Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Hay mucho desencanto
2016-02-19 | 09:35:44
¿Por qué las señoras casadas que tienen automóvil lo traen todo abollado de los lados? Porque sus maridos las han tenido engañadas: les han dicho que esto (separando 3 centímetros el índice y el pulgar) son 8 pulgadas. Afrodisio, galán concupiscente, le propuso a Dulcilí, muchacha ingenua: “Vamos al jardín para darte un beso en lo oscurito”. “¡Ah, no! -protestó ella-. ¡Si quieres besarme tendrá que ser en los labios!”... Don Hefestino, el herrero del lugar, era tartamudo. Cierto día estaba forjando una pieza de hierro. Levantó el mazo y le ordenó a su joven ayudante: “Po-pon en el yu-yunque la pi-pí”. “¡Ah no!” -se asustó el mozo al tiempo que alejaba de la bigornia la entrepierna. Aclaró el tartaja: “¡La pi-pi-pieza, im-imbécil!”... Enfermó la esposa de don Poseidón, labriego rico pero de pocas luces. El doctor Ken Hosanna le indicó por teléfono: “Consiga un termómetro y tómele la temperatura rectal a su señora. Luego llámeme”. Una hora después don Poseidón llamó al facultativo y le informó: “Ya le puse ahí a mi mujer el artefacto”. Preguntó el médico: “Y ¿qué marcó? -pregunta el médico. Contestó don Poseidón: “Húmedo y con vientos fuertes”. El galeno se desconcertó: “Eso lo marcan los barómetros”. “Pos no sé -replica el vejarrón-. Pero ojalá le sirva el dato, porque batallé mucho para meterle el aparato donde usted me dijo”... Don Languidio, señor de avanzada edad, le habló con desolada voz a cierta parte de su anatomía. Le preguntó lleno de congoja: “¿Por qué te moriste antes que yo, preciosa, si somos de la misma edad?”... Pepito le pidió a su cuñado: “¿Me harías el favor de cambiarme este billete de 50 pesos por diez monedas de a 10?”. “Querrás decir por cinco”-lo corrigió el cuñado. “No, por diez -insistió Pepito-. Si me lo cambiaras por cinco ¿dónde estaría el favor?”... Tan pronto entró en la suite nupcial el recién casao se arrodilló a orar. Su flamante mujercita le preguntó, extrañada: “¿Qué haces?”. Respondió el devoto joven: “Le pido al Señor que me guíe”. Le dijo la muchacha; “Tú pídele fuerzas. De guiarte me encargo yo”... Estoy triste. Estoy contento. Me siento feliz. Me siento desdichado. Tengo esperanza. Tengo desesperación. ¿Por qué esos encontrados sentimientos, inane pendolista? Tus expresiones -toda proporción guardada- parecen distante eco de las geniales frases con que Dickens empezó su inmortal novela “Historia en dos ciudades”: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; era la edad de la razón, era la edad de la sinrazón; era la época de la fe, era la época de la incredulidad”. Pienso que la visita del Papa fue un acontecimiento de importancia, pero creo haber advertido que su presencia en México no suscitó el mismo entusiasmo y fervor que se vieron en visitas papales anteriores. Temo que el escándalo de la pederastia en el seno de la Iglesia, y su ocultamiento por los jerarcas, han sido fuente de una tremenda irritación social que ha dañado gravemente a la institución eclesial y, con otras causas, se ha reflejado en una disminución de la feligresía católica y de la religiosidad de muchos. Eso me entristece: pienso en mis fieles difuntos, cuya fe era la de los inocentes, y por otra parte me alegra, porque es muestra de una mayor conciencia crítica en la sociedad y de una creciente libertad ante las estructuras del poder, sean civiles o religiosas. Habrá que hacer un balance objetivo de
la visita de Francisco, pero no cabe duda de que los tiempos han cambiado. Qué lástima. Qué bueno. Sigue ahora un chiste majadero... En el rincón de una cantina un sujeto con aire de infeliz hacía sonar una y otra vez un pito grande. El tal pito era de barro, de unas 12 pulgadas de largo. El tabernero, cansado de oír el lamentoso y monótono sonido, le preguntó al individuo a qué se debía aquel concierto tan desconcertado. “Es lo único que puedo hacer con este maldito pito” -respondió, enfurruñado, el tipo. Preguntó el cantinero: “¿Qué clase de pito es?”. “Me lo dio un genio pendejo -contestó el otro con rencoroso acento-. Me encontré una lámpara, la froté y salió un genio de oriente. Me dijo que me concedería un deseo. Yo le dije cuál era mi deseo. Y el pendejo no me entendió bien”... FIN.

MIRADOR ›armando fuentes aguirre
Aparte de ese gran libro que escribió Dios en millones de tomos y que se llama la naturaleza, no hay cosa mejor que los buenos libros escritos por los hombres. Yo me entristezco al ver una casa sin libros, porque es como si no tuviera puertas o ventanas. Los libros clásicos son la voz viva de los hombres muertos. En ellos está lo que pensaron y dijeron los mejores ejemplares de la especie humana. Cuando entro en una biblioteca escucho mil voces que me reclaman, como en una hermosa feria: “¡Eh, ven aquí! Soy Homero y quiero contarte algo muy interesante que le pasó a Ulises en su camino a Itaca”. “¡Acércate! Soy Shakespeare, y voy a hablarte acerca de las dudas de los hombres, de su ambición, sus celos, su avaricia y su amor”... “Escúchame. Soy Cervantes y quiero mostrarte tu retrato en el retrato de dos hombres que inventé”. Ansiosamente nos llaman, a nosotros, que tenemos ojos para leer y no leemos. Saben que hallaron la verdad, la belleza, el bien, y nos quieren regalar esos preciosos dones. Por eso, para acallar ese vocerío de amor desesperado que nos ensordecería, hay en las bibliotecas el letrero que dice: “Silencio”. No es para los que llegan. Es para los que están ahí. ¡Hasta mañana!.... MANGANITAS ›por afa
“Le preguntaron a una mujer su edad y respondió: ‘Ando alrededor de los 30”. Un señor muy educado no quiso decir que no, pero al punto preguntó: “¿Cuántas vueltas les ha dado?”.

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