Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Genialidades
2016-04-07 | 09:45:58
No conocí a Cervantes, pero una noche cené con Lope de Vega. Lo que quiero decir es que nunca tuve el privilegio de conocer a Gabriel García Márquez, pero en cierta ocasión asistí a una cena con Mario Vargas Llosa y cuatro o cinco invitados más. El convivio tuvo lugar en Monterrey; la anfitriona fue Nina Zambrano, inteligente y bella dama. El escritor, lo digo sin reservas, me deslumbró por su intensa personalidad, su elegancia de porte, su extraordinario talento, que tanto más esplendía cuanto menos se preocupaba su dueño por mostrarlo y -sobre todo- la sencillez y amabilidad de su trato. Recuerdo como si fuera mañana que al final de la reunión me dijo: “Disfruté mucho su conversación”. Pues bien: al cumplirse 80 años del nacimiento de Vargas Llosa incurro en la osadía de compararlo con Lope de Vega, y a García Márquez con el autor del Quijote. En efecto, “Cien años de soledad” es la obra máxima de la literatura latinoamericana en nuestro tiempo, lo mismo que la novela cervantina fue la más grande creación en lengua castellana de su época. Nadie en la actualidad ha superado en inventiva y fuerza al libro del colombiano. Sin embargo el resto de su obra palidece en mayor o menor medida ante ese monumento colosal que es “Cien años de soledad”. En la mima forma las demás creaciones de Cervantes se ven obras menores al lado del Quijote. La obra de Vargas Llosa, contrariamente a la de García Márquez, muestra una calidad constante que parece elevarse más al paso de los años. También él es, en calidad y cantidad, un “monstruo de la naturaleza”, como Lope de Vega. Su vida es considerablemente más apasionada, y por lo tanto más apasionante que la de García Márquez, del mismo modo que la existencia de Lope fue más intensa que la de Cervantes, con todo y que ésta no fue nada gris. Atinará quien diga que la mejor novela de Vargas Llosa es su vida. Incluso últimamente ha escrito -ha vivido- uno de sus capítulos más vívidos, con ese romance de hora nueva que no parece otoñal, sino de juventud. Yo, que pongo la vida por encima de la literatura, declaro mi preferencia por Vargas Llosa antes que por García Márquez, con todo y su obra máxima. No digo que sea mejor: Víctor Hugo, uno de los íconos de Vargas Llosa, postuló que el arte es la región de los iguales. Lo considero, sin embargo, hombre más pleno y escritor más acabalado. Me alegró verlo llegar a su octogésimo aniversario. Un solo, mínimo prurito me asaltó cuando el gran novelista agradeció los homenajes que recibió por su cumpleaños. Al referirse a Isabel Preysler la llamó “personita”. Esa expresión tiene un cierto tufillo de condescendencia masculina -no diré machista- que ciertamente no cuadra con la cultura universal de Vargas Llosa ni con su personalidad. Ninguna mujer es “personita”. Todas son personas. Sea ese yerro un perdonable error entre los innumerables aciertos y goces incontables que el escritor nos ha brindado a lo largo de su ya larga vida. Al mejor cocinero, dicen, se le va un tomate entero.
Esa falla me da pretexto para reiterar mi admiración a Lope de Vega, es decir a Vargas Llosa. Que viva muchos años más de intensa vida y magnífica obra, y que yo los vea. Narraré ahora algunos cuentecillos que disipen siquiera en parte la osadía de mi atrevido y desmañado réspice al genial autor. Himenia Camafría, madura señorita soltera, envió una invitación a sus amistades: “El sábado me caso. Por favor no traigan regalos. Traigan a alguien con quien casarme”... Un perro entró en la oficina de telégrafos y escribió un telegrama: “Guau guau guau guau guau guau guau guau guau”. Lo leyó el encargado y le dijo: “Son nueve guaus. Por el mismo precio podría poner uno más”. “Gracias -declinó el can-. Eso no tendría sentido”... Pepito le entregó las calificaciones a su papá, con un cero en conducta. Inquirió severo el genitor: “¿Qué significa esto?”. Respondió el chiquillo: “La maestra me dijo que se le habían acabado las estrellitas de buen comportamiento, y que entonces me pondría una lunita”... Jactancio Elátez, sujeto presuntuoso, acudió a la consulta de un médico. Le dijo: “Doctor: tengo un dolor en el 25 por ciento de mi cuerpo”. Preguntó el facultativo: “¿Qué parte le duele?”. Contestó Jactancio: “El pene”. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre Ayer decíamos: “Te amo. Te quiero con cuerpo y alma, con carne y espíritu, con sangre y pensamiento. En mi vida eres la vida. Me alejo de ti y se acerca la muerte. Si no estás tampoco estoy. Soy en ti. Soy porque eres. Cuando te vas me ausento de mí mismo. En todo lo que miro a ti te miro. Si hablo tú eres la palabra; si canto eres la canción. Eres el sueño de mis sueños. Ven, amada, y pon tu oído sobre mi corazón. ¿Verdad que oyes tu nombre? Déjame amarte, amor, no importa que no me ames. Yo te amo desde que tengo la vida que me diste, desde que en ti nací. Te amaré hasta que yo ya no sea yo. Cuando en el más allá Dios me pregunte qué hice para merecer entrar en su casa le diré que te amé siempre. Eso me ganará la salvación”. Hoy dicen: “TQ”. ¡Hasta mañana!... MANGANITAS ›por afa “Un ladrón entró en una casa y robó sin despertar a la mujer cuando el marido estaba ausente”. Tras el robo que hubo ahí el esposo lo buscó. Le dijo: “¿Cómo hago yo para que no me oiga a mí?”.

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