Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Trump, a la altura de sus bajezas
2016-03-17 | 09:20:35
Simplicio, joven candoroso, contrajo matrimonio. En la despedida de soltero sus amigos casados le dijeron: “Ahora vas a saber lo que es follar a fuerza”. La predicción se cumplió: Avidia, la novia del muchacho, le salió ardiente, sensual, lúbrica, gran gustadora de los placeres del connubio. Dos, y hasta tres veces al día se le acercaba, voluptuosa, y le demandaba una nueva demostración de amor. El pobre muchacho no podía negarse a las eróticas solicitaciones de su mujercita, y andaba todo agotado, laso, feble y escuchimizado. Una día le dijo ella después de terminar uno de los innumerables episodios de himeneo: “Mi amor: la próxima semana cumpliremos un mes de casados, y estoy pensando en hacerte un regalito. ¿Qué te gustaría?”. Respondió Simplicio con voz que apenas se escuchaba: “Llegar”. Augurio Malsinado, de vacaciones en París, le envió un mensaje a su psiquiatra: “La estoy pasando muy bien, doctor. ¿Por qué?”... El oficial del Registro Civil le dijo a don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia: “Ya no insista, señor. Su contrato de matrimonio no tiene fecha de vencimiento”... Imposible negarlo: Nalgarina Grandpompier, vedette de moda, se había echado algunos kilitos encima, y casi todos se le habían ido a la parte posterior. Así sucede: a los señores los kilos de más se nos van a la barriga, y a las señoras se les van a las pompas. Un día la Grandpompier se topó con Viperina, corista de segunda fila que por fuera se decía su amiga y por dentro era su enemiga mayor. Viperina le miró el trasero y exclamó con fingida admiración: “¡Caramba! ¡Veo que has ampliado el negocio!”... Don Añilio, senescente caballero, declaró con orgullo: “Antes del Viagra lo mío estaba en vías de extinción. Ahora está en vías de extensión”... Superman llegó a su casa después de cumplir una de sus misiones salvadoras. Al entrar en la recámara vio algo que le llamó la atención, y le dirigió a su esposa, Luisa Lane, una mirada de interrogación. Dijo ella, nerviosa: “Te juro que no sé qué hace aquí un traje de Batman. Debe ser un error de la tintorería”... A estas alturas -más bien bajuras y bajezas- todo indica que Donald Trump será el candidato del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos. Vastos sectores del pueblo norteamericano se han rendido ante el Becerro de Oro. (¡Qué bien le cuadra el apelativo a ese hombre que lleva en sí todas las pobrezas, incluso la del dinero!). A muchos ha seducido con el brillo de sus oropeles y la rijosidad de sus discursos, en los que saca a la luz la oscuridad de los prejuicios que laten en el fondo de una sociedad que aún no logra librarse por completo de sus prejuicios, sus violencias y sus miedos. Una remota esperanza queda aún: que los republicanos vuelvan en sí, y a la hora decisiva rechacen a este neofascista que tanto ha degradado al partido de Lincoln. La otra posibilidad, más cierta, es que Hillary Clinton obtenga la nominación demócrata y en la elección presidencial derrote a Trump. Eso salvaría a los Estados Unidos de caer en manos de un hombre irracional, y libraría a México y al mundo de este individuo que a todos nos amenaza con sus radicalismos.
Yo tengo fe en el pueblo noble norteamericano, y espero que a fin de cuentas haga caer a Trump del pedestal que él mismo se ha erigido con su dinero y sus discursos de odio. Y ya no digo más porque estoy muy encaboronado. En la penumbra de la sala cinematográfica don Chinguetas exclamó: “¡Caramba! ¡Qué manera de manejar la pasión, el erotismo, la lujuria y la sensualidad; todas las reconditeces de la libídine y el amor carnal!”. Le preguntó doña Macalota, su mujer: “¿Hablas del director de la película?”. “No -replicó don Chinguetas-. Hablo de esa parejita que está allá”... La gallina corría delante del gallo que la perseguía con intenciones más que claras. Sin dejar de correr la gallinita les pidió en voz baja a las demás gallinas: “Muchachas: díganme si no voy corriendo demasiado aprisa”... Dulcilí, joven ingenua, le comentó a su amiga Rosibel: “Tengo remordimientos de conciencia: dejé que mi novio me pusiera la mano en la rodilla”. Contestó Rosibel: “Yo también tengo remordimientos, pero los míos están unos 40 centímetros más arriba”. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre Mi amigo Harry Davis, antiguo compañero mío en la Universidad de Indiana, me visitó en Saltillo, y lo llevé al Potrero de Ábrego. Ahí conoció a don Abundio. El viejo le preguntó: -Perdone, señor: ¿de dónde es usted? -De Nueva York -contestó Harry. -¿Dónde queda eso? -quiso saber don Abundio. -En los Estados Unidos -contestó mi amigo-. Al noreste. -¿Muy lejos de aquí? -No sé con exactitud. Unos 3 mil kilómetros, quizá. -¿Y a qué distancia de Saltillo? -Lo mismo, aproximadamente. -¿Y de la Villa? (Cuando la gente del Potrero habla de la Villa se refiere a Santiago, Nuevo León). -También lo mismo, más o menos. -¿Y cuánta gente vive donde vive usted? -Unos 10 millones. -¡Pobres! -exclamó don Abundio compadecido-. ¡Tantos que son y tan lejos que viven de todo! ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS por afa “Alguien le dijo a cierto diputado: ‘Es usted un analfabeto’”. Con fuerte tono vitriólico el flamante diputado respondió muy enojado: “¡No señor! ¡Soy muy católico!”.

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