Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
De Hitler a Trump
2016-04-14 | 09:44:55
“En la Ciudad de Londres, este día 11 de noviembre de 1918, fecha de la terminación de la Primera Guerra Mundial, en pleno uso de mis facultades físicas y mentales hago mi testamento, y en él designo como único y universal heredero a mi hijo primogénito Matthew Boyd, Squire”. ¿Cómo supo a primera vista la avezada detective Miss Sheila Kill que ese testamento, impugnado por la esposa y los otros hijos de Lord Boyd, era falso? Busquen abajo mis cuatro lectores la respuesta a este acertijo policial. Me sirve de introducción para decir que la Segunda Guerra es uno de los episodios de la historia que me apasionan más. En él tengo recuerdos de la infancia. Estoy mirando a don Hipólito Arizpe, papá de mi amigo Miguel Ángel, que interrumpe nuestros juegos y nos dice con tono admonitorio: “Ya pónganse a hacer la tarea, porque a los niños que no la hacen se los lleva un hombre muy malo que se llama Hitler”. Veo luego a mis padres y mis tíos reunidos en la cocina del hogar paterno para leer en “El Heraldo del Norte” la noticia de primera plana con titular de 72 puntos, madera: “¡Hitler se suicidó!”. Esa información me alegró mucho, pues ya podía yo dejar de hacer la tarea. Ahora hay quienes comparan a Trump con el odiado Führer. Yo me pregunto si esa semejanza no se debe extender a un vasto sector del pueblo norteamericano que comparte los puntos de vista del desquiciado ricachón, y por lo tanto muestra los mismos sentimientos que dieron origen al nazismo: aberrantes ideas de supremacía racial; nacionalismo exacerbado; rabiosa xenofobia; desprecio y odio a aquellos a quienes se considera inferiores. ¿Cómo es posible, me pregunto, que los Estados Unidos hayan combatido con tanto sacrificio y tan grande heroicidad a los nazis, y que hoy algunos estadounidenses se comporten como ellos y abriguen sentimientos semejantes e igual manera de pensar? También yo, como don Hipólito Arizpe, alzo un dedo admonitorio y les digo: “Tengan cuidado, porque si no abren los ojos -y el cerebro, y el corazón- se los va a llevar un hombre muy malo que se llama Trump”. Diré ahora la forma en que Miss Sheila Kill descubrió que el supuesto testamento de Lord Boyd era apócrifo. En 1918 no se sabía que iba a haber una Segunda Guerra. ¿Cómo podía entonces el testador usar la expresión “Primera Guerra Mundial”? Claro, también ayudó a la avezada detective el hecho de que el documento estaba escrito con pluma atómica... Un hombre bebía, solitario, en la barra de la cantina. Tenía las manos juntas, como cubriendo algo, y de vez en cuando dejaba escapar un lamento dolorido. El tabernero, compasivo como casi todos los de su oficio, fue hacia él y le preguntó: “¿Qué le sucede, amigo?”. El hombre no respondió ni levantó las manos de donde las tenía. Inquirió nuevamente el cantinero: “¿Lo abandonó su esposa?”. Mudo, el hombre movió la cabeza como diciendo: “Eso no es nada”. Volvió a preguntar el de la cantina”: “¿Le detectaron alguna enfermedad grave?”.
Otra vez el hombre hizo con la cabeza un gesto indicativo de que eso era poca cosa en comparación con lo que le pasaba. Insistió el tabernero: “¿Lo despidieron del trabajo?”. Nuevo gesto del individuo para señalar que lo que le sucedía era considerablemente peor. Arriesgó el otro, entonces: “¿Perdió en el póquer?”. El tipo hizo ahora con la cabeza un movimiento afirmativo. “¡Qué mala suerte! -se condolió el cantinero-. ¿Cuánto perdió? ¿Mil pesos?”. El hombre, sin separar las manos, movió la cabeza como para decir que eso era poco. “¿10 mil pesos?” -preguntó el de la taberna. El lamentoso parroquiano hizo otra vez el gesto para indicar que tampoco eso era nada. “No me diga -se preocupó el otro- que perdió 100 mil pesos”. El sujeto, las manos sobre la barra, manifestó con la cabeza que sí, que eso era lo que había perdido. “¡Uta! -exclamó azorado el cantinero-. ¡Si yo perdiera 100 mil pesos en el póquer mi mujer me cortaría los güevos!”. El hombre estalló en llanto; separó las manos que había mantenido juntas y le mostró al tabernero las dos pequeñas bolitas que había mantenido bajo ellas. FIN

MIRADOR ›armando fuentes aguirre Me habría gustado conocer a este hombre de cuyo nombre no quedó memoria. Era alemán, y todos lo juzgaban loco. No lo era. O, en todo caso, era un loco poseído por una bella locura. Se propuso llevar de Europa a América todas las aves mencionadas por Shakespeare en sus obras. Lo primero que hizo fue conseguir 40 parejas de alondras inglesas, machos y hembras. En Estados Unidos abrió sus jaulas y las dejó libres en el Central Park de Nueva York. La gente se rió de él. Le dijeron que al día siguiente no quedaría vivo uno solo de sus pájaros: los halcones y demás aves rapaces darían cuenta de ellos. -No lo creo -contestó él-. Los inmigrantes somos muy resistentes. Más de cien años han pasado. En el hermoso parque, a pesar de las aves de presa, se escucha todavía el canto de las alondras. Me habría gustado conocer a ese hombre. Tenía razón: los inmigrantes son muy resistentes. ¡Hasta mañana!... MANGANITAS ›por afa “En la noche de bodas el recién casado oró para pedirle al Señor que lo guiara”. La novia le sugirió olvidando la decencia: “Pide más bien resistencia. De guiarte me encargo yo”.

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