Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-10-04 | 21:30:50
Don Languidio, señor de edad madura, les contó a sus amigos en el club: “A los 20 años de edad no podía yo doblar mi varonía en rijo ni usando las dos manos. A los 30 pude inclinarla un poco, con dificultad. A los 40 ya la pude doblar con una sola mano. A los 50 años logré inclinarla utilizando tres dedos nada más. Ahora la doblo con un solo dedo”. Uno de los amigos le dijo, extrañado: “¿Por qué nos cuentas eso?”. Contestó muy orgulloso el senescente caballero: “Me pregunto hasta dónde va a llegar mi fuerza”… El cuentecillo nos muestra lo que es un optimista: alguien que sabe ver el lado bueno de las cosas. Se ha dicho que el optimista ve la realidad con los ojos cerrados. Yo digo, en cambio, que un optimista es aquel que ve el vaso medio lleno, en tanto que el pesimista está medio vacío. En efecto, le falta esa fe que se requiere para seguir adelante en la tarea, a veces ardua, de vivir. Yo soy un optimista. Mis amigos me aplican un adjetivo diferente, pero con esa bandera navego por el proceloso mar de mi vivir. (Un momentito, por favor. Voy a apuntar en una libreta eso de “el proceloso mar de mi vivir” para usarlo después en un bolero. Gracias). En cuestión de resurrecciones Tierra Santa ocupa un modesto segundo lugar. El campeón indiscutido es México. Es larga, larguísima la lista de los políticos que aquí han resucitado. Miren a Bartlett, por ejemplo, aunque no sea muy mirable. Muchos pensaban que estaba ya gozando el sueño de los injustos, y de pronto hizo su reaparición, ahora como adalid de las izquierdas, háganme ustedes el refabrón cavor. Y ¿qué decir de López Obrador? Él mismo pide continuamente que lo den por muerto, pero luego resurge de sus cenizas como el Gato Félix. El caso más sonado, sin embargo, es el del PRI. Muchos pronosticaron su desaparición después de la tremenda derrota que sufrió en 2000, y sin embargo, aquí lo tenemos otra vez. Y no es un nuevo PRI: es el de siempre. Al menos ese indicio está dando ya, cuando ni siquiera ha retomado todavía el poder en forma oficial. La protección que brindó a los sindicatos –esto es, a los líderes de los sindicatos- con motivo de la reforma laboral es evidencia clara de que PRI viejo no aprende democracia nueva. Los ingenuos optimistas que creímos que la llegada de Enrique Peña Nieto a la Presidencia podía traer consigo un cambio en la mentalidad y prácticas de los priistas, ahora vacilamos. Mírenme: tengo que apoyarme en la pared… Un lugareño se estaba confesando con el padre Arsilio. Le preguntó. “Señor cura: ¿el matrimonio es pecado?”. Respondió el amable sacerdote: “Claro que no, hijo”. Inquiere el penitente: “¿Y entonces por qué estoy tan arrepentido?”… Don Timoracio, hombre apocado y tímido, les dijo a sus amigos que en el bar, un norteamericano había hecho objeto de lúbricos tocamientos a su esposa. “¡Qué barbaridad! –exclamaron ellos con enojo-. Y tú ¿qué hiciste?”. “¿Qué querían que hiciera? –contestó don Timoracio-. ¡No hablo inglés!”…El profesor de educación sexual era sumamente liberal. Un alumno le preguntó: “Maestro: ¿es malo el sexo antes del matrimonio?”. Respondió el mentor: “Solo si te hace llegar tarde a la ceremonia”… Augurio Malsinado tenía un sino adverso. Todas las cosas le salían mal, y otras ni siquiera le salían. Su continuada mala estrella lo había llevado al último extremo de la necesidad. Decidió quitarse la vida arrojándose al mar. Iba por la playa a cumplir su fatal designio cuando entre los arrecifes vio una cueva. Al mismo tiempo oyó una majestuosa y grave voz venida de lo alto que le dijo con laconismo: “Entra”. Augurio, desconcertado, entró en la gruta. Ahí escuchó de nuevo la majestuosa voz: “Escarba”. Con los dedos escarbó en la arena Malsinado, y a poca profundidad descubrió un viejo cofre de madera y hierro. Se oyó otra vez la majestuosa y lacónica voz: “Abre”. Destapó Augurio el cofre, y lo encontró lleno de monedas de oro. Le dijo la majestuosa voz: “Casino”. Se dirigió Malsinado a uno que estaba cerca de la playa. Ahí sonó otra vez la majestuosa voz: “Ruleta”. Fue a la mesa donde se jugaba a la ruleta. Ahí la majestuosa voz le dijo: “27”. Todo lo que llevaba lo apostó Augurio a ese número. Giró la ruleta, y la bolita cayó en el 26. Se oyó la majestuosa voz: “¡Ingada madre!”… FIN.

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