Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
2013-03-11 | 21:44:34
Esta columnejilla trata hoy de mulas y de leones. Entre esos dos animales hay más semejanzas de las que cualquiera se imagina. Una mula puede ser más fiera que un león (no que una leona). Lo digo por experiencia. En el Potrero de Ábrego hay numerosos mulos y mulas quentoques. Se llaman así porque hace muchos años un tío bisabuelo trajo un hato de burros de Kentucky, los más grandes y fuertes que se conocen. De ellos y de sus descendientes, con el concurso de las yeguas locales, ha salido una progenie mular que no tiene parigual en la comarca. Yo soy el orgulloso –y temeroso- dueño de una de esas mulas quentoqueñas. Le puse por nombre Realidad, en consideración a que la realidad es más terca que una mula. Es de verse la cara de los visitantes que no saben de la mula y de su nombre cuando el viejo don Abundio me dice, pongamos por caso: “La Realidad está enferma, licenciado”. Piensan que es una profunda disquisición moral. Pues bien: nunca podemos hacer que la Realidad se acomode a nuestros designios. Ella se impone siempre, sea cual sea nuestra voluntad. Igual sucede con la realidad. Consideremos ahora el caso de los leones. En su famosa fábula (I,5), Fedro habló del león, que siempre tomaba para sí la mayor parte de la presa. Cuando los otros animales le preguntaron por qué cometía ese abuso de poder, el rey de la selva contestó, soberbio: “Quia nominor Leo”. Porque me llamo León. En el caso de las Islas Malvinas-Falkland la realidad de los hechos seguirá imponiéndose sobre cualquier otra consideración. Yo he estado en ese remoto sitio, y puedo decir que el talante de las islas y de sus habitantes es absolutamente británico. Así lo determina, si no la geografía, sí la historia. Y la voluntad de sus habitantes lo confirma. Son hechos consumados. No ignoran eso, desde luego, los gobernantes de Argentina; pero que cada vez que hay una crisis, ya de política, ya de economía, ondean el lábaro de la soberanía sobre las Malvinas para distraer a la población. Esa demagogia causó en el 82 la absurda pérdida de mil vidas de jóvenes. Ya no hagan más tango los gobernantes argentinos. La verdad monda y lironda es que nada hará que Inglaterra ceda el dominio que desde 1833 detenta sobre las islas, donde han nacido ya seis generaciones de isleños que se consideran ingleses. Lo mejor sería que Argentina se aviniera a no reclamar lo que tiene ya perdido, y llegara con Inglaterra a un acuerdo integral que le permitiera tener acceso a las nuevas riquezas que en ese mar se han encontrado. Hay ocasiones –muchas- en que la fuerza del derecho debe ceder ante el derecho de la fuerza. Quizá Argentina tenga la razón -yo no lo dudo-, pero el león inglés tiene la fuerza. “Ultima ratio”, decía una inscripción que se ponía en los cañones. La última razón. De lo perdido lo que aparezca. Lo demás es politiquería demagógica… Dulcilí, muchacha ingenua, vio sobre el escritorio de su jefe dos objetos que le llamaron la atención. Le preguntó: “¿Qué son?”. Respondió el jefe: “Son pelotas de golf”. Una semana después Dulcilí vio ahí otras dos pelotitas. “Lo felicito, don Algón –le dijo al jefe-. Veo que cazó usted otro golf”… No hay sentimiento humano que la música no pueda exagerar. Los inmortales de la música han sufrido para que los mortales podamos gozar. En efecto, el arte musical proporciona a los humanos dichas inefables. Tomen ustedes por ejemplo el caso de Afrodisio Pitongo. Sus amigos lo invitaban a ir al bar, y él contestaba: “Hoy no. Esta noche Hornig toca la dulzaina”. Pasaban unas semanas, y los amigos de Afrodisio le decían que iban a ver en la tele un juego de futbol. “No puedo acompañarlos –se disculpaba él-. Hornig dará hoy un recital de dulzaina”. Lo convocaban luego a una partida de dominó. “Me es imposible ir –declinaba la invitación Pitongo-. Esta noche Hornig tocará un concierto de dulzaina”. Llegó el día en que los amigos se molestaron por sus continuas negativas. “Bueno –le preguntó uno con enojo-, ¿qué carajos es una dulzaina, y quién es ese tal Hornig?”. Les explicó Afrodisio: “Una dulzaina es un instrumento musical de viento parecido al oboe. Y Hornig es el marido de una amiguita mía a cuya casa voy cuando Hornig toca la dulzaina”. (¡De lo que te has perdido, Pitongo! ¡La otra noche Hornig interpretó “Don’t give my daddy no more wine” con acompañamiento de tamboril! ¡Sublime!)… FIN.

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