Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2014-07-01 | 11:13:53
Esta mujer se llama Flor de Oro. Justifica
solamente la mitad de su nombre: oro tiene
de sobra -quiero decir dinero-, pero está
lejos de ser como una flor. Es hija de Rafael
Leonidas Trujillo, llamado El Benefactor,
Presidente de la República Dominicana,
omnímodo dictador de su país y amigo
personal de Hitler.
Flor de Oro no es bella. Más bien es algo
feíta, haciéndole la caridad del diminutivo.
Veamos, en cambio, a este hombre. Su
nombre es Porfirio Rubirosa. Es guapo,
guapísimo, guapérrimo, si me es permitido
tal superlativo. Cuando luce su uniforme de
teniente del Ejército Dominicano parece un
joven dios guerrero.
A más de eso Rubirosa es diestro -y potente-
en las artes del amor: sus proezas sexuales
le darán fama internacional. Él no lo sabe
todavía: en sus brazos caerán las mujeres
más bellas y ricas del mundo, entre ellas, por
mencionar sólo algunas, Joan Crawford, Ava
Gardner, Rita Hayworth, Veronica Lake,
Marilyn Monroe, Kim Novak y Eva Perón.
(Las cito por riguroso orden alfabético).
Se casará con Zsa-Zsa Gabor y Danielle
Darrieux, artistas famosísimas de cine, y
con Bárbara Hutton, la mujer más adinerada
de los Estados Unidos. También será
marido -por conveniencia, claro- de Flor de
Oro Trujillo, su primera esposa. Pocos años
va a durar su matrimonio con ella.
Eso de despertar cada mañana y ver a su
lado a esa mujer poco agraciada fue cosa que
aquel Apolo no pudo soportar durante mucho
tiempo. Buscó el divorció y fue a vivir a
París. El dictador se enfureció, pero controló
su enojo: tampoco él habría aguantado vivir
con una mujer feíta.
Transcurren cuatro o cinco años, y llega a
la República Dominicana la fama de playboy
de Rubirosa. Tiene un lujoso departamento
cerca del Arco del Triunfo, y se ha pasado ya
por donde mismo a las mujeres más hermosas
del Viejo Continente (inédita expresión
para nombrar a Europa).
Sucedió por esos días que Trujillo, el déspota
dominicano, llegó a París en viaje de
placer. Lo primero que hizo fue buscar a su
exyerno para pedirle que le consiguiera a la
mujer de más elevada posición en la ciudad.
El dictador, de origen humildísimo, tiene
ahora pujos de aristócrata.
Rubirosa, tras reponerse del susto -pensó
que El Benefactor lo buscaba para volverlo
a casar con su hija-, se puso de inmediato
en obra. Un día le bastó para satisfacer el
capricho del rastacuero: esa noche entró en
el cuarto de hotel del dictador una espléndida
parisina, y Trujillo conoció delicias
de carnalidad que ni en sus más tropicales
fantasías hubiese podido imaginar.
No me extraña eso: así como Saltillo es
Saltillo, también París es París. Quedó encantado
el viejo con aquella mujer al mismo
tiempo encumbrada y sensualísima. Al día
siguiente, enamorado, le pide a Rubirosa
que lo lleve a verla otra vez. Porfirio hace
una nueva cita con ella.
El encuentro -le dice a su antiguo suegro-
será ahora en la Torre Eiffel, algo muy
romántico. Ya se ve Trujillo bebiendo con la
hermosa y elegante dama una copa de champaña
en el exclusivo restorán de la torre, y
concertando con ella otra noche de amor,
ahora en su boudoir, seguramente lugar de
encanto y de inefables goces de erotismo.
Suben el dictador y Rubirosa el ascensor
y llegan a la más alta plataforma. Ahí, en
el mirador, casi entre las nubes que flotan
sobre el cielo de la capital de Francia, está
la mujer que pasó la noche con Trujillo. Es
una parisina común y corriente, vendedora
de cigarros y tarjetas postales, que tiene su
puesto en lo más alto de la Torre Eiffel.
“Usted me dijo textualmente, don Rafael
-le recuerda Rubirosa al dictador-, que quería
a la mujer de más elevada posición en la
ciudad. Ésta es”. Enrojece de pronto por la
burla el dictador, pero a su mente llegan los
recuerdos de la pasada noche, del cuerpo escultural
de la joven y de los ignotos placeres
que le hizo conocer.
Suelta la carcajada entonces, y le da una
gran palmada en la espalda a su exyerno.
Son soldados los dos, y saben de bromas
de cuartel. Le compra un ramo de flores a
la bella chica. París siempre es París... (Y
Saltillo también siempre es Saltillo. Por eso
puse aquí hoy este relato: por nostalgia de
lo que no me ha sucedido)... FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
El viajero va por el camino de Santiago.
Tiene 20 años, y todos los caminos
son nuevos para él, aun este tan
antiguo. Va alegre; no sabe lo que el
camino le depara. Tampoco sabe lo que
le deparan los años.
Llega la noche, y el viajero se une a
otros caminantes que han encendido
una hoguera y beben junto a ella el vino
de los que hoy se han encontrado y no
volverán a encontrarse nunca más.
Arriba la Vía Láctea es un camino de
estrellas en el cielo que les señala el camino
de la tierra. A su vez este camino
de la tierra les señala a los viajeros el
camino del cielo.
Ha tendido su manta ya el muchacho.
Va a dormir. De pronto siente a
su lado un cuerpo: es el de la chica
que lo miró a través de las llamas de la
hoguera y a través del vino. Hacen el
amor sin palabras, sin conocer siquiera
el nombre uno del otro. Es un perfecto
amor éste que han hecho: dura un instante
eterno; dura una momentánea
eternidad. Cuando por la mañana se
despierta el caminante la muchacha
ya no está.
Ahora aquel viajero tiene todos los
años, y tiene todos los caminos. No
olvida el de Santiago -¿cómo podría
olvidarlo?-, y cuando ve en el cielo la vía
blanca se pregunta cómo se llamaría
ella.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...México vivió un sueño en la Copa
del Mundo...”.
Y fue muy bello en verdad,
aunque haya acabado ya.
Lo más difícil será
volver a la realidad.

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