Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Capital de los ojos llorosos
2016-04-16 | 10:39:53
Afrodisio, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, se estaba refocilando con la criadita de la casa. En eso llegó la esposa del intemperante follador, y al ver a la fámula entrepernada con su marido empezó a motejarla con sonorosos adjetivos: “¡Birlocha! ¡Maturranga! ¡Hurgamandera! ¡Mujer del catre! ¡Jaña de ésas!”. “No te pongas dramática -la interrumpió el cínico Afrodisio-. Ni que se la fuera a acabar”. La gallinita búlica puso un huevo de gran tamaño, casi el doble de lo normal. Le dijo con orgullo a la gallinita habada: “¿Cómo te quedó el ojo?”. Replicó la otra: “Y a ti ¿cómo te quedó aquellito?”. El nuevo empleado de la farmacia se jactó de que podía adivinar lo que un cliente iba a pedir. “Por ejemplo -le dijo al farmacéutico- esa chica que entró viene a comprar toallas sanitarias”. Llegó la muchacha al mostrador y pidió: “Quiero seis rollos de papel higiénico”. Cuando se retiró la compradora el dueño de la farmacia le dijo al dependiente: “Te equivocaste”. “Es cierto -admitió él-. Pero nomás por tantitito así”. Comentó don Chinguetas: “Mi mujer se quiere pintar el pelo del color original, pero ya no recuerda cuál era”. La paciente le informó al doctor Duerf: “Soy ninfómana”. Replicó el célebre analista: “Podré empezar su tratamiento cuando me suelte eso que me tiene agarrado”. Un elefante y una hormiguita se presentaron ante el Oficial del Registro Civil. Ante el asombro del boquiabierto funcionario el paquidermo habló y dijo: “Queremos casarnos”. “¿Queremos? -acotó la hormiguita-. ¡Tenemos qué!”. En mi ciudad, Saltillo, hubo a mediados del pasado siglo un médico famoso. La gente lo llamaba el doctor Ato, pues afirmaba que todos los males del cuerpo se podían curar con remedios cuyos nombres terminaban en -ato: los de la cabeza, con salicilato; los del pecho, con benzoato; los del estómago, con carbonato, y los de más abajo, secretos y temibles, con permanganato. Para las gripes y catarros el doctor Ato prescribía “rincón y mugre”, o sea no salir del cuarto y dejar de bañarse hasta que cediera la afección. Aconsejaba evitar siempre las corrientes de aire, sobre todo las que daban en la espalda. Decía: “Aire por atrás, nomás el que sale es bueno”. Recomendaba igualmente comer por lo menos un ajo cada día, y beber mínimamente dos litros de agua hervida. Quien tal hiciera, aseguraba, vencería toda enfermedad. Estuve en la Ciudad de México, ese hermoso veneno, en los días en que llegó a su grado máximo la contaminación. Yo estoy acostumbrado a respirar el aire saltillero, puro como pensamiento de novicia, y los aromados y cariciosos vientos de las montañas de Ábrego, que parecen el hálito de Dios. Eso explica por qué regresé de la capital con los ojos llorosos, la nariz tapada, la garganta dolorida y los bronquios inflamados. Envidio a los habitantes de la Megalópolis -tan horrible nombre le dan ahora a la flamante CDMX-, pues viven en una urbe que lo tiene todo, y cuyas hermosu
ras y atractivos no conocen número. Al mismo tiempo, sin embargo, lamento los riesgos ambientales que los capitalinos, defeños o chilangos -¿cómo se llaman ahora?- deben afrontar, resultado de la misma desmesura de la Ciudad y de los yerros de quienes la gobiernan, que dan palos de ciego a diestra y a siniestra (mayormente lo segundo que lo primero) y dictan medidas que más tienen de políticas que de científicas. Al hacerlo originan problemas aún más graves que aquel que pretenden resolver, como los múltiples trastornos que provoca el famoso “Hoy no circula”. Con tantos males la vida se vuelve muchas veces invivible. Es, si no tortura, sí al menos molestia cotidiana que a muchos les quita el gozo y entusiasmo con que se debe empezar un nuevo día. ¿Solución? Yo no la veo: traigo, ya lo dije, los ojos llorosos por la contaminación. A falta de una salida colectiva cada quien deberá buscar una respuesta individual o familiar, que quizá se finque, cuando eso sea posible, en la suprema y heroica decisión de buscar otros aires, tanto en sentido recto como figurado. En la mayor parte de los casos, lo sé bien, eso será imposible. Quedan entonces como únicos recursos aquellos que entre otros aconsejaba el doctor Ato: el ajo y el agua. A joderse y a aguantarse. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre San Virila fue a la aldea a pedir el pan para sus pobres. Al llegar vio a un hombre que golpeaba sin piedad a su asno. El pobre animal, caído, no podía levantarse, pues lo agobiaba una pesada carga. El frailecito se condolió al mirar el cruel maltrato que sufría el infeliz pollino. Hizo entonces un milagro: al borriquillo le salieron alas, y pudo escapar volando de su atormentador. Sucedió, sin embargo, algo muy triste: de inmediato los aldeanos empezaron a golpear a sus animales -perros, gatos, caballos, cerdos, vacas-, para ver si volaban también, como el jumento. San Virila se entristeció. Pensó que hasta para hacer milagros hay que estudiar muy bien las condiciones del mercado. ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS ›por afa “Una chica soltera atribuyó su embarazo a la falta de vitaminas energéticas”. Atribulada explicó: “Mi novio me las pedía, y no tuve la energía para decirle que no”.

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