Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
La madre patria
2013-03-10 | 21:38:48
“Anoche volví loco en la cama a mi marido”. Eso le contó una señora a su vecina. Preguntó la amiga muy interesada: “¿Qué hiciste para volverlo loco?”. Responde la señora: “Le escondí el control de la tele”…
Dulcilí, muchacha ingenua, se hallaba en un romántico paraje con Libidiano Pitonier, hombre proclive a la concupiscencia de la carne. Había luna llena, y soplaba un blando céfiro. Movida por la luna y por el céfiro Dulcilí le pidió a su amador: “Bésame como en las películas”. Preguntó el salaz galán: “¿Como en las películas que ves tú o como en las películas que veo yo?”…
“Una cosa debo decirle, señorita Grandchichier –le advirtió el médico a su paciente, mujer de exuberantes atributos pectorales-. Tenemos que cuidarle ese catarro, porque si le cae al pecho le va a durar toda la vida”…
Doña Medusia lee las cartas, lee la taza de café, lee el Tarot, lee la palma de la mano. Pero no lee libros. Por eso sus predicciones carecen de imaginación: se fincan sólo en lo que va a suceder. Le dijo a una linda chica después de echarle las cartas: “Veo en tu futuro un hombre de cabellos rubios y ojos azules”.
Le aclara con una sonrisa la muchacha: “Ya tengo novio, señora, y es moreno y de ojos negros”. “Pues no sé lo que harías anoche, linda –le contestó doña Medusia-, porque sigo viendo en tu futuro un hombre rubio y de ojos azules. Para mayor precisión, lo darás a luz dentro de nueve meses”…
Himenia Camafría, madura señorita soltera, le dijo con disgusto a su amiguita Celiberia Sinvarón: “Los hombres se vuelven cada día más insoportables. Ayer fui al cine sola, y tuve que cambiar de asiento siete veces”. Pregunta Celiberia: “¿Te molestaron?”. Responde la señorita Himenia: “Solamente el séptimo. Por fin”…
Don Cornulio se quejaba de su esposa. Dijo: “Tenemos 10 años de casados y todavía no conoce mis medidas. Ayer llegué a la casa, y en una silla al lado de la cama encontré ropa interior de hombre; una camisa; un pantalón; zapatos y todo lo demás. ¡Y nada me quedaba!”…
El médico que examinaba a los reclutas vio a uno magníficamente dotado por la naturaleza. Le preguntó, curioso: “Supongo que eso te viene por parte de padre”. “No –respondió el muchacho-. Me viene por parte de madre”. “¿Cómo es eso?” –se asombró el facultativo. Explica el recluta: “Cuando mamá terminaba de bañarme me sacaba de la tina agarrándome de lo primero que tenía a mano”…
Yo pertenezco -lo digo sin vanidad, pero con ufanía- a las “ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda” que en sonoros versos cantó Rubén Darío. Amo profundamente a España. La amo con amor de hijo agradecido que nunca olvida lo que a la madre debe.
Nací a ese amor leyendo los libros de dos paisanos míos saltillenses, hispanistas ambos: Artemio de Valle-Arizpe y Carlos Pereyra. Aquél escribió con galanura acerca de la Nueva España; éste relató los hazañosos hechos de los españoles que trazaron las rutas oceánicas y que al hacerlo trazaron también la ruta de nuestro ser.
En mi primera juventud caminé el Camino de Santiago tomado de la mano de aquel loco irlandés agitanado, Walter Starkie. Disfruté luego deleitosas noches en los jardines de España, con música de Falla. Viví en Madrid y en Santander. De ahí vinieron –y de las Canarias, y del País Vasco, y de Cataluña- quienes fundaron la casa donde ahora tengo casa.
Una mitad mía es española; en español hablo, y pienso, y creo. Por eso amo a la patria madre, y por muchas cosas más que no son para ser contadas, sino para ser sentidas.
Hoy agradezco de corazón la hermosa presea que me otorgó la Embajada de España en México, y que recibí la noche del pasado martes, en la Ciudad de México, de manos del Excelentísimo Señor Embajador, don Manuel Alabart. El texto del diploma alusivo me honra y me conmueve.
Dice: “Por su trayectoria como hombre y como escritor”. No sé si merezco esa alta distinción; si sé que me esforzaré en merecerla. Gracias, señor Embajador; a usted y a Doña Cristina, su gentil esposa, tan amable.
Gracias igualmente a don Alejandro Luna, cuya obra en bien de los demás merece reconocimiento. Gracias a Fernando Landeros, por su generosidad.
Sólo con estas palabras puedo corresponder a la bondad de tanta buena gente. Pero son palabras de gratitud, y eso las ennoblece… FIN.

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