Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Francisco, el santo de los pobres
2013-03-16 | 02:10:54
Lo primero, el nombre. What’s in a name? preguntó Shakespeare en “Romeo y Julieta”. ¿Qué hay en un nombre? Hay mucho, y más cuando el nombrado escogió cómo llamarse. El nombre del nuevo Papa es Francisco. No es necesario decir “Francisco Primero”, pues no ha habido otro pontífice romano que se llame así. Con decir “el Papa Francisco” es suficiente. Se evita además la relación de ese nombre con el de Francisco I, rey de Francia, aquel gran cínico que dijo: “Todo se ha perdido, menos el honor”, siendo que también el honor se había perdido.
Interesante es el caso de un jesuita que toma para si un nombre franciscano. Pertenecen al folclor eclesial, las pintorescas malevolencias entre la Compañía y la Seráfica Orden, lo mismo que las antiguas rivalidades de los ignacianos con los dominicos. ¿Cuál es el San Francisco cuyo nombre escogió el Papa? Pienso que es el de Asís, el Poverello, pero hay quienes insinúan que podría ser alguno de los santos jesuitas que llevaron ese nombre: San Francisco Xavier, aquel “divino impaciente” de Pemán, o Francisco de Borja, “el expiador”, descendiente ilegítimo del Papa Alejandro VI y del rey Fernando el Católico, sus pecadores bisabuelos. Eso es irrelevante, pues tales santos se llamaron Francisco por el pobrecito de Asís. En eso estriba la importancia del nombre que tomó para sí el nuevo Pontífice. Con eso, creo, da a entender que será el Papa de los pobres.
El actual espíritu jesuita es de pobreza. La orden fundada por el de Loyola ha sido una controvertida orden. Por muchos años se ocupó en los reinos de este mundo. Los ignacianos llegaron a ser temibles; se recelaba de ellos, se les atribuían tortuosos maquiavelismos tendientes a ganar dominio temporal. Incluso, el Diccionario de la Academia, tan católico, hubo de recoger algunas expresiones derivadas de aquella actitud: “Jesuita: Hipócrita, taimado”. “Jesuítico: Dicho del comportamiento: Hipócrita, disimulado”. Ese talante hizo que los jesuitas sufrieran inquina y expulsiones. Al paso del tiempo, sin embargo, se operó en el seno de la Compañía una especie de conversión: quienes antes fueron sacerdotes de élite, amigos del poder y de la ostentación -lo proclamaban sus templos, recios y ornamentados a un tiempo-, se volvieron apóstoles de los desprotegidos; privilegiaron a la pobreza y a los pobres. Actualmente los jesuitas se caracterizan por la vigorosa defensa que hacen de quienes sufren injusticias, y no vacilan en oponerse a los poderes establecidos para denunciar sus abusos y desvíos.
Me atrevo a suponer que ese camino tomará Francisco. No cabe esperar del nuevo Papa una actitud renovadora en algunas cuestiones como el celibato sacerdotal, los derechos de la mujer, el trato a las personas homosexuales y a otros grupos que, como los divorciados, sufren diversas formas de exclusión. Ahí la rígida ortodoxia del nuevo Obispo de Roma es semejante a la de Benedicto. Eso me entristece, pues ya de seguro me iré de este mundo sin ver que en esos temas mi Iglesia se vuelve más generosa, más humana y más acorde con lo que están pidiendo nuestro tiempo y nuestro mundo. Me ha alegrado mucho, sin embargo, la sencillez de Francisco, su humildad.
Será un Papa popular en el mejor sentido de ese término, el de ser un Papa muy cercano al pueblo. No posee el carisma mediático que hizo de Juan Pablo un personaje universalmente querido y admirado, pero tampoco veremos en él la reserva de intelectual y teólogo que quizás a pesar de sí mismo mostró siempre Benedicto. Debemos esperar palabras y obras de Francisco en bien de los pobres del mundo, de los perseguidos, de los migrantes, de las víctimas de las guerras; en suma, de quienes tienen hambre y sed de justicia. De ellos y para ellos será este nuevo Papa. La designación de un Cardenal de América Latina, región del mundo que es vista en Europa como de pueblos pobres, hace pensar en una preocupación mayor del catolicismo institucional por los desposeídos de la Tierra. ¿Debemos advertir en eso también el signo de una conversión, el cambio de una Iglesia poderosa en una Iglesia humilde, que pone los ojos en esos mensajeros y representantes personales de Jesús que son los pobres? El Papa tomó el nombre de Francisco, el santo de la pobreza. ¿Qué hay en un nombre? Hay mucho. En este caso no hay solamente un símbolo: hay también una promesa, una esperanza… FIN.


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