“No se puede confiar en las mujeres-le dijo un tipo a otro-. Mi novia me contó que había pasado la noche con su hermana, y no era cierto: yo pasé la noche con su hermana”...
Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, se quejó con el gendarme de la esquina: “Le pedí una dirección a aquel hombre y me dijo que me fuera a la tiznada”. Replicó el jenízaro: “¿Y no sabe cómo llegar?”.
El guerrero maya habló con el sumo sacerdote: “Ya sé que la tradición dicta que debemos tocar los tambores y arrojar las doncellas al cenote, pero ¿no cree usted que sería más divertido hacer las cosas al revés?”.
Afrodisio le preguntó a Dulcilí: “Si fueras a una fiesta, bebieras hasta emborracharte y amanecieras con señales de haber hecho el amor ¿se lo contarías a alguien?”. Respondió Dulcilí: “Claro que no”. “En ese caso -prosiguió el salaz tipo- te invito a una fiesta”. El asombrado reverendo que ofició la boda le indicó al novio hablando hacia abajo: “Dije que podía usted besar a la novia. Besarla únicamente”.
Un forastero llegó al pequeño pueblo y se dirigió a un vecino del lugar: “¿Hay aquí mujeres para pasar un rato?”. Inquirió el otro: “¿Como de cuánto?”. Respondió el visitante: “Como de 200 pesos”. Contestó el lugareño: “Toque usted en la puerta de aquella casa verde”. Dijo el recién llegado: “¿Y como de 500 pesos?”. “Toque en la puerta de aquella casa amarilla”. “¿Y como de mil pesos?”. “Toque en la puerta de aquella casa azul”. Preguntó el fuereño: “¿Y como de 5 mil pesos?”. El sujeto ponderó por un momento la cuestión y luego replicó: “Toque usted en cualquier puerta”. Don Felipe Sánchez de la Fuente, rector que fue de mi amada universidad, la de Coahuila, era señor caballeroso, todo corrección, todo perfecta urbanidad.
Orador castelariano, poeta de clásicos acentos, cuidaba de las formas lo mismo en el vestir que en el hablar. Portaba siempre en la derecha mano unos guantes de cabritilla que no calzaba nunca pues -decía- no le servían de prenda de abrigo, sino de adorno personal.
Sólo en una ocasión lo vi perder su mesura, su ecuanimidad. Estaba leyendo su informe rectoral ante el Honorable Consejo Universitario cuando irrumpieron en la sala cinco o seis encapuchados que gritaban mueras a la burguesía y denuestos contra la educación clasista.
Suspendió la lectura don Felipe y se inclinó hacia mí, sentado al lado suyo, pues era yo secretario general de la Universidad. “Señor licenciado -me preguntó en voz baja-. ¿Quiénes serán esos hijos de su rechingada madre?”.
La misma pregunta podría hacerse en relación con los pelafustanes que hace unos días encendieron lumbres en la UNAM para protestar por la detención de uno de sus congéneres. No es posible permitir que por mi raza hablen esos rufianes que nada tienen de universitarios y sí mucho de delincuentes.
Son ellos y los de su calaña quienes han convertido en hedionda zahúrda el auditorio que alguna vez llevó el nombre de don Justo Sierra, y que mantienen como su propiedad privada. Había en mi ciudad un muchacho llamado Eulogio de Anda que por su apostura y compostura fungía como chambelán de las señoritas de sociedad en los bailes del Casino. Pasaba el tiempo -pasar es su principal mester- y ese joven que ya no lo era tanto seguía desempeñando su papel de siempre.
La gente de Saltillo, dicaz y mordicante, acuñó un dístico alusivo al caso: “Los años vienen, los años van, / y Eulogio de Anda de chambelán”.
Pues bien: rectores vienen, rectores van, y la punible ocupación de aquel auditorio sigue siendo una llaga abierta en el costado de la UNAM.
Aquel que rescatara ese recinto ganaría aplauso unánime, pero el absurdo temor a ser tachado de represivo ata las manos de quien debería restituir a la Universidad y a los universitarios un bien que les pertenece, y que está en manos de acidiosos, baquetones, cabuleros, chucos, destorlongados, echadores, fulastres, gandayas, hijueputas, incróspidos, jayanes, kriskraseros (kris-kras es droga), lángaras, llenabuches, maloras, nilos, ñeros, ojeises, perillanes, quemados, raspas, sacrosos, teporochos, ufos, valemadristas, wainos, xengos, yogadores y zánganos. (Lo digo sin ánimo de ofender). FIN.
MIRADOR
Armando Fuentes Aguirre
Me habría gustado conocer al José “El Toluco” López.
Fue una de las figuras más populares del boxeo en el México de los años cincuentas y sesentas. Ídolo de las multitudes, como antes se decía, sus partidarios lo miraban con devoción y lo seguían con fanatismo.
Hizo mucho dinero, y tal como lo hizo lo perdió.
Yo lo vi encumbrarse y caer. En mi ciudad, Saltillo, perdió por nocaut técnico ante Otilio “El Zurdo” Galván. Vapuleado por el peleador local el Toluco ya no salió de su esquina al sonar la campana para el quinto round. Los enloquecidos aficionados cargaron en hombros al Zurdito y lo llevaron hasta su casa en el barrio del Ojo de Agua, situada a cinco kilómetros del lugar de la pelea, sin dejarlo en ningún momento que pisara el suelo.
El Toluco López es autor de una frase dolorida. Dijo: “El box te saca de la nada y te lleva a donde mismo”.
¡En cuántos boxeadores se ha cumplido ese destino aciago! Y lo mismo se puede decir de otras actividades de la vida: si no las sabes vivir bien ellas se encargarán de hacerte regresar al sitio de donde saliste.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
Por AFA
“Exhibición de vestidos en la ceremonia de los Óscares”.
Afirman los confianzudos,
bastante descomedidos,
que más que ser de vestidos
parecía de desnudos.