Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-10-30 | 21:54:58
Afrodisio Pitongo llegó a una florería y le pidió a la encargada: “Quiero un ramo de flores para mi esposa”. Preguntó la chica: “¿De qué tamaño el ramo?”. Contesta Pitongo mohíno: “Tamaño llegó de un viaje y me pescó en nuestra cama haciéndole el amor a la vecina”… Miss Pen I. Senvy, famosa feminista, daba una conferencia. Preguntó a sus oyentes: “¿Y qué tal si Dios fuera mujer?”. Respondió al punto un individuo: “Todos los hombres nos iríamos al infierno, y ni siquiera sabríamos por qué”… Don Chinguetas, el marido de doña Macalota, le anunció a su esposa que iba a llevar un oso a la casa. Sería, le dijo, una mascota muy original. “¿Un oso? –clamó la señora-. ¡Cielo santo! ¿Y qué le vas a dar de comer a ese animal?”. “Comerá lo mismo que nosotros –replicó don Chinguetas-. Le enseñaré buenos modales en la mesa”. “¿Y la higiene? –rebufó la mujer-. ¡Me va a llenar la casa con sus excretas y micciones!”. “No sé qué sean excretas y micciones –contestó el marido-, pero le enseñaré también a usar el baño. He oído que los osos aprenden pronto y bien”. Inquirió doña Macalota hecha una furia: “¿Y dónde va dormir esa bestia salvaje?”. Respondió tranquilamente el señor: “Dormirá con nosotros”. “¿En nuestro lecho? –se mesó los cabellos la mujer-. ¿Y si el animal escucha el ancestral y atávico llamado de la selva y se le antoja tener sexo?”. “No hay problema -contesta don Chinguetas-. Le dirás que te duele la cabeza, como me lo dices siempre a mí”… Igual que todos los de mi generación yo recibí una educación “eurocéntrica”, digámoslo así. En la escuela primaria aprendí los nombres de los ríos de Europa, que hasta la fecha puedo decir de memoria: Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero, Ebro, Garona, Loira, Sena, Rin, Elba, Vístula, Niemen, Oder… Nadie me enseñó, sin embargo, los sonorosos nombres de los ríos mexicanos, ni el bello significado de sus apelativos. Con apuros puedo citar el Papaloapan, río de las mariposas. En la preparatoria estudié latín, griego y etimologías grecolatinas. Sé qué quiere decir “Batracomiomaquia”, pero desconozco el significado de los hermosos toponímicos derivados de las lenguas indígenas. Eso trajo consigo un triste resultado: me conmuevo al visitar alguna antigua iglesia colonial, con sus retablos de oro y sus santos beatíficos o cruentos, pero me dice poco la majestad de las pirámides hechas por nuestros antepasados aborígenes en misterioso acuerdo con el Sol y las estrellas, y no hablan para mí las piedras de las mágicas ruinas prehispánicas. Es como si a un griego el Partenón no le dijera nada. Me avergüenza decir esto, pero no tuve yo la culpa: la tuvo la escuela. De más provecho quizá me habría sido quedarme a leer en mi casa que ir al salón a pasar lista de asistencia. Por eso tengo sentimientos encontrados cuando escucho decir que en las escuelas normales rurales de Michoacán, los estudiantes se negaron a aprender inglés, y consiguieron por medios de violencia que la enseñanza de ese idioma fuera sustituida por la de alguna lengua indígena. En esto, como en todo, habría sido bueno el justo medio, ese sabio punto equidistante entre dos extremos perniciosos por igual. Si en mis manos estuviera formular los planes de estudio actuales yo haría obligatorio el aprendizaje de un idioma moderno, e implantaría al mismo tiempo un curso de etimologías mexicanas que permitiera al estudiante asomarse a la riqueza de nuestras lenguas aborígenes sin tener que aprender alguna de ellas, lo cual en el caso de los normalistas michoacanos es más cosa de política y demagogia que de cultura o utilidad. Y otro curso pondría también, obligatorio. Se llamaría Eclecticismo, y en él se enseñaría el arte de conciliar tendencias contrarias para lograr esa armonía que se requiere lo mismo en la simplicidad del universo que en la infinita complejidad de la vida cotidiana… En Estados Unidos los servicios de los plomeros son carísimos. Cobran por hora, y sus tarifas son más altas que la del profesionista más costoso. En Nueva York un abogado llegó a su casa antes de la hora acostumbrada, y vio estacionada frente a ella una lujosa camioneta en cuya puerta se veía un letrero: “John Jones, plomero”. “¡Dios mío! –rogó el abogado poniéndose muy pálido-. ¡Haz que se esté tirando a mi mujer!”… FIN.

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