Por Catón
Columna: De política y cosas peores
La ley es la Ley
2014-07-04 | 10:16:35
La mejor decisión de mi vida es haberme
casado con la mujer que me lleva de la mano
por la vida. De no ser por María de la Luz de
la Peña mil veces me habría yo despeñado.
Otro acierto tuve en medio de una miríada
de errores: haber estudiado la carrera
de Derecho. Debo confesar que escogí esa
profesión porque era la única en cuyos cursos
no aparecían las matemáticas. Jamás
tuve talento para los números: en la escuela
reprobé siempre la aritmética, el álgebra,
la geometría, la trigonometría y el cálculo
infinitesimal.
Sé de la enorme importancia que las matemáticas
tienen, e intuyo que en ellas hay
una belleza y una armonía desconocidas
para mí. La música y el ajedrez, grandes pasiones
mías, están regidas por el número, y
quizá la poesía es en el fondo matemáticas
con sentimiento. No me hago fuera de la
razón. Esto es decir que no me hago fuera
de las matemáticas.
Por desgracia para mí no pude aprenderlas
nunca, y llevo ese vacío en mi formación
como un remordimiento. Mi sorpresa fue
grande, por lo tanto, cuando descubrí que
el Derecho es infinitamente más difícil que
las matemáticas. En éstas cada problema
admite nada más una solución. Todas las
demás son equivocadas.
Los estudios jurídicos, en cambio,
conllevan ese valor inasible que se llama
la justicia, y su complejidad es tal que en
ellos no se da la precisión que existe en las
ciencias exactas. A pesar de sus dificultades,
sin embargo, me apasionó el Derecho,
y mi formación de abogado me ha servido
mucho.
Aprendí, por ejemplo, que en las leyes
hay una rigurosa jerarquía. La norma
suprema es la Constitución, a la cual han
de supeditarse las leyes secundarias. Si se
apartan de ella se vuelven inconstitucionales,
y por lo tanto nulas.
Acierta por eso el secretario de Comunicaciones,
Gerardo Ruiz Esparza, cuando
en un artículo aparecido ayer en Reforma
dice lo siguiente: “...La ley reglamentaria
de la reforma constitucional en materia de
telecomunicaciones, promulgada el 11 de
junio de 2013, debe apegarse estrictamente
al espíritu y motivos del texto constitucional...”.
Y afirma: “...No es difícil concluir que
aquellos intereses que se oponen a la vigencia
de una ley secundaria están favoreciendo
prácticas monopólicas, limitando
una mayor competencia en el sector y perjudicando
a todos los mexicanos”... Más
claro ni el agua.
El sentido original de la reforma en el
ramo de telecomunicaciones está ya plasmado
en la norma constitucional. La ley
reglamentaria respectiva no puede contrariar
sus términos. Tratar de desvirtuarlos
no sólo es atentar contra la Constitución,
es también, como lo dice con razón el secretario
Ruiz Esparza, vulnerar el derecho de
los mexicanos a un servicio de telecomunicaciones
más amplio, mejor y más barato.
Don Eglogio, labriego acomodado, estaba
casado con doña Crótala, mujer de
aspérrimo carácter. Cierto día el hombre
araba la tierra con una mula, y su fiera
consorte lo acosaba, como de costumbre,
con sus impertinencias.
De pronto la mula tiró una fuerte coz
que mandó al otro mundo a la señora. En el
funeral el cura párroco del pueblo observó
que a las mujeres que le daban el pésame
don Eglogio les decía que sí con la cabeza,
y a los hombres que no.
Le preguntó la razón de eso. Explicó don
Eglogio: “Las mujeres me comentan que
parece que mi mujer está dormida, y les
digo que sí. Los hombres me preguntan si
la mula está en venta, y les digo que no”...
Doña Frigidia veía la tele en la cama.
Su esposo don Frustracio se le acercó con
intención erótica. Le dijo ella: “Espérate a
los comerciales”...
La mujer le dijo al psiquiatra: “Soy ninfómana”.
“Entiendo -replicó el analista-. Y
si me suelta lo que me tiene agarrado podré
escucharla mejor”...
Le preguntó Pirulina a su galán: “¿Cómo
se llama esa abertura que tiene tu coche en
el techo?”. Respondió él: “Se llama ‘quemacocos’”.
“Ah, vaya -dice ella-. Pensé que se
llamaría ‘extiendepiernas’”...
Una señora pidió en la farmacia preservativos
negros. Dijo: “Hace dos meses
falleció mi esposo, y le estoy guardando
luto”...
Don Languidio, señor de edad madura,
se sorprendió al ver que a la hora de ir a la
cama su mujer se acostaba en el suelo. “¿Por
qué haces eso?” -le preguntó extrañado.
Respondió ella con sequedad: “Porque
para variar quiero sentir algo duro”. (No
le entendí). FIN.

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