Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
2013-03-21 | 22:36:04
Pepito, vanidoso, le presumía a Rosilita: “Tengo algo que tú no tienes’’. Y Rosilita lloraba, porque, en efecto, Pepito le mostraba aquello que él tenía y de lo cual carecía ella. Mas sucedió que un día Pepito insistió en su jactancia acostumbrada: “Yo tengo algo que tú no tienes’’, y ese día Rosilita no lloró; antes bien esbozó una sonrisilla suficiente. “¿De qué te ríes? -se amoscó Pepito-. Ya te dije que yo tengo algo que tú no tienes’’. “Sí -replicó ufana Rosilita-, pero mi mami me dijo que con lo que yo tengo puedo conseguir todas las que quiera de esa que tienes tú’’... Don Cornulio, muy preocupado, acudió a la consulta del doctor Duerf, psiquiatra eminentísimo. Le dijo: “Doctor: le pido que examine a mi esposa Mesalina. Creo que siente un enfermizo apego por su ropa. Ayer abrí su clóset y descubrí que tiene ahí a un hombre cuidándole sus vestidos para que no se los roben’’... Uglilia Picia, mujer más fea que un coche por abajo, se quejó con el policía de la esquina: “Un hombre me viene siguiendo. Ha de estar borracho’’. Después de posar la vista en la humanidad de Picia concluyó el gendarme: “Más bien ha de estar borrachísimo’’... Don Astasio llegó a su casa después de cumplida su jornada de 8 horas de trabajo como tenedor de libros. Colgó en la percha su saco, su sombrero y la bufanda que usaba incluso en días de calor canicular, y luego se dirigió a su alcoba a fin de recostarse un rato mientras llegaba la hora de cenar. Lo que vio ahí no es para describirse con detalles: su esposa Facilisa estaba en brazos de un toroso mancebo en quien el mitrado marido reconoció al repartidor de pizzas. Fue don Astasio al chifonier donde guardaba una libretita en la cual anotaba inris para decirlos a su mujer en tales ocasiones. Después de hallar uno adecuado volvió a la recámara y se lo espetó a la pecatriz. Le dijo: “¡Tana!”. En lenguaje del hampa de la Ciudad de México ese vocablo significa ramera, prostituta. Luego, clavando una mirada fulminante en el mocetón, le dirigió estas palabras ominosas: “Ya le enseñaré a usted, jovenzuelo”. “Disculpa, Astasio –intervino la señora sin suspender sus eróticos meneos-. Tú no tienes nada que enseñarle a este muchacho. Más bien él podría darte algunas lecciones a ti”. Ignoro si el repartidor de pizzas tendría los conocimientos didácticos y pedagógicos que se requieren para cumplir con eficiencia las tareas de la enseñanza, pero sí puedo decir que quienes tienen a su cargo la educación de la niñez y de la juventud, y dejan de cumplir su labor por causas de politiquería, cometen –lo digo sin incurrir en melodrama- delito de lesa patria. Tal es el caso de muchos de los mal llamados maestros pertenecientes a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, y de sus dirigentes. ¿Trabajadores de la educación? No lo son, pues los más de los días del calendario escolar los dedican a sus paros, plantones, manifestaciones y algaradas de todo tipo. No merecen que se les apostrofe con indignación. Merecen, a lo más, una escarnecedora trompetilla. Hela aquí: ¡Ptrrrrrrr!... La madre de familia le daba consejos a su hija. Le dijo con solemnidad: “El dinero no puede comprar amor’’. “Lo sé, mamá -respondió ella-. Por eso yo nada más lo alquilo’’... En el cine la señora le preguntó a su esposo: “¿Por qué no me haces el amor como se lo está haciendo Richard Gere a Julia Roberts?’’. Replicó el individuo: “A él le pagan’’... Por primera vez en su vida el sultán vio en la tele un juego de volibol. Esa tarde reunió a las mujeres de su harem y les comunicó: “Muchachas, voy a decirles quiénes van a alinear hoy en la noche’’... Don Poseidón, granjero acomodado, le dijo a su doctor que se sentía algo cansado. Después de un interrogatorio el médico dio con la causa de ese agotamiento: a sus años el salaz vejancón hacía el amor todos los días de la semana: lunes, miércoles y viernes con su mujer; martes, jueves, sábados y domingos con la joven criadita de la casa. Dictaminó el galeno: “Creo que deberá usted suspender su trato carnal con la sirvienta’’. “¡Oh, no! –se alarmó don Poseidón-. ¡Luego va a querer que le pague!’’... Llegó una chica del talón a la farmacia y le dijo con enojo al propietario: “Voy a demandarlo, señor mío. Compré aquí un depilatorio, y resultó demasiado fuerte’’. “¿Le causó comezón?’’ -inquirió el farmacéutico-. “Peor todavía –respondió, mohína, la muchacha-. ¡Me quemó el negocio!’’... FIN.


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