Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-10-25 | 22:06:01
A muchas mujeres les encanta el sexo oral. Quiero decir que les gusta hablar durante el acto del amor. Expresan su entusiasmo en diferentes formas. Algunas, por ejemplo, son muy asertivas. Dicen: “Yea, yea!”. Otras le muestran el camino a su pareja: “¡Así! ¡Así!”. Las hay que tienen ternuras familiares. Exclaman: “¡Papacito!”. En Estados Unidos es frecuente, quizá por la tradición puritana del país, que las mujeres invoquen al Señor en el culmen del éxtasis erótico. Gritan: “Oh my God! Oh my God”. Al principio el Señor volteaba al escuchar su nombre, pero ha terminado ya por no hacer caso de esos citatorios. La costumbre de mencionar a Dios en el supremo instante de la delectación tiene un origen muy interesante. El Creador quiso darle una compañera a Adán. Cuando la estaba haciendo le preguntó al Espíritu: “¿Cuántas terminaciones nerviosas le pusimos al hombre en las manos?”. “20 mil” -le informó el Espíritu. Dijo el Señor: “Le pondré el mismo número a Eva. ¿Y cuántas le pusimos a Adán en los pies?”. “10 mil”. “También 10 mil le pondré a la mujer. Ahora dime: ¿cuántas terminaciones nerviosas le pusimos a Adán en la entrepierna?”. Respondió el Espíritu: “25 mil”. Se quedó pensando el Señor y luego dijo: “A la mujer le pondré 50 mil”. “¿Por qué tantas?” – se sorprendió el Espíritu. Respondió el Creador: “Me va a gustar oír cómo grita mi nombre”… La sombra de López Obrador es cada vez menos sombría. Dos sucesos recientes lo demuestran: la reunión de los gobernantes perredistas con Enrique Peña Nieto y la invitación que Marcelo Ebrard hizo al presidente Calderón para que lo acompañe a inaugurar una línea más del Metro. En los tiempos de AMLO esos encuentros no habrían sido posibles. El tabasqueño aportó al ejercicio de la política un elemento pernicioso: la incivilidad. Desde su perspectiva personal sus opositores no son adversarios políticos: son enemigos mortales. Si alguno de sus partidarios osa tener con ellos algún acercamiento se convierte automáticamente en un traidor. AMLO lleva consigo siempre esa intransigencia: o estás conmigo o estás contra mí. No cuadra con su modo de ser la idea de que la política se puede practicar civilizadamente, con tolerancia, respeto a los contrarios, pluralismo, apertura al diálogo y civilidad. Saludo entonces –así se dice en lenguaje de la izquierda- a los gobernadores salidos del PRD que hablaron con el presidente electo sobre temas que serán de beneficio para sus respectivas entidades, y saludo también la invitación hecha por don Marcelo a Calderón. Libre ya de las ataduras que lo sujetaban a López Obrador, Ebrard actúa con civilidad. Reconoce, siquiera sea en forma implícita, la calidad de presidente del mandatario actual, y abre así nuevos caminos al diálogo político entre los diversos protagonistas de la vida pública. Aplaudo, pues, a Ebrard, lo mismo que a los gobernantes surgidos de la izquierda que dialogaron con Peña Nieto y acordaron asistir a su toma de posesión. Ellos son: Miguel Ángel Mancera, del Distrito Federal; Ángel Aguirre, de Guerrero; Graco Ramírez, de Morelos; Gabino Cué, de Oaxaca, y Arturo Núñez, de Tabasco. He aquí ese aplauso, tributado además con ambas manos para mayor efecto: ¡Clap, clap, clap, clap, clap, clap, clap!... Un sujeto llegó inopinadamente a su casa y encontró a su mujer en la recámara, desnuda sobre el lecho. A su lado estaba el médico de la familia, igualmente en peletier. “¿Qué significa esto?” –preguntó con iracundia el cornígero marido. Respondió, solemne, el facultativo: “Estoy auscultando a su esposa”. “¿En la cama y sin ropa?” –preguntó irritado el hombre. “Caballero –replicó el galeno con suma dignidad-, cada médico tiene sus propios métodos de auscultación. Y no quiera usted saber los míos: son secreto profesional”… El muchacho le contó a su abuelita: “Anoche le propuse matrimonio a Susiflor”. “¡Qué emocionante! –se conmovió la señora-. ¡Qué hermoso! ¡Qué romántico! Y ¿qué te dijo ella?”. “No lo sé –replicó el muchacho-. Todavía no contesta mi e-mail”… La joven esposa llamó por teléfono a su senil marido, don Languidio Pitocáido. “¡Buenas noticias, Langui! –le anunció-. ¡El doctor dice que a lo mejor dentro de algunos meses vas a ser papá!”. “¿De veras? –se alegró el provecto señor-. ¡Ponme al doctor en el teléfono!”. “Cómo no –replica la muchacha-. Nada más deja que acabe de vestirse”… FIN.

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