Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-10-12 | 21:22:24
Sor Bette iba camino del convento cuando en la oscuridad de la caliginosa noche le salió al paso un mozalbete. Poseído por los urgentes rijos de la juventud, el muchacho sació en la reverenda sus lúbricos impulsos. En eso, el sitio de la escena fue iluminado por la Luna, que imprudentemente se había mantenido tras una nube durante todo el tiempo que duró la reprobable acción, y el tipejo, que en materia de religión era devoto, se dio cuenta de quién había sido su inocente víctima.  “¡Válgame el Cielo! –exclamó sinceramente consternado-. Le ruego que me perdone, madre. No tengo el hábito de hacer esto a quienes visten hábito. Estoy avergonzado. Tan inconfesable es lo que hice que voy a tener que confesarme. Le pido que no le cuente a nadie lo que sucedió, pues eso me haría perder la estimación de la buena sociedad, y seguramente sería expulsado de la Congregación de Congregantes”. “Lo siento mucho, joven impudente –replicó la sor-. No puedo guardar ese silencio que me pides. La regla de la orden a que pertenezco me obliga a poner lo sucedido en conocimiento de la madre superiora. Le informaré que abusaste de mí dos veces. Digo, si no estás muy cansado”… Importante premio es el de Novela Iberoamericana Elena Poniatowska. Su convocatoria llega a todos los países en donde se habla y escribe el castellano. Más de 60 autores enviaron este año sus novelas desde los países en que residen: España, Argentina, Ecuador, Chile, México, Uruguay, Bolivia, Puerto Rico Venezuela y Panamá. Y ¿quién obtuvo el premio? Lo ganó Julián Herbert, un joven y talentosísimo escritor que vive y trabaja en mi ciudad, Saltillo. Siento por él admiración desde que presentamos juntos un libro de Carlos Prieto, el eminente cellista mexicano. Me deslumbró su participación, lo digo sin hipérbole. La noticia de su premio, entonces, aunque me alegró mucho no me sorprendió nada. Desde aquí le envío a Julián, con mi felicitación, un afectuoso abrazo. Me especializo en hacer profecías de seguro cumplimiento.  Por ejemplo: “Mañana será otro día”. Y predigo que Julián Herbert alcanzará la altura de los más importantes escritores latinoamericanos de hoy. Mark my words, como dicen los estadunidenses para significar que el vaticinio que hacen se cumplirá más temprano que tarde. Así se cumplirá el que hago yo… Batutto Korchea, conductor de la Orquesta Sinfónica de Armadillo, Texas, se encolerizó porque el músico que tocaba la tuba desafinó en un ensayo. “Don’t mess with Wagner!” –le dijo hecho una furia. Y así diciendo le arrebató el instrumento y le propinó con él un formidable golpe en la cabeza. A causa del tubazo el músico quedó bastante muerto. En un juicio que duró cuatro minutos  el conductor fue sentenciado a morir en la silla eléctrica. La noche de la ejecución lo sentaron en la silla y le pasaron por el cuerpo una descarga de un millón de voltios. Para sorpresa de todos don Batutto no se electrocutó; únicamente se le puso chino el pelo. El gobernador texano tuvo que ponerlo en libertad. Transcurrió un mes, y el primer violín de la orquesta no marcó bien el compás en un sencillo pizzicato. Korchea le quitó la cuerda de sol al instrumento del intérprete, y con ella lo estranguló expeditamente. De nueva cuenta fue condenado a la máxima pena, ahora mediante un juicio que duró tres minutos. En esta ocasión le pasaron en la silla eléctrica una corriente de dos millones de voltios. El conductor ni siquiera se estremeció: la terrible descarga no tuvo más efecto que rizarle las pestañas. Otra vez el gobernador se vio en la precisión de indultarlo. No pasó mucho tiempo sin que Batutto tuviera otra vez problema con un músico. El trombonista no hizo a tiempo su entrada, y el conductor le introdujo por el traspuntín la vara del trombón, con lo cual lo dejó tieso. Al trombonista, no al trombón. Nuevamente Korchea fue condenado a muerte en un minuto. Ahora le pasaron por el cuerpo tres millones de voltios. Tampoco en esta ocasión quedó frito el conductor de la sinfónica. Solamente quedó un poquito bizco, lo cual no tendría otra consecuencia que repetir dos veces la misma partitura. Desesperado, el verdugo le preguntó a Korchea: “¡Le he pasado por el cuerpo un millón de voltios, dos millones de voltios, tres millones de voltios! ¿Por qué no lo ha matado tanta electricidad?”. Respondió imperturbable don Batutto: “Es que soy mal conductor”… FIN.

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