Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Plaza de almas
2016-04-12 | 09:10:57
En cierta ocasión, hace ya bastante tiempo, organicé un concurso para premiar a la mejor escritora de telenovelas. Yo era el convocante único y el único miembro del Honorable Jurado Calificador. Quizá por eso las participantes en el concurso ni siquiera se enteraron de que iban a participar en esa justa. Una de las bases de la convocatoria prescribía que mi fallo sería inapelable. Razoné para justificar la imposición: si de mis fallas nunca he podido yo apelar ¿por qué mis fallos van a ser apelados? Las nominadas para recibir el premio fueron las siguientes escritoras: Fernanda Villeli, Caridad Bravo Adams y Yolanda Vargas Dulché. Y el premio se le otorgó... ¡a ninguna de las tres!, como en la comedia de Fernando Calderón. Sucedió que después de madura reflexión concluí que ninguna de esas damas era la mejor creadora de telenovelas. La mejor es la vida. Así, sin apellidos. La Vida. ¡Se le ocurre cada cosa a esa señora! Comparada con su imaginación la de los grandes novelistas -Tolstoi, Dickens, Balzac- parece sosería de escritor municipal. A fin de probar mi aserto compartiré con ustedes lo que una muchacha -muchacha de cuarenta y tantos años- me confió en un correo. Si lo cuento es porque ella misma me pidió que lo hiciera, por el motivo que luego les diré. La historia no tiene nombre, pues no pude decidir entre dos títulos. Uno era: “Qué costas tiene la vida”. El otro: “Cuando las madres se van”. Quizás ustedes puedan escoger entre ellos. Los dos le cuadran al relato que aquí empieza. Esta muchacha fue la única mujer de su familia. A más de ella hubo dos hermanos que se casaron pronto y se fueron lejos. La madre enviudó poco después. Estaba muy enferma de un mal artrítico que la agobiaba desde hacía años, y la joven sintió que su deber de hija era velar por ella. Por eso rechazó uno tras otro a los galanes que la pretendieron. La misión de su vida era su madre. Fue madrina en las bodas de todas sus amigas, pero si algún muchacho quería salir con ella le decía: “Tengo novio”. No lo tenía, claro. Jamás tuvo novio. Trabajaba, y su sueldo se lo entregaba íntegro a su madre. La señora no le daba más que para comprarse un vestido de vez en cuando, o unos zapatos, para el autobús, y ocasionalmente para ir a merendar con sus amigas o para el regalito de alguna despedida o algún baby shower. Le decía que lo demás lo guardaba para la vejez de las dos. Y ella estaba conforme. Siempre estuvo conforme con la voluntad de su madre, y más cuando llegó a los 40 y supo de seguro que ya no se iba a casar. Pero ¿quién dice que pasados los 40 una mujer ya no se casará? Llegó un pretendiente. Pero no para ella: para su mamá. Ya dije que la vida tiene extrañas ocurrencias. Un viudo de 70 años vio en aquella señora a una perfecta compañera para la vejez. A la mujer se le quitaron todos los achaques como por ensalmo; andaba feliz; parecía una chicuela ilusionada.
Después de un breve cortejo los felices novios se casaron, y él se la llevó a Mission, Texas. De invitar a la hija a vivir con ellos, ni pensarlo. La vida allá es muy cara. ¿Y los ahorros para la vejez, etcétera? Se le fueron a la flamante desposada en su ajuar de novia y su vestuario; en tintes para el pelo, en tratamientos para el cutis. “No te preocupes, hijita. A nadie le falta Dios” -le decía mientras se arreglaba para ir al gimnasio, pues quería adelgazar para la boda. Ahora la muchacha -muchacha de 40 años- siente que Dios le falta. Sola en la casa, va y viene como fantasma sin recordar qué iba a hacer, si es que iba a hacer algo. Ya no quiere hacer nada. Lo único que hace es pensar. Siempre se habla de la ingratitud de los hijos, me dice en el mensaje que me envió. Nadie, sin embargo, ha hablado nunca de la ingratitud de los padres. “Mi mamá ni siquiera me llama por teléfono -se queja-, y no recuerda nunca el día de mi cumpleaños. Es feliz; yo le recuerdo sus días de sufrimiento. Y no quiero recordárselos. También yo quiero olvidar”. Es triste la historia ¿verdad? Madre sólo hay una, y se te casa. Como para llorar... FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre
Han brotado en el Potrero los nogales. A todo lo largo de la acequia se mira el verde claro de sus hojas nuevas. Alegra a la gente ese verdor, señal cierta de que ya no habrá heladas. Más bellos que los nogales son los manzanos y los durazneros. Pero son menos sabios. Se cubren de follaje y flores cuando aún no han pasado los fríos que dejó el invierno. Con el primer sol de la primavera se ilusionan; jamás recuerdan que el sol primaveral es engañoso. No así los nogales, que saben esperar. Aunque el huerto esté en flor ellos aguardan. Yo, que nunca espero y desespero siempre, quiero aprender la lección de los árboles sapientes. Cuando su fronda sea como la cúpula de una catedral iré hacia ella y les pediré a estos maestros silenciosos que me enseñen a esperar. ¡Hasta mañana!... MANGANITAS ›por afa
“. La noche de bodas el novio le preguntó a su novia si conservaba la virginidad.”. “La perdí hace tiempo, admito -confesó la interrogada-. Mas no me quedé sin nada: aún tengo el estuchito”

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