Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-11-20 | 21:26:52
Una joven señora se jactaba de su buena figura. Dijo: “Actualmente peso menos que el día que me casé’’. “Bueno –aclaró con veneno en la voz una de sus amigas-. Es que ahora no estás embarazada’’... Susiflor le comentó a su amiga Rosibel: “Mi novio y yo tenemos una pequeña diferencia. Yo quiero una boda grande, en la catedral, con banquete en el casino para 500 invitados. Él, en cambio, no se quiere casar’’... El anuncio en el escaparate de la florería mostraba el consabido letrero: “Dígalo con flores”. Entró un muchacho y se dirigió al propietario: “Perdone: ¿qué flores se usan para pedirle aquellito a una chica?”... La criadita le informó a su patrona: “En la puerta está un plomero. Dice que viene a ver el grifo’’. Responde la señora: “Dile que todavía no se levanta’’... La nieta le preguntó a su abuela: “¿Cuántos años tienes?’’. Respondió la señora: “Tengo 80, hijita”. “¿80 años? -exclamó con asombro la niña-. ¡Caramba! ¿Y empezaste desde uno?’’... La joven esposa se quejaba siempre de que su marido se salía todas las noches, quién sabe a dónde. Cierto día al tipo lo operaron para sacarle el apéndice. La muchacha le dio la noticia por teléfono a una tía soltera que tenía, la señorita Celiberia Sinvarón. “Todo sucede para bien, hijita -la tranquilizó ella-. Mira: mi gato también se me salía todas las noches, y desde que el veterinario lo operó no sé de qué ya no se sale nunca’’...  Con acento arrebatado le dijo el galancete a Pirulina: “¡No encuentro palabras para decirte mi amor por ti!’’. Respondió ella: “Y ahí donde tienes la mano menos las vas a encontrar’’... San Francisco de Asís les pedía a sus hermanos: “Prediquen, aunque sea con la palabra”. Con eso les quería decir que el ejemplo es la mejor predicación. De nada vale que los papás exhorten a sus hijos a leer si los niños no los ven nunca leyendo. Leer es un hermoso vicio; el único impune, dijo Borges. Y la lectura tiene ahora grandes enemigos, especialmente la televisión y todos esos artilugios en los cuales yo naufrago y en que mis nietos navegan como si a bordo de ellos hubieran venido a este mundo. Me temo que los libros, tales como los conocemos -y antes que ellos los periódicos impresos-, acabarán por desaparecer. La nueva generación conoce ya otras formas de lectura que nosotros ni siquiera imaginábamos. Oiga usted, eso de traer 15 mil libros en una tableta -¿así se dice?- es cosa que me asombra. No me asusta: otras cosas veremos de mayor prodigio. Lo que me preocupa es que la gente no lea, ni en una forma ni en la otra. Todos los hombres, todo el hombre, están en los libros. No acercarse a ellos es alejarse de la Humanidad, y es por tanto alejarse de la humanidad. Esto no es juego de palabras: una de las formas de llegar al bien, una de las maneras de volverse humano, es a través del conocimiento. Más cosas se aprenden en los libros que en la escuela. Pero si los padres quieren que sus hijos lean deben ponerles el ejemplo. Cuando los niños vean leer a sus papás, por sí solos empezarán a leer. ¡Leed entonces, padres de familia! (Nota: nuestro estimable colaborador proporciona en seguida una lista de los libros que ha escrito, y de las librerías donde se pueden encontrar, relación que nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por ser ajena a la naturaleza de esta sección editorial)… Don Geroncio, señor de edad madura, fue al campo. Vínole en gana hacer una necesidad menor, y al darle trámite le sucedió una mayúscula desgracia: un tábano le picó en la parte que había expuesto a fin de cumplir con la naturaleza. Al día siguiente don Geroncio acudió con el médico: “Doctor -le preguntó-: ¿podría usted quitarme el dolor sin quitarme la inflamación?’’... En el club el señor se subió a la báscula para pesarse. “¡Joder!’’ –exclamó en voz alta con disgusto. “¿Qué sucede, Craso? -le preguntó un amigo-. ¿Estás excedido de peso?’’. “De peso estoy muy bien -respondió el ventrudo señor-. Pero según la carta comparativa de pesos y estaturas debería yo ser 50 centímetros más alto’’... Dos mujeres orientales estaban en el aeropuerto de la Ciudad de México. Junto a ellas conversaban dos hombres que al parecer eran funcionarios electorales, pues dijo uno: “Ayer tuve una elección de las 8 de la mañana a las 6 de la tarde’’. Una de las orientales se inclinó sobre su compañera y le dijo: “¡Esos son hombles!’’. (No le entendí)…


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