Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Relatos
2014-06-30 | 10:14:39
Historias del querido médico saltillense
Carlos Cárdenas, el Rayito inolvidable.
Decía que hay dos males que no se curan
ni con todos los remedios conocidos: las
reumas y lo pendejo...
En cierta ocasión, al dar comienzo a
una operación quirúrgica particularmente
difícil, alzó los ojos al cielo e invocó: “¡Ilumíname,
Virgencita!”. La enfermera movió
la lámpara del quirófano para alumbrar
mejor con ella el campo operatorio. Y dijo
el Rayito: “Le estoy hablando a la de arriba,
tonta. Tú ya ni eres”...
Recuerdos de Jacobo M. Aguirre, poeta
municipal, quien por sus cotidianas
libaciones era llevado frecuentemente a
la comisaría. Le preguntaba el gendarme
de turno cuál era su ocupación. “Poeta”
-manifestaba don Jacobo irguiendo toda
su desmedrada estatura. Y el jenízaro anotaba:
“Sin oficio conocido”...
Anécdota de don Sabas, cuya señora se
quejaba de que quería más a su perra, la
Muñeca, que a ella. Un día don Sabas las
encerró a las dos en el cuarto de los triques
y las tuvo horas y horas en esa reclusión,
sin agua ni comida.
Cuando avanzada ya la noche les abrió
la puerta, la mujer salió gritándole horribles
maldiciones y dicterios; la perrita, en
cambio, brincaba feliz lamiéndole la cara y
meneándole la cola. “¿Lo ves? -le dijo don
Sabas a su esposa-. La quiero más que a ti
porque ella me quiere más que tú”...
Relato del recién casado, rústico sujeto,
que invitó a parientes, amigos y vecinos a
la bendición por el cura de su nueva casa.
Tras asperjar el agua bendita en la sala, el
comedor y la cocina, el párroco llegó a la
recámara, seguido por los invitados, y ahí
le dijo al hombre: “Ahora le voy a bendecir
el tálamo, para que usted y su señora tengan
numerosa descendencia”. “Eso sí que
no, padrecito” -opuso el tipo, terminante.
“¿Por qué no, hijo?” -se sorprendió el sacerdote.
Contestó el rudo individuo: “Porque
no me voy a sacar aquí el tálamo para que
me lo bendiga delante de tanta gente, sobre
todo que hay señoras”...
Evocación de la costumbre de llamar
“recaditos” a las botellas pequeñas de la
cerveza Carta Blanca...
Memorias del Padre Rosendo, cura párroco
de Arteaga, hermoso pueblo mágico
vecino de mi natal Saltillo. Tenía vacas
lecheras el señor cura. Y tres botes tenía
para poner la leche que le daban: uno grande,
marcado con la letra C; otro mediano,
que llevaba la letra P, y el último, de menor
tamaño, señalado con la letra A.
Antes de verter la leche en ellos los ponía
bajo el chorro del agua de la llave. Al
tiempo que caía el agua en el bote grande,
el marcado con la letra C, el Padre Rosendo
rezaba un credo, y al término de la oración
cerraba la llave.
En seguida ponía el mediano, el de la letra
P, y rezaba un padrenuestro. Por último
le echaba el agua al bote más pequeño, el
marcado con la A, mientras rezaba un avemaría.
Luego, ya con el agua en los botes,
terminaba de llenarlos con la leche.
Sostenía don Rosendo que ciertamente
era delito -y a lo mejor también pecadoecharle
agua a la leche, pero que ni la ley
humana ni los mandamientos divinos decían
nada acerca de echarle leche al agua...
Todas esas cosas, y muchas más de la
misma sabrosura, las cuenta Luis Neftalí
Dávila Flores, compañero mío de colegio,
en su precioso libro “Saltillo-Arteaga-Ramos
Arizpe y anexas”. (Esas “anexas” son
la Ciudad de México, Nueva York, París,
etcétera).
Otro querido amigo, el licenciado Jesús
Roberto Dávila Narro, lo presentó con gracia
y donosura en el teatro de cámara de
Radio Concierto, que resultó insuficiente
para acomodar a todos los asistentes a la
presentación de ese libro lleno de anécdotas
y sucedidos de aquellas tres poblaciones,
hoy casi una sola por la estrecha
vecindad que el tiempo ha creado entre
ellas, y que sin embargo siguen siendo diferentes
entre sí, cada una con su genio y su
ingenio, con su propio estilo y su distintiva
personalidad.
Yo digo que merecen elogio y reconocimiento
quienes, aun sin ser escritores de
profesión o cronistas oficiales, recogen los
hechos y los dichos de la gente de un pueblo
o una comarca y los ponen en papel.
Esa amorosa tarea la cumplió con entrañable
cariño y grata pluma Luis N. Dávila
Flores. Ojalá en todos los sitios de México
hubiera muchos como él, que al salvar del
olvido a aquellos personajes nos salvan
también a nosotros. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
“Cantando la cigarra pasó el verano
entero”.
La hormiga, en cambio, trabajó arduamente.
Merced a su trabajo y sus
ahorros vio llenos sus graneros.
Cuando llegó el invierno la cigarra
no tuvo qué comer.
Según la antigua fábula, buscó a la
hormiga para que la salvara de fenecer
de hambre.
Pero eso es fábula antigua. Ahora
la cigarra ya no necesitó a la hormiga:
hizo una manifestación, y el Gobierno,
temeroso y urgido de votos, le dio lo
necesario para su subsistencia. Un Estado
paternalista, populista, alimentó
a la cigarra, y a muchos más como ella,
con los impuestos que obtuvo de la hormiga.
A tal política el Gobierno la llamó
“una justa distribución de la riqueza”.
A la hora en que escribo esto la cigarra
sigue sin trabajar, y la hormiga
sigue trabajando penosamente para
alimentar tanto a la cigarra como al
Gobierno.
¡Caramba, cómo extraña uno a veces
las antiguas fábulas!
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
››
“...México-Holanda”.
En verdad es el futbol
algo que a mí me sorprende,
pues todo un país depende
de un único grito: “¡Goool!”.

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