Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Inutil e irrisorio
2013-03-08 | 21:44:23
En el curso de un acalorado debate, el abogado le mentó la madre al juez, le dijo éste: “Pagará usted una multa de 500 pesos por haberme faltado al respeto”. El litigante sacó la cartera. Le indica el juzgador: “No es necesario que pague ahora mismo”. “Ya lo sé -contesta el abogado-. Estoy viendo si me alcanza para mentársela otra vez”…
En la cantina un sujeto grandulón le dijo a un chaparrito: “Es usted un pendejo”. El chaparrito se levantó de su silla y le hizo frente al insultante tipo: “¿Me dice eso en serio o en broma?”. “Se lo digo en serio” -respondió el otro poniéndose igualmente de pie. “Ah, entonces está bien -dijo entonces el chaparrito volviendo a sentarse-. Porque bromitas conmigo, no”…
Sor Bette, novicia en el convento de la Reverberación, exclamó con molestia: “¡Ah, estas moscas cómo friegan!”. “Hermana, hermana -la reprendió dulcemente Sor Dina, la reverenda madre superiora-. No trate usted así a esas criaturitas del Señor, también ellas forman parte de la creación, y debemos sufrir con paciencia las incomodidades que nos causan. No use con las mosquitas esas palabras fuertes. Dígales solamente: ‘¡Shu! ¡Shu!’, y verá que solitas se van a la chingada”…
¡Columnista lengüilargo! Sólo unos cuantos renglones has escrito y ya has puesto en ellos tres o cuatro majaderías. ¿Algún propósito tiene ese despliegue de palabras gruesas que rara vez, o nunca, empleas en tus textos? Me sirven esos ejemplos para decir que el lenguaje no lo hacen -ni lo deshacen- las reales academias, y menos aún las cortes, por supremas que sean. El lenguaje es una creación del pueblo, de la gente común -vale decir tú y yo-, y sólo Su Majestad el Uso consagra tal o cual palabra o la lleva al olvido del desuso. He aquí que la Suprema Corte acaba de prohibir el empleo de las palabras “puñal” y “maricón” para aludir a un hombre homosexual. Cosa de risa es ésa, ciertamente, que expone al máximo órgano de justicia de la Nación a no ser tomado en serio. Yo simpatizo abiertamente con los gays, las lesbianas, los bisexuales y transexuales, etcétera. Defiendo el derecho de cada quién a hacer con sus correspondientes partes lo que le dé la gana, con tal de que lo haga en forma libre, consciente, y sin causarse daño ni hacerlo a los demás.
Pienso que son merecedores de reprobación y de castigo quienes maltratan de palabra u obra a quienes tienen una preferencia sexual distinta a la suya, y entiendo que la homofobia, y sus torpes manifestaciones, son resultado de la ignorancia, de la falta de cultura. Pero sólo a través de la educación, y no de las prohibiciones, se eliminará esa lacra. No creo que aquella prohibición que mencioné, beneficie a las personas homosexuales. En el caso, por ejemplo de la palabra “puñal”, lejos de vedarla debería la Corte imponer su uso obligatorio, pues el vocablo es eufemismo para no decir “puto”, voz cuyo empleo los señores magistrados no han prohibido, por lo menos hasta el momento en que estas líneas son escritas.
¿Eliminarán los supremos jueces todos los incontables términos que por insana tradición se usan en México para designar a los varones homosexuales? Decir los vocablos que siguen son citar sólo unas cuantas muestras de ese léxico: “joto”, “cuarentaiuno”, “lilo”, “cacorro”, “ninfo”, “daga”, “cuchumbo”, “fileno”, “cuina”, “invertido”, “amanerado”, “bardaje”, “amadamado” y “bujarrón”, junto a regionalismos tales como “choto”, que se emplea en algunas partes del sureste; “liso” y “hielo”, que se usan en los estados del noroeste, y “yulolón”, que se conoce sólo en Ciudad Ramos Arizpe, laborioso lugar de mi natal Coahuila.
Empeño inútil e irrisorio es poner veda a las palabras. Si la Suprema Corte prohíbe unas tendrá igualmente que prohibir otras. Acotado el uso de las voces “puñal” y “maricón” ¿por qué no impedir también para beneficio general, no particular, el empleo del sonoroso término “pendejo”, o de la mexicanísima mentada de madre, que también ofende mucho si cometes el error de hacerle caso?
La tipificación del delito de injurias, basta y sobra para reprimir y penalizar la conducta de quienes se valen de la palabra para ofender a otro. Lo demás es albarda sobre aparejo, y da lugar a burlas y chocarrerías indignas de la solemnidad de la Suprema Corte, ese alto y gravedoso tribunal, al que últimamente le ha dado por amenguar su altura y aligerar su gravedad. (Caón, a ver si alguno de los señores magistrados que votaron por retirar de la circulación las palabras “puñal” y “maricón” no me moteja con algún voquible aún no prohibido)… FIN.


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