, está lejos esa revuelta de la vía? Sólo Dios sabe la distancia. Yo estoy pronto, Señor, para cuando Tú ordenes que entre en la tiniebla misteriosa de esa noche intempesta. Mas para ese atardecer tengo mi lámpara, y mientras Él no me llame para sí cumpliré contento mi destino. Mi vida ya se encuentra en sosegada tranquilidad. Se ha aquietado en ella toda turbación; se halla en serenidad contemplativa; está en paz. La paz de la conciencia, la dulce satisfacción del deber cumplido, valen y duran tanto para el corazón humano como la más perdurable gloria…”. Esas palabras las aprendí de memoria hace mucho tiempo, y las he recordado hoy. Las escribió poco antes de su muerte mi ilustrísimo paisano saltillense, don Artemio de Valle Arizpe. Iba a leerlas él en una presentación pública como parte del ciclo “Trato con escritores” que presentó el INBA en la Sala Ponce del Palacio de Bellas Artes. Anciano, enfermo, Valle Arizpe asistió al acto, pero no pudo dar lectura ya a su hermoso texto, que tituló “Historia de una vocación”. Lo leyó en su lugar, con galanura y sentimiento, quien era incuestionablemente el mejor lector de México: Salvador Novo. Estuve presente en la ocasión, y evoco la emoción que me causó aquel testamento literario de don Artemio, tan bien escrito, tan sincero. Memoricé después -lo dije ya- algunas de sus páginas, y las he llevado conmigo hasta este día. Hoy las transcribo en homenaje de otro hombre anciano también, también enfermo, que se ha despedido del mundo con la misma serenidad y semejante paz con que le dijo adiós aquella tarde mi insigne conterráneo. Ahora el Papa Benedicto tiene el título de Emérito. Tuvo el supremo valor y la humildad suprema de la renunciación. Se va para que otra mano más firme que la suya guíe la nave de San Pedro. Milenario navío es ése; ha conocido otros vientos y otras tempestades. Los tiempos de hoy son para la Iglesia aciagos, borrascosos. Algunos hijos suyos -pocos cuando se les compara con el número inmenso de los buenos- extraviaron el rumbo y la dañaron. Más contra la borrasca está la roca. La renuncia de Benedicto, lejos de hacerle daño, le da a la nave más fortaleza y nuevo impulso. Aquellas palabras que arriba transcribí, escritas en México hace ya más de medio siglo por un hombre de profunda fe cristiana, Valle Arizpe, podría decirlas ahora Benedicto. También él se va tranquilo, en paz, a esperar la perdurable gloria que aguarda a quienes en medio de las tinieblas supieron dar su luz… FIN.
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