Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
De políticas y cosas peores
2016-02-26 | 08:23:23
Este hombre joven gustaba de salir en su
motocicleta los fines de semana a recorrer
senderos alejados del bullicio citadino. En
cierta ocasión lo sorprendió la noche en
sus andanzas, y buscó acogimiento en una
granja. El dueño lo recibió con agrado, pues
él también había sido motociclista en sus
años mozos.
Tuvo, según dijo, una Type H en la cual
había logrado alcanzar velocidades hasta
de 20 kilómetros por hora en camino de
terracería, 30 en carretera pavimentada.
Le ofreció “la pobre cena de la casa”, consistente
en carne asada, pollo, pescado,
pato, cuatro variedades de quesos y postre
de diversas frutas.
Finalmente le preguntó: “¿Dónde le
gustaría pasar la noche, amigo? Puede
dormir en el granero o con la beba de la
casa. Escoja”. El motociclista se dijo que
sería incómodo compartir la cama con una
bebé que quizá lo despertaría con sus lloros
o -peor aún- lo mojaría con sus efluvios
infantiles.
Así pues dijo: “Prefiero dormir en el
granero, para no molestar a la pequeña”.
Efectivamente, pasó la noche en el galpón
con acompañamiento de caballos, vacas,
gallinas y otros variados bichos no domésticos
tanto pertenecientes a la familia de
los insectos como de los roedores, cuya
indeseada presencia no le permitió conciliar
el sueño.
Llegó el nuevo día -siempre llega un
nuevo día- y he aquí que se apareció en el
granero una preciosa chica de 18 abriles,
de cuerpo escultural y rostro de singular
belleza. Le preguntó el huésped, impresionado:
“¿Quién eres, hermosa joven?”.
Respondió la muchacha: “Soy la beba de la
casa. Y usted ¿quién es?”. Contestó el hombre,
mohíno: “Soy el pendejo de la moto”...
Mi vida está llena de riquezas. Sin merecerlos
yo me fueron dados los dones del
amor, del vino bueno y la amistad añeja,
de la canción y el verso. Se me ha permitido
intuir el misterio. Hay dos bellezas, sin
embargo, cuya ausencia me perturba, y más
porque me temo que es demasiado tarde
ya para aprenderlas. Para aprehenderlas.
Una es la armonía de los números; la
otra es la hermosura de las antiguas lenguas
mexicanas, especialmente el náhuatl.
Siento esos dos vacíos, y me duelen. Sé que
el mundo de las matemáticas, igual que el
de la música, es un atisbo de la plenitud
anhelada por el hombre, una especie de
reflejo humano de la perfección divina.
Pero tuve la inmensa desgracia de haberme
topado con malos maestros de esa
ciencia, y su soberbia me llevó a temer, y
aun a odiar, todo lo que tuviera que ver con
cifras y guarismos. También fui víctima
inocente del menosprecio con que antes
se veían las cosas mexicanas.
En el bachillerato estudié latín y griego,
así como etimologías grecolatinas (gloria
perenne a don Agustín Mateos). Todavía
puedo recitar de memoria los primeros
sonoros párrafos de las Catilinarias de
Cicerón, y soy capaz también de dilucidar
la significación de la homérica palabra
“Batracomiomaquia”.
Sin embargo nunca aprendí los primores
ocultos en los nombres de los cuatro amigos
que tuve en la antigua calle saltillera de
Los Baños, ahora del general Murguía.
Su padre, vehemente cardenista, les puso
nombres nacionales: Cuauhtémoc, Cuitláhuac,
Moctezuma y -a ella- Xóchitl.
Jugábamos en la calle por las tardes, y su
mamá los llamaba a la hora de la merienda
con gritos que se oían de esquina a esquina:
“¡Cuácua! ¡Cuícui! ¡Muma! ¡Chochi!”.
Ahora es de común conocimiento que
nuestros antepasados indígenas fueron
dueños de una riquísima cultura que se
mostró en espléndidas creaciones lo mismo
de arquitectura que de poesía, y que abarcó
conocimientos matemáticos, astronómicos,
médicos y de otras ciencias y artes que
pusieron asombro en los conquistadores.
Todo esto que ahora digo es para cantarle
las Mañanitas al admirable maestro
don Miguel León-Portilla en el nonagésimo
aniversario de su nacimiento. Él, con otros
sabios varones -el padre Garibay Kintana
pionero entre ellos-, entró en la entraña
del saber de aquellos abuelos nuestros
cuyos descendientes sufren aún olvido y
discriminación.
Por eso, y por muchas cosas más, don
Miguel merece homenaje de reconocimiento.
Que viva muchos años más -no importa
que se haga viejo- y que yo los vea. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Los durazneros abrieron ya sus
flores.
Son de color de rosa. Cada una
tiene el tono, la tersura y el aroma
de una mejilla de muchacha.
A su vista se me alegra el corazón
y se me entristece el alma.
Mirarlas es un gozo. Pero aún
no pasa este febrero, que es mes
de heladas traicioneras. Temo que
un cierzo inesperado mate en flor
la promesa de los frutos.
Estos árboles tienen el ímpetu
de la juventud, y su imprudencia.
No son como los nogales, viejos que
han visto pasar los años y que por
eso saben esperar. Solo florecen
cuando tienen la certidumbre de
que los fríos se han alejado ya.
No reprendo a los durazneros
por su imprevisión. Nadie tiene derecho
a reprender a un árbol. Pero
cada mañana miro el cielo para ver
si hay en él nubes de amenaza. Me
sentiré tranquilo sólo cuando el
nogal del huerto dé sus flores. Él es
maestro de la vida, y sabe el tiempo
justo en que la vida puede florecer.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“Un perico entró en el corral de
las gallinas”.
“Gallo: espero que recuerdes
-dijo con preocupación
metiéndose en un rincónque
no hay gallinas verdes”.

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