Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Las cuatro milpas
2016-01-17 | 11:25:54

Pipino, hombre enteco y escuchimizado, casó con Pomponona, mujer de giganteas proporciones y abundantes carnes. Empezó la noche de las bodas. Ella se despojó del leve negligé que la cubría y se tendió en el tálamo nupcial en actitud sugestiva de Cleopatra que espera la acometida de su Marco Antonio. Pero Pipino no subió al lecho. Le preguntó ella, extrañada: “¿Por qué te quedas ahí viendo tu reloj?”. “No es reloj -contestó el novio-. Es una brújula”. (¡Pobre Pipino! Tan grande era el corpachón de su mujer que debió haber llevado con él a un chalán que lo ayudara a consumar el matrimonio diciéndole: “Dale, dale... Quebrándose, quebrándose.”).

Pepito estaba contando billetes y monedas. Su hermana mayor le preguntó enojada: “¿Cómo que estuviste alquilando mi diario?”.

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, tenía un compadre llamado Leovigildo. Unos le decían Leo y otros le decían Gildo, pero todos sabían que su esposa era mujer caritativa que a ningún hombre le negaba jamás un vaso de agua.

Cierta noche lunada -las noches de plenilunio pueden llevar por un lado a componer la sonata Claro de Luna y por el otro a cometer adulterio- el tal Pitongo se estaba refocilando con la mujer de su compadre en el lecho de la pecatriz. Debo decir con el mayor respeto que doña Cacareta -así se llamaba la señora- no era precisamente una beldad. (Asoma ella en la columna y me dice con enojo: “¡Y a poco tú estás muy bonito, cabrón!”).

Se parecía bastante a Bela Lugosi, y sufría de estrabismo. Todo lo veía doble. Cuando cantaba la canción “Las cuatro milpas” decía: “Ocho milpas tan sólo han quedado.”. Además de eso era estevada: entre sus piernas podía pasar una locomotora. Claro, no de vapor, sino de las modernas, que son de líneas más estilizadas.

Estaba yogando, pues, Pitongo con doña Cacareta cuando de pronto se oyeron pasos en el corredor. ¡Era el marido! Afrodisio se vio sin efugio, o sea sin posible escapatoria, y sólo alcanzó a cubrirse lo más indispensable con la sábana.

Entró don Leovigildo y vio a su esposa y su compadre nudos, vale decir sin ropa, y dando muestras de haber estado haciendo el makin’ whoopee, como decía Eddie Cantor. Don Leovigildo le dirigió una mirada de reproche al conchabado de su mujer y le dijo con acento pesaroso: “Compadre: yo tengo que hacer eso, pues me obligan las leyes de la Iglesia y el Código Civil. Pero ¿usted?”. Letrero en la tienda de Libidiano: “Tanga para mujer: 300 pesos. Instalada: 3”.

En la choza de palma que había construido para Eva al salir del paraíso, Adán vio por primera vez a su mujer con nuevos ojos, y de inmediato sintió en la región de la entrepierna una fuerte conmoción que nunca había experimentado. Asustado se encaminó a la puerta. “¿A dónde vas?” -le preguntó Eva, a quien había interesado mucho aquella conmoción del hombre. “Voy afuera -respondió lleno de inquietud Adán-. No sé hasta dónde vaya a llegar esta cosa, y temo tumbar el techo”.

Don Añilio, septuagenario caballero, contrajo matrimonio con una muchacha de 28 abriles. Al salir de la iglesia se le acercó un sujeto con un portafolios y le dijo: “Señor: ¿no le interesaría tomar un seguro de vida antes de la noche de bodas?”. Es posible prever el ataque de un tiburón. Si uno se te acerca y te pone en la pierna limón y salsa de tomate ¡cuidado!...

El director de la película le preguntó a la productora: “¿Por qué no quieres que le dé el papel de galán a Tiny Prick?”. Respondió la mujer: “Su parte es muy pequeña”. Don Chinguetas le pidió al joyero que le mostrara un brazalete de brillantes. Cuando lo estaba examinando le preguntó el de la joyería: “¿Es para su esposa?”. En ese momento doña Macalota, la mujer de don Chinguetas, pasó frente a la joyería, vio a su marido y entró en la tienda. Mohíno, don Chinguetas le contestó al joyero: “Lo es ahora”.

La recién casada se quejó con su ginecólogo de las píldoras conceptivas que le había recetado. Inquirió el facultativo: “¿Cuál es el problema?”. Explicó ella: “Creo que no son del tamaño debido. Cada rato se me caen”. FIN.


MIRADOR

Armando Fuentes Aguirre


Historias de la creación del mundo.

El Señor terminó de hacer el universo.

Sobre la tierra brillaba el sol, esplendoroso. El campo estaba lleno de animales; zumbaban los insectos en las flores. Por el cielo iban las aves en su vuelo, y en el mar, los lagos y los ríos nadaban peces de variadas formas, tamaños y colores. Todo era perfecto.

O casi todo. Las gallinas se presentaron en manifestación ante el Creador, y la lideresa del grupo le reclamó con acritud:

-No nos diste el vuelo de la golondrina, ni el valor del águila, ni la belleza del cisne, ni el canto del ruiseñor. ¿Por qué te mostraste avaro con nosotras?

El Padre se apenó. Las gallinas tenían razón, se dijo. Entonces, para compensarlas, les dio al gallo.

Bastó un día con él para que las gallinas dijeran, satisfechas, al tiempo que se sacudían las plumas:

-Teniendo un gallo así ¿quién quiere vuelo, valor, belleza o canto?

¡Hasta mañana!...


MANGANITAS.

Por AFA

“. Confusión.”.


Este señor algo lelo

fue con el obispo un día

y le dijo que quería

que le confirmara un vuelo.

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