Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Pobre consumismo
2012-11-19 | 08:04:45
Impericio, muchacho con poca técnica sexual, contrajo matrimonio con Pirulina, joven mujer que en otro tiempo había sido de envases no onerosos, por no decir de cascos ligeros. Consumado el matrimonio mediante la celebración del rito natural Impericio le preguntó con orgullosa sonrisa a su pareja: “Dime, Pirulina: el acto que acabamos de realizar ¿no te hace desear otro?’’. “Sí -admitió ella-. Pero anda de viaje’’...
Kid Grogo cayó noqueado en el mismísimo primer round de la pelea. Cuando recobró el conocimiento, ya en el vestidor, su manager lo amonestó, severo: “¿No te dije que te cuidaras del uno-dos?’’. “Y me cuidé –aseguró el Kid con feble voz-. Pero el cabrón me aventó el tres, el cuatro, el cinco, el seis, el siete...”…
El oficial del Registro Civil se sorprendió bastante cuando don Secundino Encorio, que apenas hacía un mes había enviudado, se presentó ante él para que lo casara nuevamente. Lo preguntó con tono reprensor: “¿Va a tomar estado otra vez, don Secundino? ¿Acaso no enviudó hace apenas una semanas?’’. “Es cierto, señor juez –contestó el reciente viudo-. Pero no soy rencoroso’’...
¡Pobre consumismo! Todo mundo habla mal de él. Por consumismo se entiende el ansia inmoderada de comprar cosas, aunque no se necesiten. Ese afán es criticado rudamente; se le atribuye ser la causa de mil y mil problemas tanto privados como públicos.
El gran poeta mexicano Díaz Mirón hizo este lapidario dístico: “Nadie tendrá derecho a lo superfluo / mientras alguien carezca de lo estricto”. Independientemente de que los declamadores digan siempre “supérfulo” yo digo que don Salvador habló como poeta, y no como hombre práctico.
En su lugar yo postularía esta verdad: “Nadie podría tener lo estricto / si otros no compraran lo superfluo”. Hagamos un repaso, y nos daremos cuenta de que en verdad no necesitamos la mayoría de las cosas que tenemos. Aparte de un alimento frugal que nos mantenga la vida, una morada elemental que nos proteja de los rigores de la naturaleza y una ropa sencilla que nos cubra, todo lo demás que poseemos es superfluo.
Pero sucede que lo que en estado de naturaleza podría considerarse superfluo llega a ser tan necesario para el hombre de hoy como el agua y las hierbas para el anacoreta. ¿Superfluo el automóvil? ¿Superfluo el teléfono? ¿Superfluo el televisor? El progreso se finca en buena parte en la invención de nuevas necesidades, y en la adquisición de esas invenciones.
Alabemos, pues, a los consumistas. De no ser por ellos muchos no tendrían trabajo, y por tanto no habría en sus casas el pan de cada día. Digo todo eso porque el Buen Fin ha sido acusado de promover el consumismo. Pensemos, sin embargo, que con cada compra se protege un empleo.
El Buen Fin, esa magnífica promoción debida en buena parte al talento y tesón de mi paisano Jorge Dávila Flores, llegó ya para quedarse, y servirá para fortalecer e impulsar la economía, y para hacer que la gente pueda tener cosas aparentemente superfluas pero que son en verdad muy necesarias. Mejor fin no puede haber…
Himenia Camafría, madura señorita soltera, le contó a una amiga: “Todos los novios que tuve fueron unos verdaderos ángeles’’. “¿De veras?’’ –dijo la amiga-. “Sí –suspiró la señorita Himenia-. Todos volaron’’...
Pepito estaba jugando con su estuche de química. Desde su mecedora lo veía con ternura su abuelito. Poco después el chiquillo salió al jardín y vio a una lombricita que asomaba por un agujerito. La tomó y la sacó de ahí. Luego, seguramente apenado por haber sacado de su casita a la pobre lombricita, el niño empezó a tratar de meterla otra vez en el hoyito.
Sus esfuerzos, claro, resultaron fallidos, pues el cuerpo de la lombriz se le doblaba una y otra vez entre los dedos. El abuelo, que lo miraba ahora a través de la ventana, le dijo por broma: “Te daré 50 pesos si logras volver a meter a la lombriz en su agujerito’’.
Pepito fue por su estuche de química, tomó un líquido que con él había producido y roció con él una y otra vez a la lombriz. El cuerpo del gusanito se puso rígido, y así el chiquillo pudo volver a meterlo con facilidad a su lugar. Orgulloso de la inteligencia de su nieto le dice el abuelito: “Hijo: tratos son tratos. Aquí tienes tus 50 pesos’’.
Y le entregó un billete nuevecito. Al día siguiente el añoso señor le dijo a su nieto: “A propósito de la lombricita, hijo, aquí tienes este dinero”. Y le dio 500 pesos. “Abuelo -le recordó Pepito-. Ayer me diste 50 pesos. No tienes por qué darme más’’. Responde el señor: “No te estoy dando más. Estos 500 pesos te los manda tu abuela’’... FIN.


mirador
armando fuentes aguirre

Cuando murió la hormiga Dios le dijo:
-Si quieres entrar en el Cielo deberás traerme una canción.
-¿Una canción? -se conturbó la hormiga-. Señor: me pasé toda la vida trabajando. ¿Iba a tener tiempo de hacer una canción?
-Trabajar está bien -dijo el Señor-. Pero no sólo de pan vive la hormiga. Vuelve a la tierra y busca una canción.
En la tierra la hormiga fue de cigarra en cigarra pidiendo por piedad una canción. Se la negaron todas, pues recordaban lo que había hecho la hormiga: negó alimento a la cigarra y ésta murió de hambre.
La hormiga se encerró en su hormiguero, pues el invierno se acercaba. Y sucedió que un día llamó a su puerta una cigarra que se moría de hambre. La hormiga, que ahora ya sabía lo que es pedir en la necesidad, recibió a la cigarra, le dio pan y calor y la protegió hasta que el invierno hubo pasado.
Tiempo después murió la hormiga. Llegó al Cielo, y no se atrevía a llamar, pues tampoco ahora llevaba una canción. Pero el Señor le abrió la puerta. Le dijo:
-Entra. La mejor canción es compartir con tu prójimo lo tuyo.
Ay de aquél que al llegar a la presencia de Dios no lleve una canción.
¡Hasta mañana!...

manganitas
afa

“… Calderón creó empleos…”.
Observadores certeros
dicen que eso es falsedad.
Yo pienso que es la verdad:
hoy hay más sepultureros.

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