Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2013-03-20 | 21:54:58
Hermenio, de oficio comerciante, contrató los servicios de una sexoservidora, y fue con ella al popular motel K-Magua. Le dijo que lo harían con la luz apagada. En efecto, así, en la oscuridad se llevó a cabo la refocilación. No habían pasado ni cinco minutos cuando la mujer sintió que nuevamente era solicitada, y luego una tercera vez, y una cuarta, y una quinta. Se sorprendió bastante la falena por la inusual enjundia de su cliente, y cuando fue requerida por vez sexta encendió la luz del cuarto. En el lecho, junto a ella, vio a un desconocido. “Usted no es don Hermenio” –le dijo con asombro. “No –respondió el sujeto-. Él está afuera vendiendo los boletos”… Debo reconocerlo: Kid Grogo, boxeador local, ya no estaba en sus mejores tiempos. Tan frecuentemente era noqueado que su manejador alquilaba para publicidad las suelas de sus zapatillas. Caía el púgil en la lona y los aficionados podían leer en una de las suelas: “Madame Peskov enseña el búlgaro. (Nota: es un idioma)”, y en la otra: “Hacer hijos es cumplir la voluntad de Dios. Cumpla usted la voluntad divina en colchones La gloria eres tú”. La última pelea del Kid fue el acabose. En el primer round su adversario le pegó hasta con la cubeta. Tantas veces lo hizo caer a la lona que el público se aprendió de memoria aquellos dos anuncios. Solo con ayuda de sus seconds pudo Grogo llegar hasta su esquina cuando sonó la campana salvadora que puso fin a la primera vuelta. Maltrecho, dolorido, lacerado, le preguntó a su manager con feble voz que apenas se escuchó: “¿Cómo va la pelea?”. “Mira –le contestó el hombre-. Si lo matas en el segundo round, empatas”. Ahora voy a decir de dónde saqué el nombre de ese púgil, Grogo. En lenguaje boxístico andar groggy significa quedar atontado, aturdido o semiinconsciente por un golpe; apendejado, si me es permitido este cultismo que ofrece precisión mayor. La expresión viene de grog, una bebida hecha a base de ron que en los barcos de la flota británica se daba a los marinos como parte de su ración, y que los ponía tícuros, trompetos, pipas, zumbos, pedernales, pandos, chucos, estraféuticos, incróspidos o con una pedicurista a todo dar, palabras todas éstas que sirven para designar el estado en que andan los beodos. Pues bien: así, groggies, parece que andan los panistas después de la derrota contundente que sufrieron en la elección presidencial, y que los llevó a ser sotacolas en la lista de los partidos principales. Su última reunión fue lamentable; evidenció el desconcierto que priva en las filas blanquiazules por causa de la división entre quienes siguen a Madero, el actual presidente del partido, y los que aún se mantienen bajo el influjo de Calderón (Felipe, por si alguien lo ha olvidado), quien fue un poco presidente de la República y un mucho presidente del PAN. Es una pena que Acción Nacional esté así, groggy, pues ahora que parecemos volver a los tiempos del partido oficial, de los carros completos, de la cargada, etcétera, hace falta una oposición consistente que sirva de freno y contrapeso al poder presidencial y haga valer el pluralismo que debe haber en todo ejercicio democrático. Y ya no digo más, pues advierto que esta larga perorata me está dejando groggy… Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, se preocupó al ver que el pelo se le estaba cayendo. Fue con un médico especializado en patologías capilares, quien después de examinarle el cuero cabelludo le indicó: “Presenta usted, señora, un cuadro agudo de alopecia dinámica, folicular y furfurácea de tipo pityroides, celsi y tricofítica”. Al oír aquello a doña Macalota se le cayó otro mechón de pelo. “¿Podré conservar el cabello, doctor?” –preguntó con inquietud. “Si sigue así –replicó el facultativo-, sólo podrá conservarlo en una cajita de Olinalá. Por fortuna hay un tratamiento a base de poderosas hormonas masculinas. Eso podrá evitar que quede usted como bola de billar”. “¿Quién es Villar?” –preguntó la señora aún más inquieta. “Billar con be alta o larga –precisó el galeno-. Con 10 inyecciones de esas hormonas su cabellera volverá a ser como aquellas a las que cantó con inspirado acento el músico poeta Agustín Lara”. Pasado algún tiempo, y terminado el tratamiento, el doctor llamó por teléfono a doña Macalota, y le preguntó cómo le había ido con las poderosas hormonas masculinas. “Bien, doctor –respondió ella-. El pelo ya no se me cae. Solo que ahora siento mucha comezón”. “¿En la cabeza?” –inquirió el médico. “No –contestó doña Macalota-. En los testículos”… FIN.

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