Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-11-13 | 21:38:35
Casó don Gerontino, señor de muchos años, con Frondosia, muchacha en flor de edad. Cuando se dirigían a la suite nupcial del hotel el maduro novio sufrió un síncope cardíaco. Llegó una ambulancia, y pusieron en la camilla a don Gerontino. Con él subieron al vehículo la consternada novia y los dos jóvenes paramédicos. En el trayecto al hospital uno de ellos le dijo a Frondosia: “Dígale a su esposo algunas palabras que fortalezcan en él las ganas de vivir”. Se inclinó la muchacha hacia su provecto marido y le dijo: “Ponte bien, Gerontino, o tendré que pasar la noche de bodas con alguno de estos dos guapos muchachos”… Aquel tipo era fanático de las Chivas. Un día su mujer le reclamó con enojo: “¡Quieres al Guadalajara más que a mí!”. “¿Y eso te extraña? –respondió el sujeto-. Incluso al América lo quiero más que a ti”… Estos eran tres amigos que venían del bar “Mimí”. Se llamaban Astatrasio Garrajarra, Empédocles Etílez y Alvino Ocheve. Los tres eran borrachos de solemnidad. Cierta noche salieron de aquella popular cantina más ebrios que una cuba. Con dificultad subieron a un taxi, y Astatrasio le dijo al conductor: “A mi casa”. El taxista encendió el motor, y en seguida lo apagó. Les anunció a los briagos: “Ya llegamos. Son 80 pesos”. Garrajarra le dio un billete de 100 y le dijo al tiempo que descendía del taxi: “Quédate con el cambio”. Empédocles salió también del automóvil: “Gracias, manito” –le dio una amistosa palmadita al conductor. Alvino, en cambio, le propinó al taxista un fuerte capirotazo. Pensó el tipo que el borracho se había dado cuenta de que el coche ni siquiera se había movido de su lugar. Le preguntó: “¿Por qué me golpeó así, señor?”. Respondió con enojo el temulento: “¡Por haber manejado tan aprisa, desgraciado! ¡De milagro no nos mataste!”… Macalota fue a un centro comercial en compañía de don Chinguetas, su marido. Entró en una tienda y salió a poco cargando seis bolsas llenas de ropa. “¿Todo eso compraste?” –se espantó el señor. “Sí –admitió ella-. Pero mira todo lo que dejé en la tienda”… Un sujeto le comentó a su amigo: “Estoy muy preocupado. Mi novia ha subido mucho de peso”. Preguntó el otro: “¿Cómo lo sabes?”. Responde el tipo: “Ya le queda la ropa de mi esposa”… En todas las series de la televisión americana aparece por fuerza un afroamericano, para no discriminar a los afroamericanos. Aparece también obligatoriamente un oriental, para no discriminar a los orientales. Sale siempre también una lesbiana o un gay, para no discriminar a quienes tienen preferencias sexuales diferentes. Y últimamente ha empezado a aparecer alguien obeso, pues en Estados Unidos la obesidad es ya la regla, no la excepción. Solo de vez en cuando, sin embargo, se ve en esas series a alguien perteneciente al grupo de los llamados “hispanos”, que son hoy por hoy quienes sufren la discriminación mayor en ese país adalid de los derechos humanos y de la libertad. Hago esta profecía: los hispanos  –mexicanos, puertorriqueños, cubanos, etcétera- empezarán a aparecer con más frecuencia en esas series, y también en las películas de Hollywood. Sucede que en la reciente elección presidencial ese grupo étnico mostró su fuerza, y quizá en buena parte fue la causa de que Romney perdiera la presidencia. En efecto, el republicano trató con menosprecio a los hispanos; dio su apoyo a la discriminatoria Ley Arizona; mostró actitudes ominosas para los electores de ese origen. Entonces éstos votaron aplastantemente por Obama, en proporción del 71 al 27 por ciento. No es difícil que dentro de una década el voto latino represente el 25 por ciento del voto total del electorado. Eso se reflejará en la política de los Estados Unidos. Y pronto empezará a reflejarse también en las pantallas del cine y la televisión… El cuento que baja el telón de esta columnilla es por demás inconveniente. Las personas que no gusten de leer cuentos por demás inconvenientes deben suspender aquí mismo la lectura… Casó Dulciflor, muchacha ingenua, con Libidiano, hombre que presumía de sapiencia en cosas de sexualidad. La noche de las bodas él se mostró al natural ante su mujercita y le preguntó con tono de macho dominante señalándose la región de la entrepierna: “¿Sabes cómo se llama esto?”. “Sí –respondió algo turbada Dulciflor-. Se llama pipicita”. “No, preciosa –la corrigió el galán, condescendiente-. Se llama pene”. Replica la muchacha: “Uh, no. Pene es el que tenían mis cuatro novios anteriores. Eso que tienes tú es una simple pipicita”… FIN.

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