Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-11-22 | 21:41:27
Tres años largos estuvo Leovigildo de novio con la bella Pirulina. Todo ese tiempo la asedió con urgentes demandas de erotismo; mil veces le pidió que le hiciera dación de su virginidad. Otras tantas veces ella le negó, tajante, aquel tesoro. Por fin él le propuso matrimonio, pues supo que solo en el tálamo nupcial podría refocilarse con el objeto de su deseo. La noche de bodas Leovigildo le dijo a su flamante desposada: “¿Sabes una cosa, Pirulina? Si te hubieras entregado a mí ya no me habría casado contigo’’. Respondió ella: “No me extraña. Por haberme entregado a ellos no se casaron conmigo otros seis novios que tuve’’.... Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, llegó a su casa un día y sorprendió a un raterillo en su recámara. “¡Déjeme ir! -rogó asustado el mozalbete-. ¡Jamás he hecho nada malo!’’. “Pues ya estás en edad de aprender’’ -le respondió Celiberia al tiempo que cerraba la puerta con llave...  La mujer de Empédocles Etílez lo reprendió con acritud: “Me contaron que te vieron bien borracho abrazado a un poste’’. “¡Vaya! -protestó el borrachón-. ¿Ahora hasta de un poste vas a tener celos?’’... Recibí un mensaje en el correo electrónico. Muchos recibo cada día, tantos que estoy pensando ya que a lo mejor tengo más de cuatro lectores. Me apena grandemente no poder contestarlos todos, pues si lo hiciera tendría que estar en eso todo el día, y no me quedaría tiempo para escribir nada más, lo cual haría que mi mujer y yo feneciéramos de inanición. Este mensaje que digo, sin embargo, me conmovió. Lo voy a transcribir, no por jactancia, sino a manera de agradecimiento. Helo aquí: “Señor Catón: Es muy difícil redactar una carta dirigida a un escritor, pues siempre queda el miedo de lo que va a pensar de aquel que no tiene nada qué comunicar. Pero como dice Oscar Wilde: ‘Para escribir son importantes dos cosas: tener algo qué decir y decirlo’. Mi único propósito es agradecerle algo. En el medio de los autores es muy difícil encontrar a alguien que al mismo tiempo reúna las cualidades del talento y de la sencillez. Usted fue una de las personas más agradables que conocí en mi trabajo en la Librería Gandhi de la terminal 2 del aeropuerto de la Ciudad de México. Con frecuencia halla uno en los escritores egocentrismo y presunción. Hablar con ellos es una invitación a no leer nada de lo que escriben. Gracias por haberme mostrado que usted es el mismo que uno imagina cuando lo lee, pues leer algo escrito por Catón es como estar disfrutando de una charla con un amigo en un parque o una cafetería. Cuenta usted ahora con 5 lectores. Cuídese mucho, y espero tener algún día la oportunidad de charlar nuevamente con usted”. Firma Brian Alan Hernández García. Recibir un mensaje como éste es recibir una presea. Agradezco la carta de un joven de pocos años que quizá no sabe la importancia que sus palabras tienen para un hombre de muchos… Picardino, hijo de don Poseidón, fue a la ciudad a estudiar. Llevó consigo al perro de la casa, llamado el Almirante porque su pelaje era de varios colores y –decía don Poseidón- “todos se almiran al verlo”.  Bien pronto Picardino empezó a gastar demasiado en parrandas con maturrangas y amigotes. Para lograr que su padre le enviara más dinero se le ocurrió un ardid, pues conocía los defectos de su progenitor. Lo llamó por teléfono y le dijo que había en la ciudad una academia donde los perros aprendían a hablar. Si ponían al Almirante en esa escuela don Poseidón sería el único del pueblo que tendría un perro parlante. El viejo, entusiasmado, empezó a girar grandes cantidades a su hijo para la colegiatura del can. Pero no hay dicha que dure, como dijo un señor cuando en la oscuridad del cine una chica se le sentó inadvertidamente en el regazo y luego se levantó de prisa pidiéndole disculpas. Llegó el día en que Picardino tenía que regresar al pueblo. Dejó al Almirante con un amigo y tomó el autobús. Don Poseidón lo esperaba en la central. Más que tener ganas de abrazar a su hijo estaba ansioso de oír hablar al perro. Se consternó al ver que no lo traía Picardino. “¿Y el Almirante?’’ -preguntó con inquietud. “Sucedió algo, papá -le dijo el muchacho bajando la voz-. Tan pronto el perro aprendió a hablar me dijo: ‘Ya quisiera estar en la casa, para contarle a tu mamá todo lo que tu padre hace con la criadita de la casa cada vez que ella sale’. Por eso no lo traje. Pero si quieres, la próxima vez lo traigo’’. “¡Ah, jijo! -se alarmó don Poseidón-. No sólo no lo traigas: ¡mata lo antes posible a ese pérfido animal!”... FIN.


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