Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES.
2012-10-19 | 21:53:18
El señor Pitocáido tomó cariñosamente entre sus manos su fenecida parte y le dijo con lacrimoso acento: “¿Por qué te moriste antes que yo, preciosa, si somos exactamente de la misma edad?”… Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, estaba haciéndole el amor a su esposa. Valida de la intimidad de ese momento, ella, que dudaba siempre de la fidelidad de su marido, le preguntó con timidez: “¿Serías capaz de amar a otra mujer?”. “¡Claro que sí! –respondió al punto Capronio, entusiasmado-. ¿Dónde está?”… Escribió un cronista deportivo de Detroit: “Esta mañana no quisiera yo ser un fanático de los Yankees de Nueva York”. Pues bien: ese apesadumbrado fan, entre miles y miles más, soy yo. Desde niño he sido seguidor del equipo en que militaron Babe Ruth, Lou Gehrig, Casey Stengel, Joe DiMaggio, Phil Rizzuto, Mickey Mantle, Don Larsen, Yogi Berra y muchos inmortales más. La tremenda derrota de los Bombarderos del Bronx me dolió en el alma y en otras partes menos espirituales. Si me ven hoy meditabajo y cabizmundo no se extrañen. El beisbol ha sido siempre mi deporte favorito. Lo jugué de niño en lo que hoy serían las Ligas Pequeñas, y en los llanos de mi ciudad traté de emular las hazañas de los grandiosos peloteros de Saltillo: el Mocho Juárez, llamado así porque le faltaba un dedo de la mano con que hacía sus lanzamientos, y que se había cortado él mismo, decía la leyenda, para poder lanzar una curva fantástica de su invención; Porfirio “Pilo” Lira, catcher de recia consistencia capaz de recibir en su mascota –así se llama el guante de los catchers- al mismísimo planeta Júpiter si algún pitcher se lo enviaba, y lanzarlo luego con matemática precisión para poner out al desaprensivo jugador que intentaba robarse la segunda base; el Cartucho Regalado, que pegó un jonrón tan formidable que la pelota se perdió de vista en el espacio, y nadie supo ya dónde cayó. Años después un solitario excursionista que conquistó la cumbre de la Sierra de Zapalinamé, a 3 kilómetros de Saltillo y a más de 2 mil metros de altura, encontró en ella una pelota de beisbol. Se cree que es la que bateó el Cartucho. Esa tesis se mantendrá hasta que alguien encuentre otra pelota en la cima del Everest, en cuyo caso la teoría deberá modificarse. Ya en aquellos lejanos días tan cercanos mi equipo preferido de las Grandes Ligas eran los Yankees. Me atribuló por tanto su  vencimiento, y sólo me recuperaré de ese pesar cuando los Cardenales de San Luis ganen el gallardete de su división y triunfen luego sobre los condenados Tigres. Si no sucede eso es que ya se va a acabar el mundo… Desde sus inicios hasta nuestros días la historia de México ha sido pródiga en villanos, algunos verdaderos, inventados otros. Sin duda el mayor de ellos es Santa Anna. Escribí un libro sobre él que se ha vendido como pan caliente, si me es permitida esa novedosísima expresión. El libro se llama “Antonio López de Santa Anna, ese espléndido bribón”. Tal título se explica porque Santa Anna ciertamente era un bribón, pero un bribón magnífico capaz de fascinar lo mismo a una mujer que a una nación. De él hablaré en la Feria del Libro en Monterrey, mañana, en Cintermex, a las 12 horas. Diré de los excesos políticos y eróticos de ese grandísimo truhán que llenó por sí solo una época de nuestra vida nacional Pero hablaré también de quienes lo acompañaron en sus culpas, y que a diferencia de él, eterno condenado al basurero de la historia, son ahora considerados héroes. Narraré las sabrosas picardías de Santa Anna, y a propósito del libro que escribí sobre él contaré cosas que no son para contarse de mi vida de escritor, con sucedidos raros y curiosos. Te espero a ti, que eres uno de mis cuatro lectores, para darte las gracias por serlo, para firmar tu libro –éste o algún otro que ya tienes-, y para tomarnos juntos una foto en el cordial abrazo permanente que surge entre un escribidor y quien lo lee. Nuestra cita es, pues, mañana, en Cintermex, a las 12 horas. ¡Ahí nos vemos!... Silly Kohn, vedette de moda, le dijo a su doctor: “Creo que soy sonámbula, y que por las noches camino dormida”. Inquirió el facultativo: “¿Por qué piensa usted eso?”. Respondió muy preocupada Silly: “Todas las mañanas amanezco en mi propia cama”… Pirulina se estaba confesando con el Padre Arsilio. Le dijo: “Me acuso, padre, de que le toqué la pipí a mi novio”. Pregunta el confesor: “¿Qué edad tiene él?”. Contesta Pirulina: “20 años”. Le indica el sacerdote: “Entonces ya está en edad de que digas: ‘Le toqué la polla’”… FIN.

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