Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-10-17 | 22:18:49
Dulciflor se iba a casar. Su mamá, feliz con la boda de la niña, se aplicó a hacerle parte de las donas. Linda palabra es ésa, ya en desuso: donas. Servía para designar el ajuar que la novia llevaba a su luna de miel, con regalos que le hacían su novio y familiares más cercanos. En épocas pasadas el ajuar de las novias incluía la llamada “sábana santa”, un lienzo bordado con nardos y azucenas, emblemas de la castidad. Lo empleaba la mujer casada para cubrirse en el lecho conyugal, y así ocultar su cuerpo a las lúbricas miradas del varón, y para no tener con él roce de piel, lo cual era impudicia que podía mover a placeres pecaminosos de la carne. Pero como el fin principal del matrimonio es la perpetuación de la especie aquel lienzo tenía una abertura estratégicamente colocada que permitía la realización del acto que por desgracia –así lo consideraba la Santa Madre Iglesia- la naturaleza hace necesario para la procreación. En tiempos de Dulciflor la sábana santa ya no estaba en uso –O tempora, o mores!-, y entonces doña Narcedalia, que así se llamaba la mamá de la novia, le confeccionó a su hija una bata o camisón de albo tisú. No puedo pasar por alto un dato de onomástica. El nombre Narcedalia lo inventó cierto cura mexicano que tenía un ama de llaves llamada Candelaria. No le gustaba ese nombre al dicho sacerdote, le parecía demasiado popular, y entonces hizo un anagrama, transposición de letras, y formó con las de la palabra Candelaria el sustantivo propio Narcedalia, nombre, a su parecer, alto sonoro y significativo. Advierto, sin embargo, que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Le hizo la señora a su hija aquella bata –ahora se llamaría negligé-, y la adornó con bordados de diversas flores que tuvo buen cuidado de acomodar por orden alfabético: azaleas, begonias, crisantemos, digitales, esperanzas, fucsias, gladiolas, hortensias, iris, jazmines, lirios, margaritas, narcisos, orquídeas, pensamientos, rosas, siemprevivas, tulipanes, violetas y zinnias. No olvidó poner también, por eufonía, algunos ciclámenes, caléndulas, lavándulas, clemátides, acónitos y anémonas. Se llevó a cabo, pues, el desposorio, y los felices matrimoniados partieron a su viaje nupcial. Cuando regresaron lo primero que doña Narcedalia le preguntó a su hija fue si su novio se había fijado en las flores de la bata. “Pienso que no, mamá –contestó Dulciflor-, porque se fue directo a la maceta”… (Nota de la redacción. No es muy bueno este cuento de nuestro amable colaborador, pero lo hemos admitido porque incluye interesantes datos de cultura general, como el relativo a la sábana santa y el origen del nombre Narcedalia. Conocimientos muy útiles son ambos que de seguro ayudarán a los lectores a afrontar los problemas de la vida diaria en esta agitada época en que nos encontramos a pesar de andar tan perdidos)… Difícil tarea es en este país la de los gobernantes. Si no aplican la ley decimos que son cómplices de quienes la han violado; si la aplican los acusamos de ejercitar la represión. Así, los encargados de hacer que prevalezca la legalidad terminan por hacerla a un lado, y entran en componendas hechas por debajo de la mesa con quienes se apartan del orden jurídico y emplean la violencia para lograr sus fines. En ese caso están algunos estudiantes –es un decir- de normales rurales, violentos jóvenes que se han convertido, para decirlo a la inglesa, en un pain in the ass. Muy chueco anda un estado que no es de derecho… (Nota de la redacción. Es poco afortunado el juego de palabras que emplea nuestro amable colaborador, pero lo hemos dejado porque tiene razón en lo que dice, y la última vez que tuvo razón fue en 1976. Solo por eso dejamos pasar tan inane retruécano)… Don Astasio, viajante de comercio, regresó a su casa después de una ausencia de semanas. Al entrar en la recámara observó dos cosas. La primera: su esposa había cambiado las cortinas. Segundo: la señora estaba en la cama con otro hombre. Obviamente eso le llamó más la atención que lo de las cortinas. Colgó en el perchero el saco, la bufanda y el sombrero, y se dirigió al chifonier donde guardaba una libreta en la cual anotaba dicterios para decirlos a su esposa en tales ocasiones. Regresó a la alcoba y le dijo a la mujer: “¡Birlocha!”. Tal es uno de los muchos nombres que se aplican a la mujer liviana. “¡Ay, Astasio! –se defendió ella con acento dolorido-. No tomas en cuenta que esto lo hago por ti. Has estado ausente tanto tiempo que no quise perder la práctica para cuando regresaras”… FIN.


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