Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2016-02-25 | 08:53:59
Presentación


De política y cosas peores

por Catón


Una chica soltera le anunció a su amiga: “Estoy embarazada”. “¡Santo Cielo, Susiflor! -exclamó la otra-. Pues ¿qué se me metió?”. “¡Ay! -se impacientó ella-. ¡Qué pregunta!”...

Cierto activista le dijo a un ciudadano: “Cuando venga la revolución se acabará la pobreza. Todos comeremos fresas con crema”. Opuso el hombre: “A mí no me gustan las fresas con crema”. Replicó el revolucionario: “Cuando venga la revolución te tendrán que gustar a huevo”...

Un tipo le dijo a otro: “Vi a tu esposa en una fiesta”. “No puede ser -negó el otro-. Mi mujer no va sin mí a ninguna fiesta”. “Estoy seguro de que era ella -insistió el primero-. La vi bien; era tu esposa”. Preguntó, inquieto, el amigo: “¿Qué ropa llevaba?”. “No sé -respondió el tipo-. Llegué cuando ya todos se habían encuerado, y me salí antes de que se vistieran”...

El escritor es por esencia un hombre de inseguridades. Yo lo soy. Existe el deleite de escribir, es cierto, de domar la rebelión de las palabras y hacer que digan cosas, y que las digan -si es posible- con armonía de música. Pero tras ese goce están las preguntas temerosas.

¿Habrá quien lea lo que acabo de escribir? ¿Lo escribí bien? ¿Cuánto tiempo más podré seguir en esto? Ningún escribidor con una mínima dosis de modestia aspira a escribir para la posteridad, pero tampoco ninguno quiere hacerlo para la parte posterior.

De ahí los miedos con que vive; de ahí los fantasmas que siempre van con él. A veces, sin embargo, un hálito de humana generosidad le llega al escritor, y pone sosiego en sus temores y certidumbre en su inseguridad.

Eso me sucedió el último domingo en la Feria del Libro del Palacio de Minería, en la Ciudad de México. Fui a presentar mi libro más reciente -espero que no el último-, “Cuentos de todos (y de otros también)”.

Al llegar vi una larguísima fila de personas que desde la puerta de entrada subía por la airosa escalera y se perdía en la segunda planta del recinto. Pensé: “Feliz el autor -o autora- que atrae todo este público. En otro tiempo yo también vi una fila igual, de gente esperando a ser admitida en el salón donde iba yo a presentar un libro.

Pero todo pasa”. De pronto los que esperaban empezaron a aplaudir a mi paso. Me dijo un edecán de la Feria: “Son las personas que vienen a su presentación. Están aquí desde hace más de una hora”.

¡Qué público maravilloso! El espacioso y bello Salón de Actos se llenó a su máxima capacidad con mis cuatro lectores, y muchos se quedaron sin poder entrar a causa de las medidas de seguridad que impiden que una sala se abarrote.

Firmé incontables libros, y escuché frases llenas de bondad acerca de mi tarea diaria. Por si eso fuese poco mis generosos amigos de Diana, Grupo Editorial Planeta, me dijeron que están ya preparando mi contrato para un próximo libro, y me anunciaron que próximamente me enviarán a la Feria del Libro en Guatemala. Díganme ustedes si todo eso no es para disipar cualquier inseguridad, cualquier temor. Aunque.

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le pidió a Dulcilí, muchacha ingenua, la dación de su más íntimo tesoro. Le dijo ella: “No puedo. Soy virgen”. Replicó el salaz verraco: “¿Y eso qué? Total, después te rezo una novena”...

Letrero conmovedor: “Si alguna chica busca un novio que sea algo feíto, pero que nadie se lo quite, pregunte aquí”...

Don Cornulio comentó en la oficina: “El día del Amor y la Amistad llegué a mi casa antes de la hora acostumbrada, pues le llevaba una regalo sorpresa a mi mujer. La encontré en la recámara, sin ropa y muy nerviosa.

Me dijo que estaba así porque ella también me tenía un obsequio. En efecto, en una silla al lado de la cama había una camisa, un pantalón, zapatos y demás. Desgraciadamente todo me quedó grande”...

Los reclutas se iban a lanzar por primera vez en paracaídas. Les dijo el instructor: “Recuerden: la argolla para abrir el paracaídas está a la altura de sus testículos”. Uno de los reclutas dijo: “No la encuentro”. Replicó el instructor: “A la altura de los testículos, dije. Tú estás buscando a la altura de la garganta”. Respondió con temblorosa voz el recluta: “Ahí los traigo”...

El lechero del pueblo les comentó a sus amigos. “Esta ola de desempleo me está perjudicando”. Preguntó uno: “¿Vendes menos leche?”. “No -contestó el hombre-. Pero muchos maridos están ahora en su casa”. FIN.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre


Llegó el número uno y me dijo:

-Soy el número uno.

Le pregunté:

-¿Viene usted solo o acompañado?

-Vengo solo -me respondió-. No necesito compañía: soy el número uno:

Le dije:

-Si viene solo no vale nada, aunque sea usted el número uno. Cualquier número carece de valor sin los demás números.

Seguramente mis palabras lo desconcertaron, porque hizo una pausa antes de preguntar:

-¿Piensa usted que los demás números querrán venir conmigo?

-Estoy seguro de que sí -le contesté-, a condición de que no se sienta usted superior a ellos.

El número uno se retiró. Iba en busca de los otros números. Había entendido que solos no somos nada, y que con los demás podemos serlo todo.

¡Hasta mañana!...



Manganitas

por Afa


“La primavera está cercana”.

Si hay alguien que no me crea

esa noticia veraz,

le pido que oiga nomás

los gatos en la azotea

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