Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
‘En primera plana’
2016-03-02 | 09:36:29
El señor llegó a su casa y encontró a su esposa en la cama, sin ropa -la esposa, no la cama-, toda revuelta -la cama, no la esposa- y mostrando las señas de un fragoroso episodio de erotismo (la esposa y la cama). Al lado de la señora un individuo fumaba con toda calma recargado en la cabecera del lecho. Antes de que el estupefacto marido pudiera pronunciar palabra le dijo su mujer, llorosa: “Y esto no es todo, viejo. ¡También me vendió una enciclopedia!”. El antropólogo le preguntó al beduino: “¿Practican ustedes el sexo seguro?”. “Claro -contestó el hombre-. Marcamos a los camellos que patean”. Los requisitos para obtener el empleo de secretaria incluían presentar tres cartas de recomendación. Don Algón se dirigió a la curvilínea aspirante: “¿Tiene usted tres recomendaciones?”. “Sí -respondió ella con sonrisa insinuativa-. 90-60-90”. Quisiera yo tener la sapiencia cinematográfica de don José de la Colina, a quien admiro sin conocerlo, o del crítico Rodulfo Seyes, a quien conozco sin admirarlo. Si supiera lo que ellos saben, si poseyera el infinito conocimiento que del cine tiene el talentoso Alejandro Pelayo, director de la Cineteca Nacional, podría dar una opinión autorizada sobre la reciente entrega del Oscar. Creo, sin embargo, que el hecho de no saber nada acerca de la técnica del cine ayuda a disfrutarlo más, igual que se goza con mayor intensidad el cuerpo femenino si no sabes nada de ginecología. Mi juicio, entonces, tendrá el valor de la inocencia. Diré primero de “En primera plana”, o sea “Spotlight”. Su nombre en español le cuadra bien: es una película plana, sin relieves, tediosa a veces, muy cerca del documental y muy lejos de la obra de arte. En su premiación debe haber influido algo la malquerencia que los magnates de Hollywood han mostrado casi siempre a la Iglesia Católica. Yo le habría dado el premio a “Brooklyn”. En el caso de Leonardo DiCaprio el Oscar es merecido más por su trayectoria de excelente actor que por su papel en “The Revenant”, donde ofrece el más amplio repertorio de pujidos, quejidos, gañidos, gruñidos y berridos que registran los anales de la cinematografía universal. En ese rol, monótono, carente de matices, repetitivo hasta el cansancio, el protagonista fue superado por el oso -u osa-, a quien un ingeniosísimo mensaje de la red mostró recibiendo la estatuilla en lugar de DiCaprio. Ursus en vez de Leo. Yo habría dado el Oscar a Eddie Redmayne, por su espléndida y compleja actuación en “The Danish Girl”. Los premios recibidos por González Iñárritu y Lubezki son justos, justísimos. Lo digo no porque sean mexicanos, sino porque son extraordinarios cineastas que pertenecen ya a la historia del cine. Con sus premios Iñárritu se puso a la misma altura de Huston y Mankiewicz; con los suyos Lubezki implantó un récord casi imposible de igualar. Eso es un gran orgullo para México, que tantas causas de ufanía tiene en medio de tantos motivos de pesar. Enhorabuena. Una atractiva señora le pidió al taxista que la llevara al aeropuerto. En el trayecto le dijo el conductor: “Es usted la tercera mujer
embarazada a la que llevo al aeropuerto esta mañana”. Replicó ella: “No estoy embarazada”. Manifestó el taxista: “Todavía no llegamos al aeropuerto”. Una muchacha se quejó: “Cuando encuentras un hombre que podría ser un buen marido, casi siempre ya lo es”. Tres individuos llegaron al mismo tiempo al Cielo. Los tres mostraban una sonrisa de oreja a oreja. San Pedro los interrogó, los inscribió en su libro de admisiones y luego les franqueó la entrada a la morada de la eterna bienaventuranza. Los vio el Señor y le preguntó al apóstol de las llaves quiénes eran esos hombres, y por qué sonreían así. El portero celestial indicó al primero y leyó el registro de su libro: “Pierre Renard, francés. Le dio un infarto en el momento en que estaba haciendo el amor con una linda chica. Eso explica su sonrisa”. Presentó San Pedro al segundo: “Pancho Güevez, mexicano. Sufrió una embolia cuando estaba brindando con amigos. Eso explica su sonrisa”. Finalmente el apóstol señaló al tercero: “Augusto Máximo, argentino. Le cayó un rayo, y pensó que Dios le estaba tomando una fotografía. Eso explica su sonrisa”. FIN.

MIRADOR ›armando fuentes aguirre
En la noche larga del insomnio este hombre piensa acerca de la muerte. De su muerte. Nadie en la extensa familia de su padre pasó de los 80 años, reflexiona. Él ya anda cerca de esa edad. Se pregunta si traspondrá la raya que nadie de los suyos ha pasado. Sonríe para sí al pensar -parece un chiste- que lo único que le preocupa de la muerte es que con ella termina la vida. Y es que ha vivido intensamente sus días, y más intensamente aún sus noches. Han sido suyos los goces de la canción y el vino, de la amistad y la mujer. Todo eso, con el recuerdo de eso, desaparecerá en la noche larga de la muerte. Se queda dormido al fin el hombre. Sueña su vida. Morirá al fin el hombre. ¿Soñará su muerte? Amanece otro día, pero él no sabe que amaneció otro día. ¿Está dormido o muerto? Quién lo sabe. Se levanta y sale al mundo. ¿Está viviendo o está soñando? Quién lo sabe. ¡Hasta mañana!... MANGANITAS ›por afa
“.Se impartirá educación sexual en algunos países árabes.”. “Hoy la educación sexual -precisó cierto visires algo más que decir ‘Muchas gracias’ al final”.

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