Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
2013-03-06 | 21:46:48
En el campo nudista le dijo el joven socio a la bella y escultural recién llegada: “Me da mucho gusto conocerte”. Respondió la muchacha: “Ya lo veo”. (No le entendí)… El hombre de finanzas estaba en el hospital. Una enfermera le tomó la temperatura. “¿A cuánto está?” –preguntó el hombre. Contestó la enfermera: “39 y medio”. Le ordena el financiero: “Cuando llegue a 40 vende”… Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, le contó a un amigo: “Anoche tuve una espantosa pesadilla. Soñé que volvía a ser bebito. Mi mamá era Beyoncé. ¡Y a mí me gustaba la leche en biberón!”… El guía les mostraba a los turistas el sitio donde fue fusilado don José María Morelos. “Aquí –les dijo con solemnidad- cayó el Siervo de la Nación”. “Sí –comentó Babalucas-. Yo también me tropecé con esa desgraciada piedra”… El actor de cine llegó a su casa y encontró a su mujer con las ropas rasgadas y los cabellos en desorden. Le preguntó, alarmado: “¿Qué te sucedió?”. Gime la esposa: “¡Vino tu agente, y valiéndose de que estaba sola me hizo víctima de sus bestiales instintos de lujuria!”. “¿Vino mi agente? –pregunta el actor con ansiedad-. ¿Y no te dijo si tiene algo para mí?”… Paganino era un violinista de buena voluntad, pero de pésima afinación. Cuando murió llegó al Cielo con su estuche. “¿Qué traes ahí?” –le preguntó San Pedro, receloso. Paganino le alargó su estuche. Lo abrió el portero celestial y encontró en su interior una ametralladora. Paganino, consternado, clamó con desesperación: “¡No me explico esto!”. ¡Créeme, por favor, San Pedro! ¡Te juro que ignoraba lo que venía en el estuche!”. “No pasa nada –lo tranquilizó San Pedro-. Puedes entrar con tu ametralladora. La verdad, me preocupé porque pensé que traías el violín”… Érase que se era un hombre anciano cuyo tranquilo sueño en la mañana, después del largo insomnio de la noche, era interrumpido cotidianamente por tres muchachillos que en el camino hacia la escuela iban gritando y pateando los botes de basura de la calle, con lo que hacían un ruido estrepitoso que despertaba siempre al buen señor. Harto de aquello, el anciano decidió afrontar la situación. Una mañana esperó la llegada de los molestos chicos, y cuando los tuvo frente a sí les dijo: “Me gusta mucho, jóvenes amigos, su gozo de vivir. ¡Qué alegría muestran ustedes al pasar por aquí con esa algarabía que rompe el tedioso silencio de este aburrido vecindario! Me recuerdan ustedes mi propia juventud, cuando también iba por las calle dando patadas a los botes y gritando a voz en cuello. Permítanme ofrecerles algo a cambio de las gratas memorias que me hacen evocar, y del júbilo que con su alborozado ruido me producen. Todos los días le daré 20 pesos a cada uno de ustedes; pero, por favor, no dejen de pasar por aquí gritando y pateando los botes de los desperdicios”. Sorprendió bastante a los mocosos aquel ofrecimiento, pero lo aceptaron de buen grado. En efecto, cada mañana el anciano los esperaba en la puerta de su casa para darles los 20 pesos convenidos. Muy satisfechos con el trato los mozalbetes redoblaron sus esfuerzos, y los siguientes días gritaron más estentóreamente, y patearon los botes con más fuerza. A la semana les dijo el ancianito: “Muchachos: ando un poco mal de dinero. En adelante, en vez de 20 pesos podré darles solamente 10”. Algo a disgusto por la reducción del pago los críos se avinieron sin embargo a la nueva situación. Siguieron, pues, con su labor de gritar y dar patadas, aunque debo reconocer que no lo hacían ya con el entusiasmo de antes. Transcurrió una semana, y de nueva cuenta les habló el anciano: “Mi situación económica se ha puesto peor, amigos. Ahora podré pagarles únicamente 5 pesos”. Se amohinaron ellos. No obstante continuaron gritando y pateando al pasar por ahí, pero en forma ya francamente desganada. Días después les dijo el viejecito con tristeza: “Jóvenes: la cosa se ha puesto muy difícil para mí. Ya sólo podré darles un peso cada día”. Los arrapiezos se encresparon. “¡No manche! –le dijo el que parecía ser el jefe-. ¿Cree usted que por un chinche peso le vamos a seguir sirviendo? ¡Renunciamos! ¡A ver si por un peso encuentra quien le grite y le patee los botes!”. Y así diciendo se fueron muy dignos y arrogantes. A partir de ese día el anciano pudo dormir su sueño en paz... ¿Qué les parece, queridos cuatro lectores míos, si poco a poco les vamos reduciendo los emolumentos a nuestros diputados?... FIN.

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