Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-09-30 | 20:55:41
Doña Fecundina era madre ya de 14 hijos. Una trabajadora social la amonestó: “Señora: está usted contribuyendo mucho a la explosión demográfica”. Ella no entendió que aquello era un reproche. Contestó orgullosa: “Y eso que mi marido tiene la mecha muy corta”. En otra ocasión un visitante se enteró de la numerosa prole que tenía doña Fecundina y le indicó sonriendo: “Su esposo debería comprarse un condominio”. “Ya se lo compré yo –declaró la multípara señora-, pero nunca se lo quiere poner, por eso tenemos tantos hijos”. La verdad es que los hijos son un lujo tan caro que ya nada más los pobres se lo pueden dar. La misma trabajadora social que arriba dije reprendió al marido de doña Fecundina. Le dijo con severidad: “Señor Conejo (así se apellidaba el prolífico señor): cuando lo acometa el deseo de hacer el sexo con su esposa piense que tendrá que alimentar una boca más”. “Señorita –replicó el sujeto-: cuando me acomete ese deseo pienso que puedo alimentar a toda la República Mexicana”. Sucedió, sin embargo, que la carestía de la vida puso a doña Fecundina en el trance de frenar aquel desmesurado crecimiento familiar. Fue entonces con su médico y le pidió que le suministrara algún medio anticoncepcional. “Señora –contestó el doctor-, ya he puesto en práctica con usted todos los medios anticonceptivos existentes, y de seguro no sigue usted mis prescripciones, pues cada año trae un hijo más al mundo, de por sí atestado ya. No se imagina usted lo que se batalla para encontrar estacionamiento”. “Por lo que más quiera, doctorcito –suplicó ella-, hágame una última lucha. ¿Se imagina usted, yo con 15 hijos?”. “La verdad, señora –opinó el facultativo- no veo ya mucha diferencia entra 14 y 15. Pero en fin: obligado por el juramento hipocrático voy a emplear con usted un recurso final. Si éste no da resultado ningún otro podrá servirle ya, y seguirá usted poblando el continente americano. Pero una cosa deberá prometerme: ahora sí seguirá al pie de la letra mis indicaciones”. “Se lo juro por mi santa madrecita, doctor –prometió la buena mujer-. Y por la suya también, a quien no tuve el honor de conocer y por lo tanto no puedo decir si fue santa o no”. El facultativo hizo caso omiso de la acotación de su paciente y empezó a decirle los pasos que debería seguir para el nuevo método anticonceptivo. “Ahora que salga usted de mi consultorio –la instruyó- vaya a una tlapalería”. “¿Una tlapalería?” –se sorprendió la mujer. “Sí –confirmó el médico-. Una tlapalería”. (Diré, para uso de mis lectores en el extranjero, que una tlapalería es en México una especie de pequeña ferretería donde se venden artículos relacionados con la albañilería, la pintura, la carpintería y otros oficios semejantes. La palabra viene de la voz tlapalli, que en náhuatl significa color para pintar). “En la tlapalería –prosiguió el doctor- cómprese usted una cubeta grande”. “¿Una cubeta?” –se asombró nuevamente doña Fecundina. “Sí, señora –confirmó otra vez el médico-, una cubeta. Un balde o tina de unos 10 litros de capacidad. Y fíjese bien: hoy en la noche, al ir a la cama, lleve usted consigo esa cubeta, y al acostarse meta en ella los dos pies. Dígale lo que le diga su marido no saque usted los pies de la cubeta. Manténgalos juntos firmemente dentro de la tina. Haga eso todas las noches, y ya no tendrá usted más hijos”. Pasaron seis meses de la entrevista reseñada. Un día el médico se topó en la calle con doña Fecundina, y se azoró al ver en ella las evidentes señas de un nuevo y próspero embarazo. “¡Pero, señora! –exclamó el facultativo, consternado-. ¿Un hijo más?”. “Pues ya lo ve, doctorcito –se apenó la señora-. Con éste completaré los 15”. “¿No hizo lo que le dije? –se desesperó el médico-. ¿No hizo aquello de la cubeta?”. “Sí lo hice, doctor – replicó ella-. Pero fíjese usted que en la tlapalería no tenían cubetas de 10 litros, y entonces me compré dos de 5 litros cada una”… Antes había una sola tribuna en la Cámara de Diputados. La toma de esa tribuna significaba la paralización de los trabajos legislativos. Ahora tiene dos: la tribuna oficial, al frente del recinto, y un balcón para casos de emergencia. Eso permitirá una apertura semejante a la de doña Fecundina. Gracias a la nueva alternativa se pudo aprobar ya la reforma laboral. Esperemos que la apertura siga funcionando de modo que se hagan las demás reformas urgentes que necesita México… FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Yo creo en los milagros.
Los grandes milagros, debo decirlo, me ponen a dudar un poco. Eso de que se abran las aguas del mar, o se detenga el Sol, o que al toque de una trompeta bélica se derrumbe la muralla que defiende a una ciudad, todo eso lo tomo con reservas.
Sin ninguna reserva, en cambio, creo en los milagros que ni siquiera sabemos ver como milagros. La salida del sol… El aire que respiro… Las estrellas que brillan en el cielo y no caen sobre mí… En esos milagros creo.
Y creo, sobre todo, en ese milagro que es el pan de cada día.
Para reconocer tan gran prodigio hoy brillará en mi casa la luz de una pequeña vela.
Es mi manera de agradecer el mayor de todos los milagros: el que se llama vida.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS.
Por AFA.
“… Un príncipe de Camerún encontró refugio en México…”.
No tiene el crimen ningún
freno. Todos son en vano.
¿Buscará algún mexicano
un refugio en Camerún?

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