Por Catón
Columna: De política y cosas peores
¿Tiempo libre?
2016-04-10 | 10:49:16

El niñito le preguntó a su padre: “¿Cómo es la Luna?”. El señor se extrañó: “¿Por qué me preguntas eso?”. Respondió el pequeño: “Porque oí que mi mami le dijo al vecino: “Claro que no se ha dado cuenta. Siempre está en la Luna”...

El revisor le dijo a doña Ruga: “En las fotos de pasaporte siempre salimos mal, pero usted está igualita”. Replicó ella con aspereza: “Lo que está viendo no es mi foto; es mi huella digital”...

La gerente de la empresa ferrocarrilera le dijo a su invitada: “Está usted en el primer ferrocarril feminista del país, totalmente operado por mujeres”. “¡Fantástico! -exclamó la visitante-. ¡Aplaudiré cada vez que oiga sonar el pito de la locomotora!”. Acotó muy seria la gerente: “Ya no lo llamamos así”...

Don Añilio, señor de edad más que avanzada, acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le dijo. “Al ponerme mi aparato auditivo apreté demasiado, de modo que se me fue hasta el fondo del oído, y no lo puedo sacar”.

El facultativo tomó unas pinzas y extrajo algo. Le dijo a don Añilio: “Ya saqué el objeto. Pero no es un aparato auditivo: es un supositorio”. Rogó don Añilio: “¿Puede entonces buscarme el aparato allá?”...

El maestro le pidió a Pepito: “Explica el principio de Arquímedes”. Dijo el chiquillo: “Una noche el papá de Arquímedes hizo el foqui foqui con la mamá de Arquímedes. Ése fue el principio de Arquímedes”...

Una chica le preguntó al padre Arsilio: “¿Es malo el sexo antes del matrimonio?”. “No -respondió el sacerdote-, con tal de que no retrase la ceremonia”...

En el momento del amor don Frustracio le preguntó a su esposa: “¿Crees que el romance y la pasión han huido de nuestro matrimonio?”. Contestó doña Frigidia: “Te lo diré en los próximos comerciales”...

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, fue a un salón que ofrecía a sus clientes masajes “integrales”. Al término de la sesión felicitó a la masajista: “¿Dónde aprendiste esa magnífica técnica?”. Explicó la muchacha: “Antes de venir aquí estuve en una fábrica de paraguas. Mi trabajo consistía en abrirlos y cerrarlos para ver si funcionaban bien”. (No le entendí)...

Lady Loosebloomers, dama victoriana, conoció por primera vez los deliquios del amor en los torosos brazos de Wellh Ung, el robusto mancebo encargado de la cría de los faisanes. Milady jamás había sentido lo que con el gañán sintió. Su esposo, lord Feebledick, había sido educado en Eton, y hacía el amor con la misma parsimonia con que llevaba la contabilidad de sus negocios.

En cambio las acometidas del rudo y joven campesino la llevaron al culmen de la pasión erótica, tanto que durante el tiempo que duró aquel trance -media hora- lady Loosebloomers dejó de preocuparse por el futuro del Imperio, inquietud que la traía desasosegada todo el tiempo.

¿Cómo vino a suceder aquello? La señora sintió curiosidad por ver si había nacido ya la nueva nidada de polluelos, y al llegar a la cabaña del montero lo miró desnudo cuando se bañaba al aire libre. Lo demás fue cosa de la naturaleza.

Aquel connubio casi animal no fue estorbado ni por el atávico respeto que por la aristocracia sentía el criado ni por los prejuicios sociales de su señora. “Amor omnibus idem”, postuló Virgilio en su tercera Geórgica. El amor iguala a todos.

Consumida la pasión quedó Lady Loosebloomers tendida sobre la blanda paja que sirvió de lecho a aquellas inesperadas nupcias. Una dulce languidez llenó su cuerpo. Pensó entonces que la vida del Imperio estaba asegurada por varios siglos más, de modo que no había motivo de preocupación.

Lo entiendo: el amor bien realizado tiene entre sus efectos reconciliar al amante con el mundo e inspirarle pensamientos positivos. Se puede asegurar sin temor a equivocarse que las grandes obras filantrópicas surgieron después de una buena coición.

Lady Loosebloomers quedó poseída por una grata somnolencia. Salió de ella cuando el montero le anunció que debía ir a revisar las incubadoras. “Espera -le dijo tomándolo por el brazo-.

Esta noche mi marido llegará tarde a la casa, pues va a su club en Londres a jugar la partida semanal de whist con sus amigos. Te espero, y haremos otra vez lo que ahora hicimos”. “¿Qué? -exclamó el mancebo-. ¿En mi tiempo libre?”. FIN.



MIRADOR

Armando Fuentes Aguirre


Historias de la creación del mundo.

Abel encendió fuego para hacer un sacrificio a Jehová. El humo de su hoguera subió al cielo.

Al día siguiente Caín hizo su sacrificio. El humo de su lumbrarada se arrastró por el suelo como una sierpe gris.

-¿Lo ves? -le dijo Abel-. Mi sacrificio fue grato al Señor: el humo del fuego que encendí subió a lo alto. En cambio tu ofrenda no complació a Yahvé, por eso el humo de tu hoguera quedó abajo. Eso indica que yo he cumplido la voluntad de quien nos creó. Tú, en cambio, has ido por el camino malo; por eso el Señor te muestra su rechazo.

Contestó Caín:

-No manches. Lo que pasa es que hoy hay inversión térmica.

¡Hasta mañana!...



MANGANITAS

Por AFA


“Una foca amaneció desvelada”.

Eso de no haber dormido

lo explicó a troche y moche.

Dijo: “Es que toda la noche

el foco estuvo prendido”.

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