Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Una buena obra
2016-01-22 | 09:16:18
Terminó el trance de amor en el Motel Khamagua, y Susiflor le dijo a su galán: “Tendremos que casarnos”. “Pero, mi vida -replicó él-, ¿quién va a querer casarse con nosotros?”... La vida empieza a los 40 años. También la artritis, las reumas, la ciática, la gota... El jefe del pelotón de fusilamiento sacó su espada para dar las órdenes de “Preparen, apunten, fuego”. Le dijo preocupado el condenado a muerte: “Tenga cuidado con esa arma. Podría lastimarme con ella”... Para mirar mejor las cosas hay que verlas con ojos inocentes. Fue un niño quien descubrió que el traje del emperador era su desnudez. Vi ayer en el periódico El Norte, mi casa de trabajo en Monterrey, la imagen del que será el nuevo estadio del equipo de futbol Tigres, de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Me deslumbraron la belleza y audacia del proyecto. Su diseño es una obra maestra de arquitectura. Cuando ese estadio se concluya será seguramente uno de los mejores del mundo, y un símbolo más de la grandeza de Monterrey. Yo amo a esa ciudad que tan generosamente me ha tratado siempre. Admiro la tradición de trabajo de su gente y el ímpetu creador de sus empresarios. Percibo un resurgimiento de aquel orgullo que mi querido tío Refugio, de corazón regiomontano, regiomontano de corazón, manifestaba cuando decía: “Estamos haciendo tantos hectolitros de cerveza. Estamos ampliando la Vidriera. Estamos produciendo tantas toneladas de acero; tantas de cemento y de cartón.”. “Estamos”. Expresión de espíritu comunitario. Miro ahora el paisaje urbano de Monterrey y veo por todas partes altos edificios en construcción; obras magníficas -el estadio de los Rayados una de ellas- que aumentan la ufanía de los regios por su gran metrópoli. No sé nada de urbanismo, y menos aún de urbanidad. Por eso quizá falto al buen juicio y a la cortesía si expongo una inquietud respecto al nuevo estadio de los Tigres. Miro el proyecto y me pregunto si forzosamente debe realizarse sobre el cauce del río Santa Catarina. No me inquietan las corrientes que eventualmente lleva el río: entiendo que su caudal puede controlarse ahora con los sistemas de regulación que se le han puesto. Lo que me preocupa es que, construido en ese lugar, el estadio haga más graves los problemas de vialidad que de por sí agobian ya a la urbe. Al margen de lo visible que será la obra si se hace ahí -parece que se busca esa visibilidad- ¿no traerá consigo inconvenientes graves un estadio para 80 mil espectadores construido junto a dos principalísimas arterias como son la avenida Morones Prieto y Constitución? ¿No será difícil el acceso al estadio por esas vías, ya de por sí congestionadas actualmente en determinadas horas? Todo proyecto arquitectónico debe tener tres cualidades: una de orden técnico, otra de orden estético y una más -tan importante como las otras- de orden ético. La obra debe ser funcional, bella, y ha de tomar en cuenta el impacto que puede tener en la gente y en su entorno. Quizá se podría construir el estadio en algún otro lugar de la ciudad. Eso seguramente traería consigo menos riesgos, menor costo y más posibilidades de impulsar el desarrollo de otra zona urbana. Para juzgar del caso
sería útil contar con el dictamen de profesionistas de la propia prestigiosa Universidad y de los colegios correspondientes. Desde luego mis opiniones son las de un indocto lego, pero un lego que ama profundamente a la ciudad de Monterrey y desea lo mejor para ella. En la fila de sospechosos la acusadora señaló a Babalucas: “Es uno de los cuatro hombres que me atacaron”. “¡Está mintiendo! -clamó él-. ¡Solamente éramos tres!”. El juez le preguntó a Capronio: “¿Por qué le propinó usted a su suegra un mamporro, puñete o molondrón que le dejó un ojo morado?”. “Señor juez -respondió el incivil sujeto-, mi esposa no estaba en la casa, y mi suegra tenía las manos ocupadas. No era cosa de dejar pasar esa oportunidad”. Él: “¡Qué ardientes son tus labios, Messa Lina!”. Ella: “Es que no me diste tiempo de quitarme el cigarro”. FIN.

MIRADOR ›armando fuentes aguirre Miro en la casa paterna el retrato de don Felipe Flores, tío bisabuelo mío. Tenía 14 años cuando se fue del hogar para buscar la vida. Sabía tocar el piano, y cantaba medianamente bien, de modo que se unió a una compañía de cómicos itinerantes. Cierta noche uno de ellos lo emborrachó para robarle las escasas monedas que llevaba. Pero otras cosas sabía el tío a más de cantar y tocar el piano: con un fulmíneo golpe de su navaja campera clavó en la mesa la mano del ladrón. Recorrió todo el país. Fue empleado de comercio, minero de la plata en Guanajuato, regente de un burdel, marino en un barco de cabotaje, boxeador. Cada año regresaba a pasar las navidades en su casa, y narraba a los pacatos tertulianos sus desaforadas aventuras. Una vez alguien le dijo: -Eso se llama vivir. Contestó él: -No. Se llama simplemente ir muriendo en diferente forma. Miro el retrato de mi tío y creo advertir que él también me está mirando a mí desde su marco de carey. Hay en sus labios un asomo de sonrisa que no sé si es de ironía o de piedad. Parece que me pregunta: “¿Por qué no viviste como yo? ¿Por qué no vas a la muerte con la misma elegante indiferencia con que yo fui a su encuentro?”. No sé qué contestar. La sonrisa en sus labios se hace más pronunciada. Ahora sé que es de ironía. ¡Hasta mañana!... MANGANITAS ›por afa “Un pescador al servicio del conde de Nápoles sacó en su red una sirena, y de inmediato la devolvió al mar”. “¿Per qué?” -le preguntó el conde lleno de gran estupor. Le respondió el pescador con laconismo: “¿Per dónde?”.

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