Por Catón
Columna: De política y cosas peores
¡Ya no hay moral!
2014-01-24 | 09:31:14
“¿Cuánto cobras?” –le preguntó el sujeto a la mujer que ofrecía sus servicios en la esquina. “Quinientos pesos” –respondió ella. “Te daré mil –ofreció el tipo-. Pero has de saber que encuentro placer sensual en golpear a mi pareja”. Ella aceptó la condición –con esto de los nuevos impuestos la cosa se ha puesto muy difícil-, y en efecto, tan pronto empezó el trance él se aplicó a la tarea de darle fuertes manotazos en las pompas. “¡Mano Poderosa! –clamó la maturranga al sentir aquel rudo castigo-. ¿Hasta cuándo seguirás dándome esos tremendos golpes?”. Respondió el individuo: “Hasta que me devuelvas mis mil pesos”…
Decía Afrodisio Pitongo: “Tengo una compañera de oficina que habla cinco idiomas, y en todos me dice que no”…
Consejo de un galán a una linda chica: “Si no usas lo que te dio la madre naturaleza, antes de que te des cuenta el padre tiempo te lo quitará”…
Le dijo la mujer a su marido: “Está bien: te estoy poniendo el cuerno. Pero, a ver, dime algún otro defecto que tenga”…
Dice un antiguo dicho: “El que busca mujer y va a Celaya, ahí se la halla”. Y dice bien. ¡Qué mujeres tan bellas hay en esa bella ciudad guanajuatense! Mas no solo hermosas damas hay ahí. Vale la pena ir a Celaya únicamente para ver el espléndido púlpito que en el templo de San Francisco talló el sabio ebanista don Eutimio Rodríguez, en el cual aparece el Poverello de Asís con el lobo de Gubbio y una oveja, símbolo de la paz y el bien que predicaba aquel segundo Cristo. Son legendarias las cajetas de Celaya, que tienen el sabor que deben haber tenido los edénicos ríos que manaban leche y miel. Se disfrutan ahí delicias de cocina como esas inverosímiles pencas de nopal cocidas a la barbacoa y rellenas con los bravíos manjares de la tierra: chorizo, queso fuerte y chicharrón. La hospitalidad de los celayenses es señorial, de gente buena que sabe que no hay frondas ni frutos si falta la raíz. Todas esas son galas de Celaya. A cada vuelta de la esquina nos sale al paso don Francisco Eduardo Tresguerras, arquitecto que se construyó a sí mismo, y en toda la ciudad vibra el aire de aquel pasado mexicano hecho de religiosidad, vida del campo y apego a los valores que del padre y la madre se heredaban. Pues bien: orgullo local es en Celaya la muy famosa Bola de Agua. Es un enorme depósito que don Perfecto Aranda, jefe político de la región, mandó construir e inauguró solemnemente en septiembre de 1910 para surtir de agua a la ciudad. El colosal tinaco lo hizo un ingeniero alemán. Dicen los celayenses que solo había otro igual en el mundo, el de Berlín, pero que la Segunda Guerra dejó sola a Celaya en el orgullo. No hablaré de los aspectos técnicos de esa pequeña torre Eiffel. Me interesa anotar lo que en la placa de inauguración se anota: “Esta obra costó 161.520 pesos con 84 centavos”. ¡Hasta los centavos se contaron al pagar y registrar el precio de la construcción! ¿Existe en nuestro tiempo ese rigor, ese cuidado escrupuloso en la realización de los trabajos públicos y en su valorización? Ahora entre las manos de los malos políticos se van los chorros del dinero, ya sea por ineficiencia en su manejo, ya sea -peor todavía- por obra y desgracia de la corrupción. Se antoja imposible un regreso a aquellos años en que los fondos comunitarios se manejaban con honestidad, no tanto por aquella “moral republicana” que los liberales del siglo diecinueve proclamaban, sino por la honradez de las personas, que consideraban que se hacían irreparable agravio a sí mismos, a su nombre y su familia, si se apoderaban de un solo peso mal habido. En nuestro tiempo hay quienes hacen y deshacen -mucho más lo segundo que lo primero- con los fondos que pertenecen a la comunidad, porque derivan de su esfuerzo. Usan ese dinero para pagar campañas políticas; lo aplican a la tarea de promover su imagen, o lo emplean para su beneficio. Ningún partido tiene el monopolio de esa práctica. En todos hay quienes la practican. A esos malos bichos les digo esto: si siguen actuando así les enviaré una foto de la Bola de Agua, como recordatorio de virtudes de ayer que ya no se usan hoy…
FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Difícil cosa es definir la eternidad.
Hay quienes dicen que es el período que media entre un día de pago y el siguiente.
En mi colegio de niño se nos decía que si por ir a la función de matiné en el cine algún domingo dejábamos de asistir a misa, nos iríamos al infierno de las llamas por toda la eternidad.
“Y para saber qué es la eternidad –añadía el severo profesor- imaginen ustedes una enorme masa del más duro hierro, y de un tamaño mil veces mayor que el de la Tierra. Cada cien mil millones de años pasa una mosca volando, y con la punta del ala roza apenas aquella ingente mole.
Cuando a fuerza de pasar la mosca, y de rozar aquella masa de hierro, ésta se parta en dos, ni siquiera habrá empezado todavía la eternidad”.
Yo pienso que decir “vida” es lo mismo que decir “eternidad”.
Y pienso que decir “amor” es decir “vida”.
De amor y vida está hecha la eternidad. Y para saber lo que es la eternidad imaginen ustedes una enorme masa del más duro hierro, etcétera.
¡Hasta mañana!...
Manganitas
por Afa
“… Pena de muerte…”.
El mundo condena ya
esa práctica maldita.
Si algún país no la quita
solo se condenará.

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