Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
2012-10-13 | 21:15:18
Una joven señora de nombre Tábula Rasa tenía las bubis muy pequeñas. En la intimidad de la alcoba su marido le dijo: “Eso te pasa por fumar”. Con el dedo índice la señora le titiló a su esposo la mirruña al tiempo que le decía: “¿Y cuál es tu excusa?”… Don Albarino se anunciaba como “tonsorial artist”. La verdad lisa y llana es que era peluquero. No hay que extrañar el  rimbombante título: en un tiempo en que el taller mecánico del barrio pasó a ser “clínica de cirugía automotriz”, los antiguos “salones de belleza” se convirtieron en estéticas como la de Vasconcelos, las boticas se volvieron farmacias, y las sencillas tiendas de ropa para dama se transformaron en boutiques, era natural que don Albarino se diera a sí mismo el título de “tonsorial artist”, y no de peluquero, fígaro, barbero, alfajeme, rapista o afeitador. Pero estoy divagando. Merezco la reprensión del hidalgo de la Mancha: “Seguid vuestra historia línea recta, y no os metáis en las curvas o transversales”. El caso es que un día salió don Albarino apresuradamente de su peluquería y le preguntó al gendarme de la esquina: “¿No vio pasar por aquí a un sujeto? Estaba yo afeitando a ese bergante, y escapó corriendo sin pagar”. Le pregunta a su vez el guardián del orden público: “¿Se refiere usted a un hombre que iba sangrando, con el rostro lleno de sajaduras y cortadas, y una oreja en la mano?”. (Nota: aunque se oye mal puse aquí la palabra “bergante” porque fue la que empleó don Albarino. Yo soy sólo fiel cronista de lo que mis personajes dicen y hacen)… Don Chinguetas y doña Macalota tuvieron su enésimo pleito conyugal. Ella le gritó a su marido: “¡Vete de esta casa para siempre! ¡Quiero que vivas una vida de continuos sufrimientos, y que tengas una muerte lenta!”. Replicó don Chinguetas: “¿Por fin? ¿Quieres que me vaya o que me quede?”… Don Frustracio, el esposo de doña Frigidia, puso en su alcoba luces estroboscópicas como las que hay en las discotecas o antros. Explicó: “Así me hago la ilusión de que ella se está moviendo”… En una esquina del ring, desplomado en su banquillo, Kid Groggo le dijo con voz débil a su manager: “No pares la pelea, Don. Todavía puedo aguantar un round más”. “¿Qué estás diciendo, Kid?” –le contestó el manejador-. La pelea todavía no empieza”… Había otro púgil que se presentaba con el amenazante nombre de “El Demonio Colorado”. Subía al ring luciendo un moño rojo muy coqueto en el peinado. Una noche su rival le propinó en el mismísimo primer round una tanda de variados golpes –jabs, hooks, rabbit punches- que remató con un terrible uppercut que puso en la lona al infeliz Demonio. El réferi empezó a contar: “Uno… Dos… Tres…”. Le dijo con atiplada voz el boxeador caído: “Ni se moleste en contar, señor réferi. Mientras ese salvajote siga en el ring no me voy a levantar”… El atribulado pasajero de la pequeña avioneta se las arregló para comunicarse con la torre de control: “¡Auxilio! –clamó lleno de angustia-. ¡El piloto del avión en que voy sufrió un síncope cardíaco, y no sé volar!”. “Tenga calma, señor –le dijo con serenidad profesional el encargado-. Soy un experto en estas situaciones, y estoy seguro de que podré hacerlo aterrizar. Sólo diga conmigo estas palabras: ‘Estoy tranquilo. No me va a pasar nada’”. El pasajero, procurando recuperar la calma, repitió: “Estoy tranquilo. No me va a pasar nada”. “Muy bien –habló el controlador aéreo-. Ahora dígame su altura y posición”. Contestó el otro: “Mido 1.70, y estoy sentado al lado del piloto”. Con tono cauteloso preguntó el de la torre: “Perdone: ¿no es usted el señor Babalucas?”. “Así es” –respondió el badulaque. “Muy bien –dice el controlador-. Entonces diga conmigo estas palabras: ‘Padre nuestro que estás en los cielos…’”… Los jueves eran día de tertulia en casa de la señorita Himenia Camafría, célibe otoñal. Ahí se conversaba honestamente, se jugaban juegos de prenda, se cantaban con acompañamiento de mandolina antiguas romanzas italianas, y se recitaban poemas como “El seminarista de los ojos negros” y “Era un cautivo beso enamorado”. Una tarde comentó don Añilio, asiduo tertuliano: “El 6 de noviembre será día de elecciones en Estados Unidos”. “¡Vamos, vamos!” –exclamó llena de entusiasmo la señorita Himenia al tiempo que daba jubilosas palmadas. “Caramba carambita –se asombró don Añilio-. No sabía yo, amiga mía, que le interesaran tanto las elecciones”. “¿Elecciones? –se desilusionó la señorita Himenia-. Ah, no. Yo oí con ere”… FIN.

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