Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-11-16 | 20:16:28
Nunca sucede nada en el pueblo donde vive Himenia Camafría, madura señorita soltera. Los días pasan bostezando, y con ellos las semanas, los meses y los años. El único acontecimiento memorable que ahí se recuerda sucedió la vez que una ráfaga de viento le arrancó el bisoñé al notario público. La vida de los vecinos es gris, y la de las vecinas más. Cuando menos se acuerdan se mueren más de lo que ya estaban, y pasados los nueve días del obligado luto sufren esa segunda muerte que se llama olvido. Entenderán mis cuatro lectores, por lo tanto, que aquel pueblo tan pobre que ni siquiera tenía un poeta se haya cimbrado cuando a él llegó un príncipe italiano. Nadie supo la razón de su presencia. Él hablaba con vaguedad de un exilio por razones de política. A veces, cuando bebía un par de copas, cambiaba la versión, y entonces decía que estaba ahí para olvidar un amor infortunado. Eso le daba un halo de romanticismo que él acentuaba asumiendo un aire perpetuamente triste. Quizá por eso –y también porque se parecía a Vittorio Gassman- todas las mujeres del pueblo se enamoraron inmediatamente de él, incluso la señorita Peripalda, catequista, quien en otros tiempos, cuando se convenció de que ya no encontraría marido, había hecho voto perpetuo de virginidad. La esposa del alcalde pensaba en el príncipe cuando su marido, que era gordo y calvo, le hacía el amor. El edil se sorprendía bastante porque su mujer, que siempre tenía un aire ausente en esos trances, ahora suspiraba, gemía suavemente y decía con languidez: “Amore mío”. El príncipe tenía sonoro nombre: se llamaba Franco de Terioro. Ciertamente sus mejores años habían pasado ya, y se veía algo pachucho. Su ropa no era precisamente principesca. Vestía un traje color ala de mosca bastante brilloso ya por las planchadas, y en la pensión donde vivía llevaba una chaqueta de pana verde que no parecía de pana ya, pues las rayas de la tela habían desaparecido hacía mucho tiempo. Alguien le preguntó una vez de dónde era, y él respondió que había nacido en la Toscana. (“Ah, sí –dijo Babalucas con tono de enterado-. La de Puccini”. Y pronunció así: Puc-cini). El caso es que ante el asombro general el príncipe empezó a cortejar a la señorita Himenia. La esperaba a la salida de la misa –él no entraba: decía que era liberal garibaldino-, y después de dar con ella un breve paseo por el parque la acompañaba hasta su casa. Ahí se despedía en la puerta, para no alimentar la murmuración de los vecinos. La señorita Himenia andaba en el séptimo cielo de la felicidad. La llenaba de gozo saber que por fin el amor había llamado a su puerta, y más la alegraba la envidia mal disimulada de sus amigas Solicia y Celiberia. Era buena cristiana, sin embargo, y se propuso que después de casarse con el príncipe les pediría a todos que por favor no le fueran a decir princesa. Cierto día el príncipe la visitó en su casa. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Le dijo a la señorita Himenia que había recibido un telegrama urgente en el cual le avisaban que su madre estaba enferma de gravedad allá en Italia, y pedía verlo para despedirse de él y darle su bendición final. Por desgracia él tenía todo su dinero en el banco, en inversión a plazo fijo que no se vencería sino hasta dentro de 30 días. ¿Podría ella prestarle para el viaje? A su regreso le pagaría y, si ella se lo permitía, le diría un sentimiento que albergaba en su corazón y que no podía ya callar. Al día siguiente la señorita Himenia le entregó todos sus ahorros. ¿Necesito decir qué sucedió después? Casi me apena la obviedad. El fementido príncipe no regresó jamás. Después se supo que no era príncipe, sino plomero, y que lejos de ser italiano provenía de un barrio bajo del Distrito Federal. Es más: ni siquiera se parecía a Vittorio Gassman: se parecía a Totó. La señorita Himenia lloró algunos días, no tanto por el perdido galán sino por sus perdidos ahorros, pero luego se consoló pensando que después de todo ella había sido la escogida por Franco –así le siguió diciendo hasta el final de su vida: Franco- para su cometer su mala acción. No cabe duda: el corazón de la mujer es misterioso. Pero no quiero hablar del corazón de la mujer. Quiero sólo prevenir a la República sobre los riesgos que hay en las esperanzas excesivas. Muchos piensan que al día siguiente de que Peña Nieto tome posesión de la Presidencia el país amanecerá en paz, sin las violencias cotidianas que ahora padecemos. Quien eso piensa está tan equivocado como la señorita Himenia. Me adelanto a prevenirlo para que no vaya a sufrir la misma decepción… FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.
Una doncella se enamoró perdidamente de don Juan, y escapó de su casa con él.
Era muy religiosa la muchacha. Le decía llorando a su galán:
-Sé que me voy a ir al infierno por amarte, pero prefiero una eternidad de sufrimiento a un solo minuto sin tu amor.
Enfermó cierto día la enamorada joven, y después de una breve agonía se le acabó la vida. En su lecho de muerte mostraba una sonrisa de felicidad, y no un rictus de temor.
Pasaron los años. Murió don Juan. Al llegar al otro mundo se enteró de que aquella muchacha estaba en el Cielo. Entonces supo la verdad: nadie nunca se condena por amor.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS.
Por AFA.
“… Viene un invierno crudo…”.
Según los experimentos
que se han realizado ya,
con el frío aumentará
la tasa de nacimientos.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018