Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
Extremen precauciones
2013-03-24 | 21:37:24
Don Algón, salaz señor de edad ya muy madura, consiguió que una morena de formidables atributos corporales aceptara pasar con él un fin de semana en cierta playa de moda. La tarde caía ya en el último día de aquella efímera conchabanza.
Frente al mar, e inspirado por la belleza del crepúsculo, le dijo don Algón a la muchacha con tono romántico y ensoñador: “¿Podrás alguna vez, Nalguiria, olvidar este fin de semana?”. Respondió con ominoso acento la casquivana pecatriz: “¿Cuánto me dará usted por olvidarlo?”...
Le preguntó un señor al agente de viajes: “¿Cuál es la mejor época para ir a París?”. Respondió sin dudar el individuo: “Entre los 25 y los 30 años”...
La señora que sufría de migrañas era tratada por un acupunturista. Cierta noche la mujer se despertó con una tremendísima jaqueca. Tomó el teléfono y llamó a su terapeuta. “Doctor –le dijo-. Me duele intensamente la cabeza”. Respondió el acupunturista: “Tómese un par de tachuelas y vaya a mi consultorio en la mañana”...
El Padre Arsilio llegó a la gran ciudad en autobús. Iba a predicar los ejercicios espirituales de cuaresma a unas monjitas. Les había dicho que al llegar les avisaría que estaba ya en la terminal, a fin de que fueran por él. Marcó, pues, el teléfono del convento, pero se equivocó de número.
Preguntó: “¿Hablo a la casa de las Hermanitas de los Pobres?”. “No -le respondió una alegre voz de mujer-. Hablas a la casa de las amiguitas de los ricos”...
Cierto detergente usaba para su publicidad a un locutor que con el nombre de Rápido iba casa por casa distribuyendo premios. Llegó a un domicilio, y le abrió la puerta una mujer. “Señora -le dijo el tal Rápido-. Estoy dispuesto a darle mil pesos si...”. “¡Oh, no! –se alarmó la mujer-. ¡Retírese inmediatamente, que no tarda en llegar mi marido!”. “Señora -aclaró el otro-, soy Rápido”. “Ah, bueno –aceptó la mujer-. Si es aprisita entonces sí”...
Yo no soy dado a las predicaciones, y por regla general desconfío de los predicadores. Los que predican por metro generalmente practican por centímetro. Me preocupa, sin embargo, el alto índice de accidentes que se registra en los días de la Semana Santa, ciertamente una de las menos santas entre las 52 que tiene el año. (Mi inolvidable amigo Salvador Flores Guerrero solía decir que en estos días el puerto de San Blas pasaba a llamarse solamente Blas).
En la semana que burocráticamente es conocida como Mayor, o de Primavera, hay choques y volcaduras en las carreteras, y en las playas y demás sitios de recreo acontece toda suerte de sucesos desastrados. Recordemos que después de un accidente ya nada vuelve a ser igual.
En estos días la prudencia, virtud siempre valiosa, debe ejercitarse más. Es triste que por falta de precaución el placer y la alegría de las vacaciones se tornen en dolor y sufrimiento. Manejar bajo el influjo del alcohol es una invitación a la tragedia. Esta semana seamos parte del gozo de la vida, y no de una estadística de muerte.
Cuidemos de nosotros mismos y de aquellos que van con nosotros, y regresemos a nuestros hogares sanos y salvos, con ganas de trabajar. (Y con necesidad también)…
Eran las tres de la madrugada. En la suite nupcial del hotel los felicísimos recién casados estaban entregados a los deliquios del himeneo. El arrebato de su recién estrenada intimidad los hacía proferir voces extasiadas; gritos de amoroso entusiasmo; ayes clamorosos y sonoras expresiones de delirante exaltación.
El huésped de la habitación vecina, a quien aquellas ardientes efusiones no habían dejado dormir, empezó a dar fuertes golpes en la pared a fin de solicitar mayor circunspección en las demostraciones del inaugural connubio. “Rosibel -dijo el muchacho, apenado-, creo que debemos hacer menos ruido. El ocupante de la habitación vecina se está quejando”. “Tú síguele, y más fuerte -contestó Rosibel, acezante-. Seguramente está clavando un cuadro”...
Don Crésido Moneto, rico señor, retiró los fondos que tenía en el banco. Al día siguiente volvió a depositarlos otra vez. Canceló su cuenta de nuevo al otro día, y regresó al siguiente a depositar el dinero una vez más. “Señor Moneto -le dijo el gerente del banco-. Así no le va a rendir su capital.
Con tanto mete y saca, mete y saca, va usted a perder el interés”. Don Crésido se quedó pensando un momentito y luego dijo: “Probablemente tenga usted razón. Lo mismo me pasó en mi matrimonio después de 10 años de hacer eso mismo”... FIN.

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