Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2014-01-21 | 11:13:40
Voy a decirlo sin tapujos. Decir las cosas sin tapujos es decirlas bien. Este hombre es un lenón. Regentea un burdel; trafica con mujeres. El burdel está en la zona de tolerancia; se llama “El columpio del amor”. La zona de tolerancia es pobre, y no muy grande, pues la ciudad no es rica, y es pequeña.
Tan pequeña es que “el sector pecaminoso” –así la llama el redactor del principal periódico de los dos que hay en la población- está a unas cuantas cuadras de la iglesia parroquial.
Las mujeres del “sector pecaminoso” miden el tiempo que están con sus clientes por las campanadas del reloj del templo. Como la ciudad es pobre ningún negocio da para todo, y entonces hay que ingeniárselas para vivir. Por eso el hombre que digo tiene dos trabajos.
Se ocupa, desde luego, en sus tareas de lenón. De las 9 de la noche hasta las 4 de la madrugada atiende a la erizada clientela de su establecimiento; dirime los pleitos entre las mujeres; sirve las cervezas y las copas en la barra de la cantina, y cobra por las bebidas y por lo demás. Luego, concluida la jornada nocturna, cambia de giro.
De joven aprendió a hacer barbacoa. Va y la saca del pozo en que la puso antes de ir a la zona, y la vende en sabrosos tacos mañaneros que gozan entre la gente de mucha popularidad. “Mi negocio es la carne” -suele decir con intención. Y añade con sonrisa equívoca: “ En diferentes formas”. Es cínico el lenón taquero. Pero es también agradecido.
Tiene una lista de personas de quienes ha recibido favores o servicios, gente importante de la comunidad: el banquero que alguna vez le prestó una cierta cantidad; el distribuidor de cerveza que le brindó crédito oportuno; el abogado que lo libró de ir la cárcel después de un infortunado suceso de sangre en su negocio.
A todos les lleva un medio kilito de barbacoa los domingos. Toca el timbre, se los deja al pie de la puerta y se retira, pues no se siente digno de ser recibido por ellos. “No quiero faltarle al respeto a su casa” -les explica, humilde. Este hombre no es casado. Por lo mismo. ¿Puede acaso tener una familia -dice él- dedicándose a lo que se dedica?
Tiene sí, una mujer. La conoció en los ires y venires de su negocio, pues a lo mismo se dedicaba ella. Ya no se dedica a eso, claro, pero le ayuda en el establecimiento. Es ella la que se ocupa de cuidar a las muchachas, atenderlas cuando se ponen malas, remediar sus necesidades, oír sus quejas y quebrantos…
Pero haré corto un cuento que empieza ya a ser largo. Y lo haré corto porque no es cuento; es sucedido. En el mundo suceden muchas cosas, y más en esos mundos que desconocemos. Cierto día la mujer enferma. Siente dolores en el vientre, insoportables. La lleva él con el médico y éste, después de los exámenes correspondientes, le diagnostica una enfermedad terminal.
“No es posible –dice él, consternado-. Vamos a la capital”. Y a la capital la lleva, al mejor hospital. El diagnóstico anterior era acertado. Su compañera va a morir sin remedio. Los doctores le han dicho a él, aparte, que a la señora le quedan unos cuantos meses de vida.
Le dijeron además que sufrirá dolores que los más fuertes anestésicos no podrán calmar. Acortaré la historia más aún. Él le dice a ella lo que va a suceder. Nunca le oculta nada. Regresan a su casa, y al día siguiente amanecen muertos los dos, en la cocina.
Han cerrado las puertas y las ventanas; han tapado con lienzos y periódicos todas las hendiduras, han abierto el gas de la estufa y han muerto. Ella no quiso sufrir ni hacerlo sufrir a él. Por su parte él no quiso que ella se fuera sola, ni quiso quedarse solo él.
No puedo decir si hicieron bien o mal. Quizá a estas cosas no se aplican esas categorías de mal y bien. Quién sabe cómo actuaría yo en una situación así. ¿Habrá alguien que lo sepa? Me he limitado a contar la historia tal como sucedió.
La historia de un lenón y una prostituta. Otra pregunta me hago: ¿se deben contar las historias de los lenones y las prostitutas? No son gente como la gente que escribe historias y las lee. No sé… Quizá toda la gente tiene historia. Y quizá todas las historias deben ser contadas… FIN.

mirador
armando fuentes aguirre
He llegado a pensar que en un principio el hombre era feliz.
A esa felicidad se le llamaba “el paraíso”.
Los dioses sintieron celos de la dicha humana y decidieron inventar algo que acabara con aquella dicha original.
Entonces inventaron el dinero.
Desde ese día los hombres viven preocupados.
Los que no tienen dinero se preocupan por ganarlo, y los que lo tienen se preocupan por no perderlo.
Claro que hay hombres tan pobres que lo único que tienen es dinero. Y sin embargo, un cínico diría que el dinero no compra la felicidad, pero ayuda a conseguir muy buenos sucedáneos. Otro cínico dice que los únicos que hablan mal del dinero son los que no lo tienen.
Aquel antiguo dicho, “Time is money” , el tiempo es dinero ¿deberá cambiarse por otro: “Life is money”, la vida es dinero?
Qué pena.
¡Hasta mañana!...
manganitas
por afa
“…Mejora el cine mexicano…”.
Esas palabras que citas
ciertamente son verdad.
Hoy tienen más calidad
-es cierto- las palomitas.

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