Por Raymundo Jiménez
Columna: Al Pie de la Letra
FGB y al CIA
2013-11-14 | 10:19:35
Ahora que las filtraciones de Edward Snowden, un exempleado de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), pusieron al descubierto el espionaje que el gobierno de Estados Unidos practicó contra el expresidente Felipe Calderón y el entonces candidato del PRI a la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto, los mexicanos nacionalistas que se han desgarrado las vestiduras por esta intromisión norteamericana deberían leer el libro “Nuestro hombre en México. Winston Scott y la historia oculta de la CIA”, del periodista Jefferson Morley, un exeditor del Washington Post, quien revela, entre otras cosas, que tres expresidentes mexicanos -Adolfo López Mateos (identificado como “Litensor”), Gustavo Díaz Ordaz (“Litempo-2”) y Luis Echeverría (“Litempo-8”)- estaban en la nómina de la agencia de inteligencia yanqui, que hasta la fecha sigue operando de manera encubierta en la oficina de la Embajada de EU.
Y es que Morley refiere que después de la Segunda Guerra Mundial, entre los años cincuentas y setentas, “la ciudad de México fue la Casablanca de la Guerra Fría, un caldo de cultivo perfecto para espías, revolucionarios y asesinos. La oficina que tenía aquí la CIA era la línea de batalla de la lucha de Estados Unidos contra el comunismo internacional, tan importante para América Latina como Berlín lo fue para Europa.”
Entre otros personajes mexicanos que destaca, figura el fallecido exgobernador de Veracruz, Fernando Gutiérrez Barrios, de quien reconoce que “su control del aparato de inteligencia mexicano le ganó fama como ‘el J. Edgar Hoover de México’, (ya que) tenía información secreta incriminatoria sobre muchos de la élite política”.
En las páginas 124 y 125 de su libro, Morley relata precisamente la grata impresión que Gutiérrez Barrios le causó a Winston Scott, el hombre fuerte de la CIA en México:
“Win estaba más que contento de vigilar a los comunistas. En la ciudad de México mantuvo archivos sobre rebeldes multinacionales que huían de los muchos déspotas de Sudamérica. Pronto supo que la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la fuerza policial del presidente, tenía las cosas bajo control.
“La breve estancia de Fidel Castro en México era una prueba de ello. Poco antes de que llegara Win, en agosto de 1956, la DFS había arrestado a Castro y 23 compañeros en un rancho fuera de la Ciudad de México. Castro era un exiliado de Cuba, un abogado de 29 años, alto y desgarbado, que encabezaba algo llamado Movimiento 26 de Julio, que se había alzado en armas contra el gobierno de Fulgencio Batista, en la isla.
“Batista encarceló a Castro durante dos años, luego lo despachó a México. Castro reorganizaba sus fuerzas y ponderaba su siguiente acción cuando lo arrestaron y le confiscaron abundantes armas en el rancho. En el bolsillo de Castro, la policía halló la tarjeta del periodista soviético Nikolai Leonov. Castro rechazó el cargo de que era comunista y declaró que su arresto era obra de Batista y la embajada de los Estados Unidos. Castro pasó un mes en la cárcel, hasta que el jefe de asuntos migratorios de la DFS, un teniente de 28 años llamado Fernando Gutiérrez Barrios, decidió dejarlo libre.
“Con el tiempo, Win llegaría a apreciar el modo en que Gutiérrez Barrios manejaba las cosas. ‘El Pollo’, como lo conocían por su prominente nariz, era astuto y práctico, y eventualmente reinaría como el más poderoso funcionario judicial en México. Cuando Castro prometió que su banda pronto zarparía hacia Cuba, Gutiérrez Barrios le estrechó la mano y se despidió de él. Dejando a un lado la duda de si algún dinero había cambiado de manos, las fuerzas de seguridad mexicanas tenían una causa menos para preocuparse. Win llegaría a conocer al ‘Pollo’ mejor en los años venideros”.
Por cierto, otro caso que vinculó a Gutiérrez Barrios con Scott fue la investigación del asesinato del presidente John F. Kennedy, cuyos secretos, ambos se llevaron a sus tumbas. Y es que en junio de 1964, don Fernando, identificado por la CIA como “Litempo-4” firmó una declaración jurada al gobierno de los Estados Unidos -la cual se halla en el expediente 1154 de la Comisión Warren- asegurando que había interrogado a Silvia Durán, una mexicana que tuvo contacto con el presunto asesino presidencial Lee Harvey Oswald, en septiembre de 1963, quien casualmente estuvo en la Ciudad de México tres semanas antes del asesinato del mandatario estadunidense.

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